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VIAJE A ARABIA SAUD?

La corresponsal de EL PA?S ?ngeles Espinosa retrata a trav¨¦s de historias cortas la vida cotidiana del pa¨ªs ¨¢rabe

?ngeles Espinosa
REUTERS

D¨ªa 1: A ritmo de oraci¨®n

Distinguidos clientes, les informamos de que dentro de diez minutos y como preparaci¨®n para la plegaria cerraremos nuestras tiendas¡±. El anuncio por la megafon¨ªa del Centro Comercial Panorama, en Riad, desata algunas carreras para quienes se dirigen a una compra urgente. Lo contamos todos los periodistas que venimos a Arabia Saud¨ª. El pa¨ªs se para, literalmente, cinco veces al d¨ªa, para rezar. En t¨¦rminos pr¨¢cticos son en realidad cuatro, ya que la primera oraci¨®n, al fajr, es a las 4.40 de la ma?ana, antes de que despunte el alba. Aun as¨ª, no hay viaje que no me pille el toro. Es decir, que no pierda media hora sentada en alg¨²n sitio esperando a que acabe la plegaria. Esta vez no, me digo, y apunto en mi libreta. Dhuhr a las 11.36, Asr a las 14.49, Maghreb a las 17.13 e Isha a las 18.43. Planifico el d¨ªa en consecuencia. Pero tras la primera cita a mediod¨ªa, no he contado con el tr¨¢fico endemoniado de esta ciudad. Lleg¨® al Panorama sin aliento.

Son las 14.35 y a¨²n no he comido. Me salto la parada que ten¨ªa prevista en los aseos y voy directamente a la Food Court (?Patio de Comidas?). Casi todos los establecimientos han empezado a bajar la persiana a modo de aviso. ¡°?Me toman el pedido?¡±, pregunto un tanto acelerada. ¡°Si elige r¨¢pido¡­¡±, responde el filipino que atiende el mostrador de una franquicia de ¡°s¨¢ndwiches internacionales con un toque ¨¢rabe¡±. Pido una ensalada, un bocadillo y un zumo de naranja. Y pago justo a tiempo de que la persiana baje del todo. ?Tendr¨¦ que esperar hasta que acabe la oraci¨®n para que me entreguen la comida? ?Me da tiempo de ir al ba?o? El filipino ha desaparecido. Pero al poco llega una joven saud¨ª, cubierta con un niqab (el pa?uelo que tapa la cara salvo una rendija para los ojos), y golpea la persiana con los nudillos. Se levanta un poco, entrega el recibo y le dan su pedido. ¡°Paciencia¡±, me digo. Y enseguida, estoy servida.

En el vecino McDonalds, sin embargo, la cola de gente hace in¨²til bajar la persiana. Cuando vuelvo del aseo, a¨²n siguen recogiendo pedidos. Apenas hace un par de a?os, un mutawa, como se conoce a los miembros del Comit¨¦ para la Promoci¨®n de la Virtud y la Prevenci¨®n del Vicio, hubiera puesto el grito en el cielo. Hoy ya no se ve a la polic¨ªa religiosa rondando por los centros comerciales y nadie dice nada. Tal vez sea un signo de los cambios que est¨¢ viviendo el pa¨ªs.

Obras a las puertas de la gran mezquita de La Meca.
Obras a las puertas de la gran mezquita de La Meca.Mosa'ab Elshamy (AP)

