Entierro y peine
All¨ª fue cuando me presentaron a Elisardo Bastiaga, un d¨ªa de tanto calor que al muerto lo enterraron en ba?ador
Una semana antes de que su t¨ªo, el ¨²nico hermano de su padre, falleciese de golpe de un infarto ¡°masivo¡± (se dijo ¡°masivo¡± todo el rato en el funeral, como si el muerto no tuviese escapatoria), Elisardo Bastiaga se puso pelo. Llevaba tiempo medit¨¢ndolo, y eligi¨® primeros de junio de 2015 para poder estrenar su tup¨¦ en la playa. Pero muri¨® su t¨ªo y su plan se desbarat¨® de la manera m¨¢s dram¨¢tica. Tuvo que presentarse all¨ª con pelazo para sorpresa de sus familiares, los cuales, los m¨¢s viejos, pensaron que se le hab¨ªa dado por ponerse peluqu¨ªn. Lo peor, sin embargo, no era eso, sino que le quedaba bien. Hab¨ªa rejuvenecido unos a?os y estaba espl¨¦ndido: eso fue lo que peor sent¨®. Adem¨¢s, ?qu¨¦ culpa ten¨ªa ¨¦l?, fue diciendo por ah¨ª cuando la cosa se calm¨®. Ni que hubiera matado a su t¨ªo. De un infarto a¨²n, ?pero ¡°masivo¡±? Salud¨® uno a uno a los deudos, que lo miraron entre el estupor y las ganas sordas de darle una paliza, y fue a sentarse en una silla donde pas¨® la tarde pas¨¢ndose la mano por el pelo, pein¨¢ndose por primera vez despu¨¦s de 20 a?os en aquel escenario monumental.
All¨ª fue cuando me presentaron a Elisardo Bastiaga, un d¨ªa de tanto calor que al muerto lo enterraron en ba?ador, o eso me dijo Bastiaga en un aparte. Me abstuve de apuntar ese detalle porque ya sospech¨¦ que Bastiaga no era un mentiroso sino un personaje tan capaz de creerse que al muerto lo enterraron en ba?ador como de pon¨¦rselo ¨¦l mismo si alguien no le cre¨ªa. Dijese lo que dijese, siempre era mejor cre¨¦rselo; era un hombre de esos que mi madre llama ¡°imposibles¡±. S¨®lo hab¨ªa una manera de salir indemne tras conocer a Elisardo Bastiaga en un funeral: saludarlo en la caja.
Aquel a?o pod¨ªa resumirse as¨ª: dej¨¦ El Mundo por EL PA?S en febrero, mi mujer y yo nos separamos en abril y conoc¨ª a Elisardo Bastiaga en junio. Mi vida era una canci¨®n de Calamaro. Como consecuencia de tantas turbulencias perd¨ª un sentido que siempre hab¨ªa tenido muy acusado: el de saber d¨®nde pod¨ªa haber una buena cr¨®nica. As¨ª que me presentaba en cualquier sitio esperando que el esc¨¢ndalo viniese a m¨ª, pero aquello era como salir a la calle a que te cayese un rayo. Si acab¨¦ en un funeral no fue porque all¨ª pasasen cosas importantes, sino porque ya han pasado, y la gente est¨¢ m¨¢s habladora.
Ese d¨ªa, por ejemplo, Elisardo Bastiaga habl¨® conmigo media hora cont¨¢ndome (¡°qu¨¦ mala suerte, lo que no me pase a m¨ª¡±), lo relatado en el primer p¨¢rrafo. Lo hac¨ªa entre silencios, con un acento gallego tembloroso, y parpadeaba muy despacio, tanto que no sab¨ªas si se estaba quedando dormido o iba a empezar a recitar alg¨²n poema. Dijo ser experto en protocolo, pero reconoci¨® que aquel injerto era imposible de remontar. ¡°Un entierro no es lugar para estrenar nada, mucho menos belleza, hay que deteriorarse, afear, aunque sea unas horas¡±, lament¨®. Cuando me desped¨ª de ¨¦l me palp¨¦ las ropas, como si me hubiese ca¨ªdo un rayo, pero lo que sent¨ª s¨®lo hab¨ªa sido el trueno. Bastiaga era un hombre lento: entre que lo detectas y lo sufres pueden pasar a?os.
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