Diana Krall y los ingredientes de la f¨®rmula
El saxofonista Houston Person y la pianista redondean una agradable velada de jazz cl¨¢sico en San Sebasti¨¢n
A medida que pasan los a?os, los a?os dorados del jazz norteamericano se convierten en un caldo de cultivo para leyendas vivas que, en su vejez, arrastran su nombre y su prestigio por los escenarios, muchas veces por pura necesidad, enarbolando el hecho de que ellos estuvieron all¨ª: que su figura comenz¨® a cincelarse en aquellas d¨¦cadas m¨ªticas, en las que el jazz que ahora es historia del siglo XX burbujeaba de pura creatividad e inquietud. Pero, por duro que resulte, cuando un m¨²sico traspasa la frontera de los 80 a?os, muchas veces sus directos nos enfrentan a una figura dolorosamente mermada, injusta con su propia leyenda y, en el peor de los casos, simplemente lamentable.
Algo as¨ª podr¨ªa haber ocurrido con el concierto del legendario Houston Person en la jornada del s¨¢bado en el Heineken Jazzaldia, pero ocurri¨® pr¨¢cticamente lo contrario: el saxofonista, excelentemente flanqueado por el organista Ben Paterson y el baterista Willie Jones III, se mostr¨® en relativa buena forma y factur¨® un concierto humilde en su forma, pero muy rico en su fondo, de esos que le hacen a uno sonre¨ªr de puro disfrute, sabi¨¦ndose ante una figura genuina que a¨²n tiene m¨²sica que ofrecer.
Person no solo mantiene el tipo: est¨¢ claro que no es el de antes pero conserva un fraseo refinado que nace en las ense?anzas de Lester Young y llega hasta el saxo empapado en soul que el propio Person bord¨® como pocos en los a?os sesenta y setenta. Decimos esto con prudencia: el saxofonista tiene nada menos que 84 a?os y es obvio que ha vivido mejores ¨¦pocas art¨ªsticas, pero en la plaza de La Trinidad toc¨® con algo m¨¢s de simple dignidad. Tanto ¨¦l como su grupo estuvieron a la altura de la leyenda, siempre y cuando uno lo escuchase con la perspectiva del tiempo. Su sofisticada forma de exponer los temas, los momentos destacados de sus solos y un tono dulce y delicado que le iba tan bien a los temas m¨¢s swingantes, como a las frases te?idas de blues, dejaron un gran recuerdo en Donostia.
Con Diana Krall no hay sorpresas: lo que ves es lo que hay. Hace a?os la vocalista y pianista encontr¨® una f¨®rmula y, m¨¢s importante a¨²n, un p¨²blico, y desde entonces no ha variado demasiado los ingredientes. Si es porque ella misma no tiene mucho m¨¢s que ofrecer o porque no quiere caer en la osad¨ªa de intentar arreglar algo que no est¨¢ roto, no lo sabemos; de lo que no hay duda es de que los ingredientes de esa f¨®rmula son muy relevantes para sus resultados musicales, tal y como pudimos escuchar en el Jazzaldia. Lo que podr¨ªa haber sido un recital normal y corriente de la "f¨®rmula Krall" se convirti¨®, principalmente gracias a sus acompa?antes, en un concierto bastante disfrutable, en el que los momentos estelares de los solistas (incluida la propia Krall, que estuvo muy fina al piano en algunos pasajes) levantaron la propuesta notablemente.
La clave, como decimos, fueron estos acompa?antes: a la imponente secci¨®n r¨ªtmica formada por el contrabajista Robert Hurst y el baterista Karriem Riggins, ambos instrumentistas muy dotados y colaboradores habituales de Krall, se un¨ªa el extraordinario saxo tenor de Joe Lovano y un invitado de ¨²ltima hora, el guitarrista Marc Ribot. Aunque Ribot ya hab¨ªa participado en alguna fecha de la presente gira europea de la pianista, en Donostia fue gracias a su presencia en la troupe de John Zorn ¡ªque presentaba en las dos ¨²ltimas jornadas del festival su Bagatelles Marathon¡ª que pudo ser parte del grupo de Krall (una curiosidad: cuando la pianista actu¨® en 2013 en el Jazzaldia, Ribot se le uni¨® tambi¨¦n en el ¨²ltimo momento, ya que estaba en la ciudad como parte de¡ ?El Masada Marathon de John Zorn! Benditas casualidades).
As¨ª, el concierto se benefici¨® desde el principio de las aportaciones de Lovano y Ribot, que ejercieron como invitados de lujo, compensando las an¨¦micas interpretaciones vocales de Krall y la excesiva contenci¨®n a la que tienden sus shows. El saxofonista se vio ligeramente relegado debido a la presencia de Ribot, pero ambos protagonizaron solos extraordinarios y juntos ayudaron a cocinar un concierto que fue todo lo bueno que pod¨ªa ser. Al final del mismo la cosa estaba empezando a ponerse un poco tediosa, y cuando Krall estaba rematando su versi¨®n del Take It With Me, de Tom Waits, una lluvia torrencial sacudi¨® La Trinidad de improviso. El grupo atac¨® con complicidad el Let It Rain que Krall grab¨® para su ¨¢lbum Glad Rag Doll, despidi¨¦ndose as¨ª en el momento justo, con la canci¨®n ideal y cerrando definitivamente con un luminoso bis en forma del I Was Doing Allright, de los hermanos Gershwin. Misma f¨®rmula, ingredientes de primera, resultados ¨®ptimos.
Babelia
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