D¨ªa 2: Las confusas normas de la segregaci¨®n sexual

Cuenta el soci¨®logo Abdul al Lily que la sociedad de Arabia Saud¨ª ¡°se divide en dos dominios: uno dom¨¦stico ¡®dentro-de-la-casa¡¯ y uno p¨²blico ¡®fuera de la casa¡±. En su ameno Saud¨ªes en privado,explica c¨®mo en general el primero se asocia con las mujeres y el segundo con los hombres. As¨ª que todo claro. La casa es femenina. La calle es masculina. Habr¨¢ que seguir las reglas, piensa uno cuando el avi¨®n aterriza en Riad. Pero, como dec¨ªa la canci¨®n, las chicas son guerreras; tambi¨¦n las saud¨ªes. En las cabinas de control de pasaportes no hay cola de hombres y cola de mujeres. Al menos no la hab¨ªa el s¨¢bado por la noche cuando yo llegu¨¦. Luego, al salir, un simp¨¢tico saud¨ª me pregunt¨® si buscaba taxi y me propuso compartir la carrera con varias mujeres que esperaban a completar una peque?a furgoneta. Pens¨¦ que era interesante, pero hab¨ªa quedado a cenar con una amiga y declin¨¦.

El taxista que me llev¨® al hotel, un paquistan¨ª de Peshawar, estaba muy preocupado porque la decisi¨®n de permitir que las mujeres conduzcan iba a reducir los trabajos de ch¨®fer. De momento, es Uber quien les hace la competencia. Todos sus conductores tienen que ser saud¨ªes por ley. Y est¨¢n teniendo mucho ¨¦xito no s¨®lo porque son m¨¢s baratos, sino porque sus coches son mejores. Adem¨¢s, tal vez sea por la novedad, pero est¨¢n m¨¢s inclinados a la charla. Al llegar al restaurante se repite la confusi¨®n: hay una entrada para solteros y otra para familias. ?Y qu¨¦ hacemos nosotras? Inicialmente, los puritanos que establecieron la separaci¨®n no contaban con que las mujeres fueran solas a cenar o tomar un refresco, pero la realidad se ha impuesto. En la ¡°zona de familias¡±, predominan las mujeres, descontados los camareros, cuyo sexo, al parecer, no es relevante. El adolescente que est¨¢ con un grupo de chicas ?sus hermanas? casi da pena sumergido en la pantalla de su m¨®vil.

Las terrazas de cafeter¨ªas y restaurantes est¨¢n reservadas para ellos, algo que al dejar atr¨¢s las infernales temperaturas del verano resulta fastidioso para ellas / nosotras. Astutos, muchos propietarios han dividido sus locales en dos pisos y abierto terrazas en el piso superior, el reservado a familias. Abajo, los pobres solteros se aburren como ostras intercambiando aventuras reales o imaginarias. No es de sorprender que muchos j¨®venes se hayan apuntado a Uber como medio de socializar, adem¨¢s de ganar un extra.

En el foro al que asisto, Misk Global Forum, hay, de acuerdo con los usos locales, dos entradas diferenciadas para mujeres y hombres. Una vez dentro, las unas se sientan a la derecha del estrado, los otros a la izquierda. Pero en el centro, en los pasillos y en el resto de las salas, cada una (y cada uno) es muy libre de mezclarse. Con o sin pa?uelo en la cabeza, con o sin niqab (el velo que cubre el rostro), las saud¨ªes empiezan a ser visibles y participar. En contra de lo que la extranjera pueda pensar, son a menudo las propias mujeres las que desean la separaci¨®n de sexos. No hay que buscar explicaciones complicadas. Despu¨¦s de crecer en un sistema segregado, y en el caso de las familias m¨¢s estrictas s¨®lo tener contacto con miembros del otro sexo con los que se tenga parentesco de primer grado, para muchas resulta inc¨®modo e incluso dif¨ªcil establecer una relaci¨®n de camarader¨ªa.

La educaci¨®n y las redes sociales est¨¢n cambiando los c¨®digos. Durante la ¨²ltima d¨¦cada, decenas de miles de saud¨ªes, mujeres y hombres, se han beneficiado de un programa de becas para formarse fuera del pa¨ªs. De vuelta a casa, muchos relajan la barrera invisible que les separa. Poco a poco, tambi¨¦n en algunas oficinas est¨¢n desapareciendo las separaciones f¨ªsicas. As¨ª que no me ha sorprendido que antes de una conferencia a la que he asistido todo el mundo se mezclara tomando un caf¨¦. Al entrar me he sentado en el primer sitio que he pillado hasta que me he dado cuenta que era la ¨²nica mujer. El resto estaba detr¨¢s de la celos¨ªa con la que suelen dividirse los actos p¨²blicos. Las reglas se han vuelto confusas. Consejo: observar y adaptarse.

