Los que hacen la revoluci¨®n y los que la sufren
Llega 30 a?os despu¨¦s la traducci¨®n al espa?ol de la cr¨®nica de Simon Schama sobre el episodio de 1789 que convulsion¨® la historia universal
Simon Schama alcanz¨® celebridad por su disecci¨®n del Siglo de Oro de la cultura holandesa publicada en 1987 bajo el sugestivo t¨ªtulo de The Embarrassment of Riches. Su segundo ¨¦xito editorial fue la obra que ahora nos ocupa, publicada en 1989 y que ha tardado 30 a?os en aparecer en Espa?a. Y ello a pesar de las entusiastas adhesiones que suscit¨® en su d¨ªa: Richard Cobb, Bernard Levin, Antony Beevor, George Steiner, etc¨¦tera.
En cualquier caso, lamento no poder sumarme a esa lista de fervorosos partidarios, pese a reconocer sus indudables m¨¦ritos, singularmente el sobresaliente esfuerzo de erudici¨®n, el perfecto conocimiento de los aspectos m¨¢s controvertidos, el loable intento de no dejarse arrastrar por posiciones extremas, la inclusi¨®n individualizada de los personajes secundarios y de los distintos grupos en presencia, la atenci¨®n a las preocupaciones cotidianas de los hombres y las mujeres que vivieron los episodios revolucionarios, la brillante pluma que dota de prestigio literario a la narraci¨®n.
Destaca el esfuerzo por conciliar la grande et la petite histoire, la que mueve el coraz¨®n de los individuos particulares
Y uso este ¨²ltimo t¨¦rmino con propiedad porque, como el autor declara desde el primer momento, su obra es un relato que asume las formas de las cr¨®nicas del siglo XIX. As¨ª, recogiendo literalmente sus propias palabras, el lector puede saber desde la p¨¢gina 25 qu¨¦ clase de libro tiene entre las manos: ¡°Apenas necesito se?alar que lo que sigue no es ciencia. (¡) Aunque de ning¨²n modo es ficci¨®n (pues no hay invenci¨®n intencionada), puede impresionar al lector como relato m¨¢s que como historia. Se trata de un ejercicio de descripci¨®n viva, un di¨¢logo con la memoria de 200 a?os sin ninguna pretensi¨®n de cerrar definitivamente el tema¡±.
En una serie de acontecimientos que abarca todas las regiones de Francia y que se extiende al menos a lo largo de cinco a?os muy intensos y llenos de acontecimientos, una cr¨®nica tiene naturalmente que escoger bien sus tem¨¢ticas y sus personajes. En este sentido, el autor se decanta por poner en primer plano los asuntos m¨¢s sugerentes para un p¨²blico extenso, unos muy conocidos (el collar de Mar¨ªa Antonieta), otros muy poco tratados y por eso m¨¢s sorprendentes (el elefante de yeso de la Bastilla), otros muy ins¨®litos (como la visita del sacerdote Talleyrand a Voltaire, el incansable debelador del ¡°infame¡± catolicismo). Sin embargo, de esta misma elecci¨®n se deriva una narraci¨®n algo ca¨®tica que pasa de una tem¨¢tica a otra sin un hilo conductor suficientemente n¨ªtido, que se adorna de una proliferaci¨®n de nombres propios que poco dicen a quien no est¨¦ muy familiarizado con el contexto general y, sobre todo, que muchas veces deja en penumbra las grandes transiciones entre unas etapas y otras en el transcurso de la revoluci¨®n.
En todo caso, la animada cr¨®nica ofrece el atractivo, deliberadamente buscado por el autor, de la imbricaci¨®n entre lo p¨²blico y lo privado, entre las grandes declaraciones de los discursos pol¨ªticos y las modestas acciones de la vida privada, que sin embargo se refieren a cuestiones tan trascendentes como los sentimientos, las creencias, el amor y la muerte. Como ejemplo, el jacobino Camille Desmoulins ?nos interesa m¨¢s por su adhesi¨®n al proceso revolucionario y sus cr¨®nicas period¨ªsticas o por su amor apasionado hacia su esposa a?orada hasta el ¨²ltimo instante en su cautiverio y ante la guillotina? Forma parte del haber de la obra su esfuerzo por conciliar la grande et la petite histoire, la que traza el giro de la evoluci¨®n de la humanidad y la que mueve el coraz¨®n de cada uno de los individuos particulares. De ah¨ª que resulte un acierto observar de cerca las emociones de los que hacen la revoluci¨®n y de los que sufren bajo la revoluci¨®n.
