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'El Aleph' de Borges, que cumple 70 a?os, es una met¨¢fora para todo: la muerte, la amistad, la memoria
Hace ahora 70 a?os, en el verano de 1949 (invierno austral), Borges public¨® uno de sus libros m¨¢s conocidos: El Aleph. El cuento que le da t¨ªtulo relata el descubrimiento de un punto del espacio -¡°de dos o tres cent¨ªmetros¡±- que contiene todos los puntos, el cosmos entero. Pero antes que sobre la f¨ªsica o la metaf¨ªsica, el relato trata sobre la muerte. De hecho, arranca con una evidencia terrible: la vida sigue. Beatriz Viterbo lleva apenas unos d¨ªas enterrada cuando en la plaza Constituci¨®n de Buenos Aires renuevan un anuncio de cigarrillos. ¡°El hecho me doli¨®¡±, anota el narrador porque se da cuenta de que ¡°el incesante y vasto universo se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita¡±. Por eso el Blues de Auden, famoso por Cuatro bodas y un funeral, empieza pidiendo que paren los relojes.
El Aleph es una met¨¢fora de la pobreza del lenguaje para dar cuenta cabal de la realidad -uno es lineal; la otra, simult¨¢nea- a la vez que una met¨¢fora de cualquier cosa. Del recuerdo, por qu¨¦ no. Del recuerdo de los muertos, concretamente. ?Qui¨¦n guarda esa memoria? Aquellos que los conocieron: en el fondo, son el Aleph perfecto que la muerte hace saltar por los aires. Nadie conserva el relato completo. Solo entre todos los que tuvieron contacto con alguien que ya no est¨¢ se puede reconstruir su retrato. Lo saben quienes pierden a un ser querido: necesitan a los dem¨¢s para que su parte de la historia, el trozo de biograf¨ªa que les toc¨®, se sume a un puzle que un d¨ªa se llevar¨¢ el tiempo (ese que dicen que todo lo cura y que seg¨²n Ferlosio -no estoy de acuerdo- todo lo traiciona).
A Christopher Hitchens, que escribi¨® un libro desgarrador sobre la inminencia de su propia muerte, le gustaba decir que los amigos son la disculpa que nos ofrece Dios por habernos dado tambi¨¦n a nuestros parientes. Por eso sus palabras tienen un valor especial: no son narradores cautivos. Percibir la energ¨ªa que transmiten juntos es muchas veces el ¨²nico sentido posible para aquellos que no encuentran ninguno. El ¨²nico consuelo. Esa energ¨ªa, por cierto, es un v¨ªnculo comunitario, un poder que genera m¨¢s electricidad que la mera suma de las partes. Rasgar un folio es f¨¢cil, prueba a rasgar cincuenta. Como se temen los ap¨®stoles del individualismo, las conquistas sociales se alimentan de esa misma fuente. Los que se sorprenden de la entereza de quienes acaban de perder a alguien se olvidan de que todo lo que en sus entra?as se conserva entero no tiene ning¨²n m¨¦rito: procede de la amistad. Los cl¨¢sicos lo dijeron as¨ª: da m¨¢s fuerza saberse amado que saberse fuerte. A pesar de que en las plazas los anuncios cambien, los coches vuelvan a ocupar las calles y los peri¨®dicos sigan publicando art¨ªculos.
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