Una joyer¨ªa en Riad.
Una joyer¨ªa en Riad.FAISAL AL NASSER (REUTERS)

D¨ªa 3: Ellos de blanco, nosotras de negro

S¨ª, me tengo que poner la abaya, pero no cubrirme la cabeza, respondo a una amiga que se interesa por mi estancia en Arabia Saud¨ª. La abaya es el say¨®n negro con el que suelen cubrirse las musulmanas de la pen¨ªnsula Ar¨¢biga y algunos otros pa¨ªses (el equivalente al chador iran¨ª, para entendernos). Aunque tiene variedades locales y un ojo experto te adivina el pa¨ªs, la religiosidad y hasta la clase social, b¨¢sicamente es una capa o t¨²nica que, desde la cabeza o desde los hombros, cubre hasta los pies ocultando las formas del cuerpo.

Existe una obsesi¨®n rec¨ªproca por c¨®mo nos vestimos las mujeres. En Occidente, nos fijamos m¨¢s en los sayones y los velos de las musulmanas que en las personas que hay debajo. En los pa¨ªses isl¨¢micos, intentan que las occidentales nos tapemos todo lo posible (en unos m¨¢s que en otros) como si pudi¨¦ramos ense?ar algo que no fuera de este mundo.

M¨¢s all¨¢ de consideraciones religiosas, cuando la imposici¨®n del vestido se hace de forma oficial (como en Ir¨¢n o en Arabia Saud¨ª) tiene sin duda un objetivo de control social. De hecho, en este pa¨ªs, al igual que en el resto de las petromonarqu¨ªas, la presi¨®n del vestido se extiende a los hombres, obligados a usar lo que se denomina ¡®traje nacional¡¯, la t¨²nica (preferentemente blanca) y el pa?uelo que se sujeta a la cabeza con un cord¨®n.

En Saud¨ªes en privado, el soci¨®logo Abdul al Lily, a quien tambi¨¦n citaba en la entrada anterior, constata que ese uniforme es requisito imprescindible para los hombres en el trabajo, las oficinas gubernamentales e incluso en las estaciones de tren. El d¨ªa que le entrevist¨¦ por Skype, ¨¦l estaba en su casa en camiseta sin mangas y bromeaba con que no pod¨ªa salir as¨ª a la calle. No es para tanto. He visto hombres en camiseta y bermudas yendo a la compra, pero no es lo habitual; tampoco tiene las consecuencias que para una mujer saud¨ª pasearse sin abaya.

Con su particular humor, Al Lily defiende que el uso de esas prendas amplias tiene algunas ventajas: no se aprecia si uno o una ha engordado. Pero tambi¨¦n ofrece una gu¨ªa sobre el mensaje que env¨ªan los saud¨ªes seg¨²n c¨®mo se vistan. En el caso de ellos, una t¨²nica por encima del tobillo y un pa?uelo sin cord¨®n suelen indicar un individuo conservador. En el otro extremo, el liberal prescindir¨¢ del pa?uelo y, s¨®lo de forma ocasional, incluso de la t¨²nica.

Ellas, seg¨²n la gu¨ªa de Al Lily que he podido corroborar en mis observaciones durante a?os, marcan la diferencia seg¨²n se pongan la abaya desde la cabeza o desde los hombros, y seg¨²n se cubran o no la cara. Sin embargo, discrepo de Al Lily en que todas las saud¨ªes llevan la cabeza tapada (lo que implica que las dem¨¢s ser¨ªan extranjeras). Es verdad que no son muchas, pero haberlas haylas. Ya hace a?os que conoc¨ª a varias en Yeddah, la segunda ciudad saud¨ª, y ahora he visto a algunas j¨®venes en Riad, tradicionalmente m¨¢s conservadora que aquella.

