Confirmaciones y descubrimientos del Festival de M¨²sica Antigua de Utrecht
Los grupos La Fonte Musica, Vox Luminis y Le Po¨¨me Harmonique ofrecen los conciertos m¨¢s destacados de los ¨²ltimos d¨ªas en la cita holandesa
Quien haya decidido dejarse arrastrar por el vendaval de conciertos que se han sucedido estos d¨ªas, como es costumbre, en el Festival de M¨²sica Antigua de Utrecht habr¨¢ podido hacerse una idea muy clara de varias de las m¨¢s importantes tendencias interpretativas actuales dentro de un ¨¢mbito que, de alguna manera, posee una vida y una fisonom¨ªa propias. Tambi¨¦n habr¨¢ aprendido, y mucho, sobre la m¨²sica que se hizo en N¨¢poles a lo largo de no menos de seis siglos: lejos de ser completo, el panorama debe de haber sido el m¨¢s ambicioso jam¨¢s propuesto, con conciertos dedicados monogr¨¢ficamente a compositores de los que o¨ªr una sola obra en las programaciones habituales constituye ya toda una rareza. La cercan¨ªa en el tiempo permite, adem¨¢s, trazar f¨¢cilmente comparaciones y correlaciones entre interpretaciones de una misma obra o establecer semejanzas y divergencias entre m¨²sicos y grupos que abordan repertorios similares.
Exactamente con una semana de diferencia, por ejemplo, y en id¨¦ntico escenario, ha podido escucharse una de esas obras que, por razones obvias, deber¨ªan sonar habitualmente en nuestro pa¨ªs: el Stabat Mater de Domenico Scarlatti, que vivi¨® durante gran parte de su vida profesional en Madrid. El 25 de agosto lo interpret¨® Gli Angeli Gen¨¨ve, mientras que el 1 de septiembre le dio vida, en el concierto de clausura del festival, Vox Luminis. Las diferencias entre ambas versiones han sido abismales: la primera, dirigida por Stephan MacLeod, mostr¨® desequilibrios ostensibles y no result¨® nada f¨¢cil seguir ni comprender la compleja polifon¨ªa a diez voces del compositor napolitano. La segunda, en cambio, sin director, fue un dechado de transparencia, de l¨®gica, de virtuosismo en la plasmaci¨®n de todos los hilos del tejido contrapunt¨ªstico, compatible con una perfecta dicci¨®n del texto.
El Stabat Mater es una obra para diez voces verdaderamente solistas. Tanto en Gli Angeli Gen¨¨ve como en Vox Luminis hab¨ªa grandes cantantes, pero les separaban tres diferencias esenciales: el tiempo dedicado a los ensayos, la concepci¨®n de c¨®mo debe enfrentarse un grupo a este repertorio y, no menos importante, la vivencia y el conocimiento de la propia obra. La formaci¨®n suiza pareci¨® haber montado esta obra espec¨ªficamente para el concierto ofrecido en Utrecht, mientras que la agrupaci¨®n belga lleva interpret¨¢ndola desde su nacimiento hace quince a?os, hasta el punto de que fue la que optaron por grabar en su primer disco. Diez excelentes cantantes no forman un todo unitario y verdaderamente homog¨¦neo, que es justamente lo que pudo percibirse en la desangelada suma de individualidades de Gli Angeli Gen¨¨ve. Sus colegas poseen, en cambio, un sonido propio e inconfundible, un enfoque interpretativo perfectamente identificable y, sin renunciar a sus distintas personalidades, una identidad compartida.