Ahora bien, el autor no se queda en este plano, sino que, pese a sus declaraciones iniciales, llega a unas conclusiones sobre el sentido de la revoluci¨®n, se define a favor de una determinada teor¨ªa de la revoluci¨®n. Y resulta que finalmente su lectura de los documentos manejados, su formaci¨®n acad¨¦mica y, c¨®mo no, sus opciones personales le llevan a posicionarse a favor de la visi¨®n m¨¢s conservadora de la Revoluci¨®n Francesa, muy contraria a la que condujo a la celebraci¨®n de su bicentenario en 1989. Por un lado, se muestra partidario de la ¡°revoluci¨®n innecesaria¡±, porque la evoluci¨®n favorable de la Francia del siglo XVIII (en el terreno econ¨®mico y cultural) hubiera conducido a una reforma que hubiera logrado los mismos objetivos que pretend¨ªan los patriotas de 1789. En honor a la verdad, en un rasgo de honestidad intelectual, el autor se permite una ¨²nica duda en la p¨¢gina 923: ¡°La pregunta puede volverse contra s¨ª, ya que si, en la pr¨¢ctica, la reforma era todo lo que se necesitaba, no habr¨ªa habido una revoluci¨®n¡±.
Otras afirmaciones son todav¨ªa m¨¢s discutibles. Seg¨²n el autor, los reformistas ilustrados caminaban decisivamente por el sendero de la modernizaci¨®n econ¨®mica y cultural al menos desde la segunda mitad del siglo XVIII, mientras que los revolucionarios estuvieron en contra de esa modernizaci¨®n. Lo primero puede ser cierto, siempre que a?adamos que esa modernizaci¨®n no alcanzaba al terreno social ni al terreno pol¨ªtico, que se manten¨ªan dentro de las coordenadas del Antiguo R¨¦gimen: sociedad estamental y absolutismo sin representaci¨®n de los ciudadanos (aspecto clave en el desencadenamiento de otra revoluci¨®n: la de los Estados Unidos de Am¨¦rica). Lo segundo no lo es en ning¨²n caso, pues los cuadros revolucionarios se nutrieron por lo general de esos mismos reformistas, aunque ya radicalizados social y pol¨ªticamente.
Y el debate podr¨ªa continuar. ?La violencia, como sostiene el autor, fue el motor y la raz¨®n de ser de toda la revoluci¨®n? Y, por ¨²ltimo, ?la revoluci¨®n fue un fracaso? Si nos detenemos en el 9 termidor de 1794 puede pensarse as¨ª, pero si vemos su continuidad entre los mismos protagonistas de la ¡°reacci¨®n termidoriana¡± y, sobre todo, su consolidaci¨®n bajo Napole¨®n, opinaremos lo contrario, pues los ideales revolucionarios se impusieron no s¨®lo en Francia, sino finalmente en toda Europa (aunque en muchos lugares tuvieran que desencadenarse otras revoluciones en los a?os 1830 o 1848). Frutos de la revoluci¨®n fueron la primac¨ªa de la Constituci¨®n, la separaci¨®n de poderes, la igualdad de todos ante la ley, la garant¨ªa de los derechos individuales, la proclamaci¨®n de un Estado laico frente a toda religi¨®n y al mismo tiempo tolerante con las creencias, el propio concepto de ciudadan¨ªa que inspira el t¨ªtulo del libro de Simon Schama.
Ciudadanos. Una cr¨®nica de la Revoluci¨®n francesa. Simon Schama. Traducci¨®n de An¨ªbal Leal Fern¨¢ndez. Debate, 2019. 1.020 p¨¢ginas. 39,90 euros.
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