Lo que est¨¢ cambiando sin duda es el color. El omnipresente negro ha empezado a dejar paso a distintos tonos de gris, azules, granates e incluso beige, al estilo de lo que ya lleva varios a?os vi¨¦ndose en Dub¨¢i. Y lo que es m¨¢s significativo, cada vez un mayor n¨²mero de mujeres, sobre todo entre las millennials, muestra el rostro, algo impensable cuando realic¨¦ mi primer viaje a Arabia Saud¨ª hace casi tres d¨¦cadas.

Una mujer ante un cartel del MiSK Global Forum, al que acudi¨® la corresponsal de EL PA?S.
Una mujer ante un cartel del MiSK Global Forum, al que acudi¨® la corresponsal de EL PA?S.FAYEZ NURELDINE (AFP)

D¨ªa 4: Fin de semana de marcha¡­ en Riad

?Te vienes al festival este fin de semana?, me pregunta una colega en un mensaje. ?Un festival con m¨²sica en Arabia Saud¨ª? Hace tan s¨®lo dos a?os hubiera respondido ¡°imposible¡±. Sin embargo, desde que el a?o pasado el pr¨ªncipe heredero, Mohamed Bin Salm¨¢n (MBS), lanzara su Vision 2030, el ocio se ha convertido en uno de los pilares de la modernizaci¨®n del Reino del Desierto. Ya ha habido algunos espect¨¢culos, en general orientados a la familia, e incluso cantantes. L¨¢stima que este viernes y s¨¢bado (el finde en esta parte del mundo) a m¨ª me toque trabajar.

House of Neon se anuncia como el mayor entretenimiento de 2017 en Riad. Dada la novedad en la celebraci¨®n de actividades l¨²dicas no es muy dif¨ªcil. Aun as¨ª promete desde un espect¨¢culo de luz y sonido, hasta m¨²sica en directo, juegos, magos, payasos y todo tipo de actividades propias de un parque de atracciones. Tambi¨¦n, imprescindible, puestos de comida y de venta ambulante. Lo ¨²nico que no habr¨¢ ser¨¢n bebidas alcoh¨®licas, estrictamente prohibidas en Arabia Saud¨ª.

Y no se trata s¨®lo de artistas saud¨ªes o ¨¢rabes. ¡°En diciembre viene Yanni¡±, me cuenta entusiasmada una joven saud¨ª en referencia al pianista griego Yiannis Chryssomallis, que va actuar en la capital y en Yeddah, a orillas del mar Rojo. Ella y una amiga ya han sacado entradas.

La mera propuesta de una diversi¨®n para el fin de semana ya es un avance incre¨ªble en un pa¨ªs que no cuenta con bares, discotecas o salas de cine, aunque estas parece que est¨¢n al caer. No ser¨¢ por falta de ganas de la juventud saud¨ª como pudo verse durante las celebraciones de la ¨²ltima Fiesta Nacional. Es d¨ªa, una multitud entusiasmada con la creciente apertura social se lanz¨® a bailar en plena calle Tahlia, en el centro de Riad. Apenas unas semanas antes, un ni?o hab¨ªa sido detenido por danzar en Yeddah.

Por supuesto, siempre ha habido fiestas, incluso con alcohol y m¨¢s, pero se celebraban en la clandestinidad. O bien en las urbanizaciones cerradas para occidentales, o tras los gruesos muros de los palacios de los poderosos, o en medio del desierto protegidos por la mera distancia de los vigilantes de la moral. Lo de ahora es distinto.

El disfrute del ocio no s¨®lo se ha aceptado como leg¨ªtimo, sino que constituye uno de los pilares de los planes de diversificaci¨®n econ¨®mica con los que MBS quiere preparar a su pa¨ªs para cuando se acabe el petr¨®leo. La idea es que parte de los cientos de millones que los saud¨ªes se gastan cada a?o para divertirse en Dub¨¢i, Bahr¨¦in o Beirut se queden en casa y permitan crear empleos para los j¨®venes.