Que se les haya confiado el concierto de clausura del festival es un privilegio que se han ganado con sus intervenciones de sus ¨²ltimos a?os y con el que han roto por fin la maldici¨®n de varios finales recientes de festival muy decepcionantes, porque nadie pudo salir insatisfecho de un programa coherente (una toccata y un curioso madrigal arcaizante del palermitano Alessandri Scarlatti, napolitano de adopci¨®n, y tres sonatas y cuatro obras vocales sacras de Domenico, napolitano de nacimiento), con perfectas conexiones tonales, textuales y tem¨¢ticas entre las piezas, interpretado como un bloque compacto con la seriedad y con ese halo de profundidad que envuelven siempre los conciertos de Vox Luminis. Hubo un par de apuntes de espacialidad (las sucesivas entonaciones en canto llano de Robert Buckland avanzando progresivamente por las galer¨ªas hasta recorrer por completo la forma octogonal de la sala, el madrigal interpretado por cinco voces y tiorba tambi¨¦n en lo alto, entre el p¨²blico) y el tono luctuoso, que hab¨ªa caracterizado asimismo su interpretaci¨®n el jueves por la noche en la catedral, junto con el grupo Il Gardellino, del muy poco conocido R¨¦quiem de Niccol¨° Jommelli, contrast¨® con la atm¨®sfera celebratoria final, en la que el tenor Raffaele Giordani cant¨® con tanta discreci¨®n como emoci¨®n uno de los grandes cl¨¢sicos de la canci¨®n napolitana, ¡¯O surdato ¡¯nnammurato.
En el concierto de Gli Angeli Gen¨¨ve tambi¨¦n hab¨ªa sonado una de las grandes obras maestras que ha dado la m¨²sica nacida en N¨¢poles: el Stabat Mater de Pergolesi. Su versi¨®n fue demasiado artificiosa y con tempi en exceso forzados. El pasado s¨¢bado por la noche se presentaba la posibilidad de una nueva comparaci¨®n, en este caso con dos escenarios diferentes, ya que el concierto del Ensemble Tourbillon se hab¨ªa programado, con buen criterio, en la Geertekerk, un espacio m¨¢s reducido que la gran sala del TivoliVredenburg y m¨¢s adecuado para la intimidad que reclama la obra de Pergolesi, si bien su gran resonancia exige aquilatar al m¨¢ximo la din¨¢mica. Se contaba adem¨¢s con dos excelentes cantantes: la soprano Hana Bla?¨ªkov¨¢ (omnipresente en las plantillas de los mejores grupos de m¨²sica antigua) y la mezzosoprano Monika J?gerov¨¢, poseedora tambi¨¦n de una voz de gran calidad, aunque menos experimentada que su compatriota.
Sin embargo, la direcci¨®n del violagambista Petr Wagner fue decepcionante de principio a fin: tosca, a ratos incluso hiriente, pareci¨® huir adrede de toda delicadeza y plantear, por el contrario, una versi¨®n violenta, casi feroz, del sufrimiento de Mar¨ªa a los pies de la cruz. Animada, o al menos no contenida por Wagner, Bla?¨ªkov¨¢ cant¨® con frecuencia demasiado fuerte (al igual que hab¨ªa hecho Ana Quintans el domingo anterior), como si la intensidad emocional tuviera que ir de la mano del desafuero sonoro. El Ensemble Tourbillon tampoco caus¨® una gran impresi¨®n y los tempi apresurados y faltos de reposo impuestos por Wagner supusieron un obst¨¢culo a?adido. Hubo ¨²nicamente algunos momentos disfrutables (la secci¨®n Quando corpus morietur, lo mejor del concierto), gracias sobre todo a la enorme calidad vocal de ambas cantantes, pero ninguna de las dos interpretaciones escuchadas estos d¨ªas ha logrado hacer justicia a esta aut¨¦ntica obra maestra de la m¨²sica de impronta napolitana.
Casi lo contrario podr¨ªa afirmarse del concierto ofrecido en la Jacobikerk el viernes por la tarde por el grupo franc¨¦s Le Po¨¨me Harmonique (con la arpista espa?ola Sara ?gueda entre sus filas). Bastaba ver el programa confeccionado por su director, Vincent Dumestre, para comprobar que lo que nos esperaba era una propuesta muy bien pensada, que empezaba en la N¨¢poles profana y bulliciosa de sus calles para adentrarse enseguida en sus iglesias barrocas, con ambos mundos ¨Cprofano y religioso, el agua salada y el agua bendita¨C casi, o literalmente, indistinguibles, como en las diversas obras nacidas conforme a la t¨¦cnica del contrafactum, esto es, piezas seculares en su origen que ven sustituido su texto por uno sacro sin apenas modificar su identidad musical. O lo que Dumestre llama, tomando prestado un t¨¦rmino del mundo del arte, anamorfosis, ya que lo que se ve (se oye) parece muy diferente de lo que se encuentra retratado, aunque, tras adoptar el punto de vista adecuado, acaba por revelarse su aut¨¦ntica esencia.
