Muse en el Metropolitano: cuando el concepto pasa por encima de la m¨²sica
El tr¨ªo brit¨¢nico llena en Madrid con un espect¨¢culo tan pretencioso que algunas veces ahoga a las canciones
Sales del concierto de Muse aturdido, lament¨¢ndote por no haber echado al bolsillo un ibuprofeno. La sensaci¨®n es de haber asistido al fin del mundo. Y no es un final turbio y oscuro como nos lo han pintado: el apocalipsis es de colorines y tiene a un maestro de ceremonias delgaducho y virguero llamado Matt Bellamy.
Fue tan excesivo el recital de anoche del tr¨ªo brit¨¢nico que cuando interpreta en el ecuador Dig down al borde del escenario con un peque?o piano (Bellamy al mando), una bater¨ªa con un par de cajas y una guitarra ac¨²stica, das gracias al se?or por unos minutos de reposo. La gente enciende los m¨®viles y todo es vulgar y melifluo. Hasta la canci¨®n es mediocre. Pero es un instante de sosiego entre tanta centella. Y eso tiene su valor.
Lo pretencioso manda y si por el camino nos olvidamos de esa cosa que se llama m¨²sica parece que da un poco igual
Porque lo que se vivi¨® anoche en el Wanda Metropolitano madrile?o ante 45.000 espectadores (casi lleno) es lo m¨¢s cerca que puede estar alguien de participar en la trama de Matrix. Y todos sabemos que hay una generaci¨®n, la que era mayor¨ªa anoche (treinta?eros y cuarenta?eros), que ha crecido con el deseo de vivir un Blade Runner, un Alien o un Terminator. Y Muse te otorga ese anhelo por unos 70 euros. Calderilla en comparaci¨®n con lo que obtienes.
Muse tiene un espect¨¢culo abrumador. Ya est¨¢ aqu¨ª el concepto: demostrar que se puede convertir un estadio de Champions en un parque tem¨¢tico futurista. Para lograr la misi¨®n cuentan con mil trucos concentrados casi siempre en una pantalla gigante tumbada en el escenario de forma horizontal que se pasa 120 minutos centrifugando im¨¢genes, brillos, colores, l¨¢seres... Intentas mirar a los m¨²sicos, pero llevas las de perder. La cabeza regresa una y otra vez al lugar de los destellos. El concepto te tiene cogido por el cuello y te dice que prestes atenci¨®n a la fanfarria. ?Entienden ahora lo del ibuprofeno?
Todo anoche fue hiperb¨®lico, dos horas bombardeando est¨ªmulos, un no parar. Algunas de las canciones de Muse tratan sobre el control que ejercen los gobiernos actuales, sobre el lavado de cerebro que realizan a los ciudadanos. Y es curioso, porque eso es lo que hace el tr¨ªo en sus espect¨¢culos: un lavado de cerebro a los miles de asistentes para que se crean que est¨¢n en un concierto de rock. Y no es as¨ª: esto es un despiporre populista, un show donde las proyecciones, los efectos especiales y los trucos visuales son igual de importantes (o m¨¢s) que la m¨²sica.
Cuando crees que tu cerebro no puede soportar m¨¢s excitaci¨®n, llega la traca final. El tr¨ªo funde un ramillete de canciones mientras un enorme zombi rob¨®tico irrumpe de las profundidades del Wanda
Lo pretencioso manda y si por el camino nos olvidamos de esa cosa que se llama m¨²sica parece que da un poco igual. Cuando logramos centrarnos en las canciones vemos a Matt Bellamy, un tipo de 1,70 y apenas 65 kilos que guarda una voz que puede competir con la de algunos primeros espadas de la ¨®pera. Sus tonos altos, sus falsetes, llenos de potencia y requiebros no se resienten en un espect¨¢culo exigente al m¨¢ximo para ¨¦l, que adem¨¢s se desenvuelve con la guitarra de forma brillante.
Sus dos compa?eros, Dominic Howard a la bater¨ªa y Christopher Wolstenholme al bajo, enormes m¨²sicos, le secundan a la perfecci¨®n, pero la funci¨®n es de Bellamy. Para el l¨ªder es una pasarela de unos 20 metros que le mete dentro del p¨²blico. Se pega generosas carreras con su guitarra al hombro. Hay cosas grabadas en el recital. Vemos con dificultad a un tipo agazapado detr¨¢s del bater¨ªa, que parece tocar la guitarra y los teclados. A¨²n as¨ª, el tr¨ªo llega con m¨²sica enlatada de casa. Una minucia esto de querer que todos los instrumentos los toquen sujetos con sangre en las venas. En fin, iluso que es uno.
De forma bastante recurrente sale al escenario un ej¨¦rcito de tipos con trajes espaciales forrados de luces LED. Porque qu¨¦ es el fin del mundo sin una tropa uniformada acechante. Cuando el tr¨ªo se entrega a los temas de sus primeros discos (Plug in baby, New born o Time is running out) recordamos que estamos en un concierto de verdad. Cuando se ensimisman con sus obras m¨¢s recientes (interpretan casi entero su ¨²ltimo trabajo, Simulation theory, editado el a?o pasado) volvemos a estar atrapados en el concepto. Algunas son piezas interesantes, pero quedan atrapadas en la mara?a de enga?os visuales. Hubo momentos en los que la gente reaccion¨® con cierta frialdad, quiz¨¢ hipnotizada por alg¨²n rayo l¨¢ser. Tambi¨¦n se vivieron instantes euf¨®ricos, sobre todo con los ¨¦xitos primerizos, convirti¨¦ndose el recinto en una caldera.
Cuando crees que tu cerebro no puede soportar m¨¢s excitaci¨®n, llega la traca final. El tr¨ªo funde un ramillete de canciones (Stockholm syndrome, Assassin, Reapers...) mientras un enorme zombi rob¨®tico irrumpe de las profundidades del Wanda y se mueve por el escenario con una de sus garras extendidas, amenazantes. ?Saldremos de esta con vida? Uno acaba harto del monstruito, que ocupa el protagonismo absoluto durante 15 minutos largos e impide que disfrutemos plenamente de New born. Incluso el mismo zombi parece aburrido y perezoso.
Cuando finalizan las notas de la ¨²ltima canci¨®n, Knighs of Cydonia, alguno se iba decepcionado porque estuvo anunciando toda la noche que Matt Bellamy iba a salir volando por encima de los espectadores. Pero no pas¨®. Solo hubiese faltado eso.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.