No est¨¢ siendo f¨¢cil. Para los cl¨¦rigos m¨¢s conservadores, los conciertos y el cine constituyen un signo de depravaci¨®n que ha equiparado con abrir la puerta al diablo. De hecho, esa oposici¨®n ha obligado a cancelar alguno de los espect¨¢culos ya anunciados.

A ver si acabo pronto la cr¨®nica y puedo escaparme a disfrutar de la noche de Riad.

El rey saud¨ª Salm¨¢n y su hijo y pr¨ªncipe heredero Mohamed en Riad el 8 de noviembre.
El rey saud¨ª Salm¨¢n y su hijo y pr¨ªncipe heredero Mohamed en Riad el 8 de noviembre.HANDOUT (REUTERS)

D¨ªa 5: El tercero en discordia

La primera vez no le di importancia. La segunda, me mosque¨¦. Y cuando me volvi¨® a pasar, decid¨ª que ten¨ªa que consultarlo con mis amigas saud¨ªes. El caso es que cuando coincido con un saud¨ª ante el ascensor del hotel o de alg¨²n otro establecimiento, me cede el paso y no se monta. ?Era una cortes¨ªa? ?Un signo de xenofobia? ?O mera discriminaci¨®n sexual? Todas las opciones est¨¢n sobre la mesa, como suelen decir los pol¨ªticos.

No recuerdo si me ha pasado en alg¨²n viaje anterior. Es posible que s¨ª, pero mi mente no lo haya registrado. O tal vez con la edad me estoy volviendo m¨¢s observadora. En cualquier caso, me parece raro. As¨ª que anoche se lo coment¨¦ a N., F., I., A. y M. con las que me reun¨ª para tomar un caf¨¦ ¨¢rabe con d¨¢tiles.

¡°Es por el tercero en discordia¡±, me dijeron mientras se part¨ªan de risa. ?El tercero? ?Qu¨¦ tercero? No entend¨ªa nada, ni daba cr¨¦dito a que mi pregunta les hiciera tanta gracia.

Entonces M. cont¨® su historia y me qued¨¦ m¨¢s tranquila. No era la ¨²nica que desconoc¨ªa estos asuntos tan importantes para la supervivencia en el Reino del Desierto. Ella, una saud¨ª hecha y derecha, tambi¨¦n hab¨ªa descubierto m¨¢s tarde que pronto al tercero. Por su profesi¨®n, M. sol¨ªa hacer viajes de trabajo a una zona rural, siempre acompa?ada por su socia. Contaban en destino con un ch¨®fer muy religioso (barba larga, t¨²nica por encima del tobillo), pero a quien la paga suavizaba su recelo a trabajar con dos mujeres de la capital. En una ocasi¨®n, la socia de M. se encontraba fuera del pa¨ªs y cuando M. hizo la cita para que el hombre la recogiera en el aeropuerto, consider¨® oportuno advertirle de que viajar¨ªa sola.

¡°?Y el tercero?¡±, le pregunt¨® el tipo al otro lado del tel¨¦fono. Tampoco M. entendi¨® inicialmente a qu¨¦ se refer¨ªa hasta que el hombre, dando muestra de insospechada paciencia, le explic¨®: ¡°Vamos a estar solos, usted y yo¡­ y el tercero ?no le preocupa?¡±. Me cay¨® en la cuenta de que el tercero era¡­ el diablo, quien, seg¨²n todav¨ªa creen algunos saud¨ªes, representa la tentaci¨®n que existe entre un hombre y una mujer cuando est¨¢n a solas.

Mi amiga apenas pudo reprimir la carcajada. Ella era diez o quince a?os mayor que el conductor y jam¨¢s se le hubiera pasado por la cabeza tal posibilidad. Con mucho aplomo, le pregunto ¡°Pero Abu Mohamed, ?usted tiene miedo del diablo?¡±. ¡°No¡±, le respondi¨® el hombre, ¡°yo estoy muy seguro de m¨ª mismo¡±. Problema resuelto. ¡°Si usted, est¨¢ seguro de s¨ª, yo tambi¨¦n lo estoy de m¨ª, as¨ª que nos vemos el domingo¡±, resolvi¨® M.