El director franc¨¦s domin¨® las dos variables esenciales ¨Ctiempo y espacio¨C de todo gran concierto, y el suyo lo fue de principio a fin. Sus m¨²sicos llegaron al escenario procesionando desde el fondo de la iglesia, cantando Venite, o voi gentile, una pieza an¨®nima de aire festivo pero que animaba ¡°a dar las gracias al Se?or¡±. Y al poco son¨® una obra de uno de los m¨²sicos que estuvieron en activo en N¨¢poles y que m¨¢s hemos echado de menos estos d¨ªas, Luigi Rossi, cuyo lamento Un ferito cavalier (que canta la reina de Suecia tras la muerte de Gustavo Adolfo II) se convierte, por obra y gracia del invasivo esp¨ªritu contrarreformista, en Un allato messagier, una deploraci¨®n por la muerte de Cristo. La obra fue interpretada por uno de los mayores descubrimientos de estos d¨ªas: la mezzosoprano francesa Eva Za?cik. Con un total dominio de la sprezzatura, una dicci¨®n perfecta y una voz honda, d¨²ctil, rica y llena de recursos, elev¨® el concierto a unas alturas que ya no abandonar¨ªa hasta el final. Siguieron obras de Monteverdi (en las que de nuevo las pasiones amorosas o el esp¨ªritu belicoso de Altri canti di Marte se convirtieron, merced a su nuevo texto, en arrebatos m¨ªsticos), an¨®nimas y puramente instrumentales, en las que se lucieron los ocho ta?edores del grupo (incluido el propio Dumestre al la¨²d), aunque no puede dejar de destacarse al cornetista Adrien Mabire, que cada vez que pasa por Utrecht ratifica que, hoy por hoy, encabeza el escalaf¨®n de su instrumento: por la calidad de su sonido, por la adecuaci¨®n estil¨ªstica de sus improvisaciones y por una musicalidad contagiosa que brilla en todo momento con luz propia. ?l y Eva Za?zik fueron los dos grandes faros de un concierto excepcional.
Dumestre hab¨ªa planteado una secuencia de obras que iban entrelaz¨¢ndose de manera natural y que culminaba en el famoso Miserere de Allegri, si bien despojado de todas las fantas¨ªas rom¨¢nticas con que suele aderezarse, aunque dejando a la vez a sus sopranos que improvisaran libremente en los puntos cadenciales. Situ¨® a sus cantantes en el medio y a ambos lados de la nave central, respondi¨¦ndose un coro a otro hasta que las nueve voces se unieron en el ¡°tunc imponent super altare tuum vitulos¡± final. Fue un cierre intimista y que no buscaba el aplauso f¨¢cil, en consonancia con todo la anterior, pero Dumestre hab¨ªa conseguido mantener a todo el p¨²blico maravillado y concentrado de principio a fin. O gloriose martyr, un madrigal profano sacralizado por el propio Monteverdi, y el final de Il terremoto de Antonio Draghi fueron la doble respuesta al entusiasmo m¨¢s que justificado de los aficionados que llenaban la iglesia.
Los aplausos, sin embargo, no son la medida de nada. Es probable que muchos de quienes aclamaron a Le Po¨¨me Harmonique hicieran lo propio el d¨ªa siguiente en el concierto de L¡¯Arpeggiata, un grupo adorado en Utrecht, ya que buena parte de su ¨¦xito se ha cimentado aqu¨ª. Son vitoreados nada m¨¢s salir al escenario, antes de que hayan tocado o cantado una sola nota. Su concierto fue, sin embargo, una sucesi¨®n indigerible de clich¨¦s y chistes en un ambiente de jocundia generalizada: Christina Pluhar, su directora, perece empe?ada en convencernos de que la m¨²sica antigua es ¨Ctiene que ser¨C divertida. En su momento, a principios de la d¨¦cada anterior, L¡¯Arpeggiata supuso una bocanada de aire fresco en el mundo entonces a¨²n muy r¨ªgido y polarizado de la m¨²sica antigua. El problema es que, veinte a?os despu¨¦s, el grupo se ha convertido en una pobre caricatura de s¨ª mismo. Buena parte de sus miembros (la que m¨¢s, la soprano Celine Scheen, encantada de formar parte de la fiesta) se pasaron el concierto ri¨¦ndose y haciendo gestos ostensibles de cu¨¢nto estaban divirti¨¦ndose. El p¨²blico re¨ªa tambi¨¦n las gracias, sin reparar en que, musicalmente, lo que se o¨ªa era de una pobreza infinita. Con incesantes ostinati en la nutrid¨ªsima secci¨®n del continuo para que sus instrumentistas pudieran improvisar de manera jazz¨ªstica (un truco que vienen explotando desde hace a?os), casi nada de lo que hicieron ten¨ªa mucho sentido, salvo buscar a toda costa el entretenimiento f¨¢cil del p¨²blico. Con cuatro espa?oles entre sus filas, cuesta acostumbrarse a ver a un m¨²sico serio y capaz como Josetxu Obreg¨®n participando en esta astracanada. Quien parec¨ªa m¨¢s desconectado de las risas y la algarab¨ªa generalizada era el cornetista Doron Sherwin, miembro del grupo desde sus or¨ªgenes, que toca ahora tambi¨¦n muy por debajo del extraordinario nivel que sol¨ªa exhibir hace unos a?os.
Pocas horas despu¨¦s, el domingo por la ma?ana, L¡¯Arpeggiata repiti¨® lleno en el TivoliVredenburg (una sala en la que no es f¨¢cil agotar las localidades) con su viejo programa en torno a la tarantella, que interpretaron en 2002 en el auditorio del Colegio de M¨¦dicos de Madrid. Lo escuchado ahora es tambi¨¦n una sombra de aquello, con la bailarina Anna Dego banalizando sus intervenciones de anta?o y con peores cantantes (la voz casi blanca y transparente de Vincenzo Capezzuto fue, literalmente, inaudible durante todo el concierto) e instrumentistas, aunque el espect¨¢culo circense de Sergu¨¦i Saprichev con dos panderetas fue muy aplaudido. El adjetivo no es exagerado: un concierto as¨ª es la encarnaci¨®n perfecta del panem et circenses romano. Consolaba ver que un par de ni?os de cinco o seis a?os estuvieron absortos y sin despegar un momento los ojos del escenario: en realidad, es un espect¨¢culo para ellos. Fueron apenas 50 minutos de concierto coronado con la misma propina repetida dos veces, la segunda con el aliciente de sacar a bailar al escenario a un pobre incauto que estaba sentado en primera fila, mientras Christina Pluhar reclamaba las inevitables palmas acompasadas de un p¨²blico embobado. Un bochorno.
Un par de m¨²sicos que han abandonado L¡¯Arpeggiata (o viceversa, nunca se sabe), la violinista Veronika Skuplik y la soprano Nuria Rial, han creado una escisi¨®n a peque?a escala bautizada como UrgentMusic. Su concierto tuvo muy poca historia y el programa, con presencia destacada de Andrea Falconieri, era menos deslavazado que los ofrecidos por su antigua mentora, pero abundaba en resabios que remit¨ªan de inmediato al grupo con que han colaborado tantos a?os. Rial intent¨® suplir con una gesticulaci¨®n constante las notorias carencias expresivas de su voz y acab¨® cantando fuera de programa una versi¨®n abarrocada de O sole mio, lo que demuestra que a¨²n hay margen para que el list¨®n siga bajando. Del cap¨ªtulo de decepciones deben tambi¨¦n formar parte el violinista Evgueni Sviridov (virtuosismo huero y con trazas de violinista moderno) y la arpista Mara Galassi (lecturas planas y sin ning¨²n inter¨¦s musical). El problema, el viernes, de los conciertos ofrecidos por Dolce Conforto (con la muy interesante soprano Marie Lys) y el Ensemble Odyssee (con la demasiado enf¨¢tica Raffaella Milanesi) fue no tanto la interpretaci¨®n como el muy escaso inter¨¦s del repertorio abordado. Aunque su enfoque volvi¨® a ser intachable, el segundo concierto de Cantar Lontano y Marco Mencoboni, con el R¨¦quiem de Francesco Durante en la Jacobikerk, tampoco dej¨® el excelente sabor de boca de sus V¨ªsperas de Diego Ortiz, en parte porque se trata de una m¨²sica muy atomizada, con buenas ideas musicales apenas desarrolladas, y en parte porque un n¨²mero quiz¨¢s excesivo de cantantes e instrumentistas saturaron en varios momentos las capacidades ac¨²sticas de la Jacobikerk.