La pr¨®xima vez que un hombre decida no subir conmigo en el ascensor, no s¨¦ si tendr¨¦ tantos arrestos, pero al menos sabr¨¦ que no es cortes¨ªa, ni xenofobia, ni sexismo, sino cosa del diablo.?

D¨ªa 6: ?D¨®nde est¨¢ Sophia?

Me voy de Arabia Saud¨ª un poco desilusionada. No, no es por los cambios que se est¨¢n produciendo, ni por el trabajo que he hecho. He trabajado mucho y estoy razonablemente satisfecha. Pero no he conseguido el tercer objetivo de mi viaje: conocer a Sophia, el robot que las autoridades saud¨ªes presentaron en sociedad durante una conferencia el pasado octubre. Y mira que lo he intentado.

Primero, lo anunci¨¦ a bombo y platillo por Twitter, en espa?ol y en ingl¨¦s. Tambi¨¦n en ¨¢rabe con ayuda de la encantadora Abeer Allam. Luego, consegu¨ª un email de alguien llamada Jeanne ?su asistente personal? ?su relaciones p¨²blicas? Escrib¨ª, pero no obtuve respuesta. La destinataria ni siquiera ley¨® mi correo. ?Sabe Sophia que la busco?

M¨¢s all¨¢ del secreto de su rostro perfecto modelado, seg¨²n cuentan los entendidos, a imagen y semejanza nada menos que de Audrey Hepburn, quer¨ªa preguntarle c¨®mo ha conseguido la nacionalidad saud¨ª. Ya s¨¦ que los beneficios del pasaporte verde no son hoy los mismos que en los tiempos en que el barril de petr¨®leo se cotizaba por encima de los 100 d¨®lares, pero aun as¨ª muchos quisieran.

Sophia habla en el foro Iniciativa de Inversi¨®n en Arabia Saud¨ª. V¨ªdeo compartido por Arab News

Sin ir m¨¢s lejos, buena parte de los casi 10 millones de inmigrantes que trabajan en el Reino del Desierto y que por muchos a?os que pasen aqu¨ª y muy bien que aprendan a hablar ¨¢rabe con acento local, dif¨ªcilmente podr¨¢n alcanzar siquiera la residencia permanente. No es imposible, pero casi.

El asunto llevaba a un colega, ya se sabe lo retorcidos que somos los periodistas, a preguntarse si Sophia era musulmana o si pod¨ªa acaso tener alguna religi¨®n, condici¨®n sine qua non en un pa¨ªs que no acepta la existencia de ateos. Cuando rellenas la solicitud del visado tienes que especificar tu fe s¨ª o s¨ª.

A m¨ª que soy un tanto descre¨ªda, eso no me ha quitado el sue?o. Lo que lleg¨® a preocuparme fueron los rumores de que hab¨ªa sido decapitada. Como Arabia Saud¨ª a¨²n tiene vigente la pena de muerte y la usa (150 ejecuciones en 2016 y ya llevamos 100 este a?o), pues su desaparici¨®n de la escena aliment¨® los rumores. Una maldad sin fundamento, tal como aclar¨® enseguida Cristina Maza de Newsweek. Y es que las noticias falsas no respetan ni a los robots.

Pero si Sophia sigue viva y no contesta a mis mensajes, ?ser¨¢ que tambi¨¦n est¨¢ confinada en el Ritz-Carlton con los altos cargos acusados de fraude? Dado que dicho hotel est¨¢ cerrado a cal y canto, no puedo comprobarlo. As¨ª que, Sophia, si lees este post, ponte en contacto para ver cu¨¢ndo puedo entrevistarte.

Sobre la firma

?ngeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo ¨¢rabe e isl¨¢mico. Ex corresponsal en Dub¨¢i, Teher¨¢n, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'D¨ªas de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y M¨¢ster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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