Pero, mejor que abundar en lo negativo, es recordar brevemente lo que de excepcional ha tenido el tramo final del Festival de Utrecht, una lista que debe estar encabezada sin ninguna duda por el concierto ofrecido el mismo s¨¢bado en la Willibrordkerk (una de las dos iglesias cat¨®licas del centro de la ciudad) por La Fonte Musica con un programa de piezas an¨®nimas y de dos figuras envueltas en la oscuridad del glorioso Trecento musical italiano: Antonello y Filippotto da Caserta. Al igual que los anteriores e inolvidables conciertos de m¨²sica medieval de comienzos de semana (protagonizados por Le Miroir de Musique y el Ensemble Leones), Michele Pasotti no es amante ni de la especulaci¨®n ni de la invenci¨®n, sino de dejar hablar a las fuentes originales (de ah¨ª el? nombre de su grupo). Con cuatro cantantes y cinco instrumentistas excepcionales (¨¦l mismo al la¨²d dibujando el tempo de la m¨²sica con el movimiento oscilante de su cuerpo), tambi¨¦n ¨¦l recurri¨® a la espacialidad para enriquecer unas interpretaciones t¨¦cnicamente sobresalientes. Los diez minutos de En attendant, de Filippotto da Caserta, bastaron para compensar con creces todos los conciertos olvidables e innecesarios de estos d¨ªas.
Subida en el p¨²lpito de la iglesia, Alena Dantcheva desgran¨® el texto franc¨¦s y la sinuosa l¨ªnea vocal con una maestr¨ªa, una intensidad y una emoci¨®n que pocas sopranos podr¨ªan igualar. Los otros cantantes, situados en lo alto de la galer¨ªa opuesta, se unieron a ella en el verso final de cada estrofa (¡°Per sa dignit¨¦ et tr¨¨s noble puissance¡±). En otras piezas, Pasotti jug¨® con el recurso de doblar o no voces y/o instrumentos para introducir mayor variedad, haciendo cantar a las tres sopranos al un¨ªsono (Francesca Cassinari y Alice Borciani demostraron una calidad igualmente excepcional) en el cuarteto final del poema del madrigal Del glorioso titolo, de Antonello da Caserta, la obra que cerr¨® uno del que ha sido sin duda uno de los mejores conciertos del festival. La Fonte Musica es un grupo perfectamente desconocido en Espa?a, que es, adem¨¢s, donde vive la soprano b¨²lgara Alena Dantcheva desde hace a?os. Pero muchos programadores siguen atrapados en la dictadura de los grandes nombres y de f¨®rmulas y repertorios repetidos ad infinitum.
La Lutherse Kerk, la m¨¢s peque?a de las que acogen conciertos habitualmente, ha sido, como de costumbre, el escenario de conciertos diarios de clave, que nos han permitido escuchar programas inusuales y extremadamente interesantes. Tras el extraordinario homenaje a Giovanni Maria Trabaci de Marco Mencoboni, ya comentado en una cr¨®nica anterior, Jean-Marc Aymes ¨Cm¨¢s serio y menos expansivo y creativo que el italiano¨C hizo lo propio con Giovanni de Macque, tenido por el fundador de la escuela napolitana de m¨²sica para teclado. Destac¨® la capacidad del franc¨¦s para crear texturas claras, con las voces perfectamente distinguibles. A las interpretaciones de Enrico Baiano en su programa monogr¨¢fico dedicado a Pietro Domenico Paradisi les habr¨ªa venido bien un poco de sosiego: tocadas de memoria y con un alarde de t¨¦cnica, sus versiones tendieron siempre a la premura y a un cierto mecanicismo. Cristiano Gaudio fue un int¨¦rprete impersonal de las seis Sonatas de Francesco Durante, m¨¢s expresivo en los movimientos lentos que en los r¨¢pidos, lastrados a veces por cierta confusi¨®n. Louise Acabo fue, en cambio, la mejor sorpresa de la semana y la ¨²ltima perla de la inagotable cantera francesa de grandes clavecinistas. El compositor que se le adjudic¨®, el gran Ascanio Mayone, se adecua muy bien a su manera de tocar y a su gusto por resaltar las s¨²bitas y chocantes disonancias que constituyen una de las se?as de identidad de la m¨²sica napolitana de la ¨¦poca. Muy joven, y con un amplio margen para seguir madurando, Acabo apunta a una int¨¦rprete de enorme proyecci¨®n internacional. Muy poco inter¨¦s tuvieron, por el contrario, el Alessandro Scarlatti de Bart Naessens, de dedos ¨¢giles pero poco imaginativo, y el Giovanni Salvatore del portugu¨¦s Fernando Miguel Jal?to, demasiado plano e irrelevante. Dos j¨®venes int¨¦rpretes italianos han cerrado brillantemente la semana: Giovanni Paganelli, int¨¦rprete de las mejores versiones de Alessandro Scarlatti o¨ªdas estos d¨ªas y art¨ªfice de ejecuciones luminosas y frescas de nueve de los Essercizi de Domenico, con ornamentaciones de alta escuela en las repeticiones de cada secci¨®n; y Andrea Buccarella, muy s¨®lido y musical, un int¨¦rprete ya muy hecho que en su programa mixto (Greco, Durante y Fago) se reivindic¨® como la gran promesa actual de la escuela clavecin¨ªstica italiana.
N¨¢poles fue tambi¨¦n la protagonista absoluta en la medianoche del s¨¢bado con la proyecci¨®n cinematogr¨¢fica de varias pel¨ªculas o documentales mudos (menos de un minuto de la lava manando tras una explosi¨®n del Vesubio, una fiesta popular en sus calles, un recorrido por sus edificios emblem¨¢ticos o dos cortometrajes de ficci¨®n, Los ¨²ltimos d¨ªas de Pompeya y Una conjura contra Murat) que fueron muy bien ilustrados musicalmente en directo al ¨®rgano por Martin de Ruiter. Y, aunque se ha perdido la oportunidad de abundar m¨¢s en lo que, en un estudio cl¨¢sico, Allan Atlas denomin¨® La m¨²sica en la corte aragonesa de N¨¢poles, el festival ha servido al menos para retomar el contacto con el Instituto Cervantes de Utrecht (el ¨²nico en Holanda), donde se han celebrado varias conferencias y presentaciones de conciertos. Es una pena que no se haya aprovechado la ocasi¨®n para retomar lo que fue una tradici¨®n del festival durante muchos a?os, la celebraci¨®n en el central¨ªsimo edificio de la Domplein de la que se bautiz¨® en su d¨ªa como Conferencia Cervantes, y que podr¨ªa haber contado este a?o con la presencia del music¨®logo Jos¨¦ Mar¨ªa Dom¨ªnguez como m¨¢ximo experto actual en las relaciones musicales entre Espa?a y N¨¢poles durante el Barroco, que ha sido, adem¨¢s, la ¨¦poca hist¨®rica m¨¢s y mejor explorada por la programaci¨®n.
Para terminar, el concierto de clausura de Vox Luminis no fue, en realidad, tal. El domingo por la noche, Mitzi Meyerson ofreci¨® para unas pocas decenas de oyentes incombustibles un ¡°postludio¡±, un recital de clave titulado Vedi Napoli... e poi muori. Fue un programa enteramente protagonizado por composiciones f¨²nebres francesas (de Louis y Fran?ois Couperin, y Jean-Henry D¡¯Anglebert) y por el m¨¢s afrancesado de los compositores alemanes para tecla del siglo XVII, Johann Jakob Froberger, de quien toc¨®, entre otras obras, una que es extraordinaria ya desde su t¨ªtulo: Meditation faite sur ma mort future. Meyerson es una gran dama del clave y lo confirm¨® con versiones fluidas y dolientes, sin cargar en un solo momento las tintas. Los lamentos (?existe m¨²sica m¨¢s hermosa que el Tombeau de Monsieur Blancrocher de Louis Couperin?) sonaron, conectados con N¨¢poles, a una celebraci¨®n de la vida, en la l¨ªnea del R¨¦quiem de Mozart de Romeo Castellucci que se estren¨® el pasado mes de julio en Aix-en-Provence. Lo que es seguro es que, tras la despedida de ayer, el Festival de M¨²sica Antigua de Utrecht volver¨¢ el a?o que viene, y su tema, esta vez sin ataduras de pa¨ªses, ciudades o estilos, ya ha sido anunciado: Ars rhetorica.
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