Hora de Ribeyro
La gran novela que el escritor peruano pensaba que no iba a lograr la estuvo escribiendo d¨ªa por d¨ªa durante 30?a?os
De vez en cuando, a lo largo de las muchas p¨¢ginas y muchos a?os de sus diarios, Julio Ram¨®n Ribeyro reflexiona con cierta melancol¨ªa sobre su incapacidad para escribir esas grandes novelas abarcadoras o totalizadoras que iban publicando casi todos los miembros de su generaci¨®n latinoamericana. En alg¨²n momento anota que los lectores y los cr¨ªticos europeos prefieren a novelistas de ambici¨®n ¨¦pica: ¨¦l, Ribeyro, que carece por completo de ella, que tiende a la escritura breve y a las historias de gente sin brillo, se da cuenta de que para ser celebrado en Europa le ser¨ªa necesario irradiar un exotismo y una desmesura como los que cultivaban con tanto ¨¦xito los m¨¢s celebrados de sus contempor¨¢neos, Garc¨ªa M¨¢rquez, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, el Jos¨¦ Donoso de El obsceno p¨¢jaro de la noche o su compatriota y amigo intermitente Mario Vargas Llosa. Ribeyro dice que le dan envidia esas novelas que los cr¨ªticos califican como ¡°frescos¡±: grandes panoramas sobre ¨¦pocas o pa¨ªses. ¡°Yo nunca podr¨¦ concebir un ¡®fresco¡¯, ni menos escribirlo, no cabe en mi esp¨ªritu abarcarlo¡±. En sus novelas cicl¨®peas, Carpentier, Vargas Llosa, Carlos Fuentes parec¨ªan querer medirse con la amplitud de la historia, con las geograf¨ªas y las mitolog¨ªas de un continente entero. ¡°Yo he pasado siempre al lado de la historia y he penetrado en la vida por puertas m¨¢s peque?as y disimuladas como pueden ser la aventura privada o la an¨¦cdota¡±, escribe en una anotaci¨®n de 1970.
La inclinaci¨®n por lo breve, por lo fragmentario, por esas puertas m¨¢s peque?as y disimuladas que los p¨®rticos columnarios de otros tiene que ver con el lugar secundario que se sol¨ªa reservar a Ribeyro en el feroz escalaf¨®n competitivo y masculino de la literatura latinoamericana en las d¨¦cadas del boom. Como el propio t¨¦rmino implica adecuadamente, hab¨ªa algo en exceso explosivo y hasta inflacionario en aquel movimiento, una especie de escalada armament¨ªstica en la que cada autor aspiraba a abrumar a todos los dem¨¢s y al p¨²blico lector y a la cr¨ªtica con artefactos narrativos cada vez m¨¢s desmesurados: novelas como portaviones, como misiles de cabezas nucleares, como naves espaciales de la envergadura de las que empezaban a llenar por la misma ¨¦poca las pantallas de los cines. Las figuras de los escritores latinoamericanos se agigantaban al mismo ritmo que sus novelas: cobraban una presencia de s¨ªmbolos de sus pa¨ªses, del continente entero; viajaban como presidentes o enviados plenipotenciarios; actuaban como confidentes o cortesanos de dictadores que hasta parec¨ªan salidos de las novelas que ellos mismos escrib¨ªan. Carlos Fuentes entraba en un sal¨®n con el mismo aplomo y tan rodeado de edecanes como un presidente de M¨¦xico. Mario Vargas Llosa estuvo a punto de ser presidente de Per¨². Garc¨ªa M¨¢rquez formaba parte del c¨ªrculo ¨ªntimo de Fidel Castro, quien seg¨²n iba envejeciendo se parec¨ªa m¨¢s a un tirano de novela barroca latinoamericana, para ser exactos de El oto?o del patriarca. El modelo de todos ellos parec¨ªa haber sido Pablo Neruda, con su empaque papal, su predilecci¨®n por los escenarios oficiales y sus cataratas y acumulaciones andinas de versos desbordados. Sin dar nombres, Julio Ram¨®n Ribeyro resume ir¨®nicamente toda esa escuela en una entrada de sus Prosas ap¨¢tridas: ¡°La ostentaci¨®n literaria de muchos escritores latinoamericanos. Su complejo de proceder de zonas perif¨¦ricas, subdesarrolladas, y su temor a que los tomen por incultos. La voluntad demostrativa de sus obras¡ Probar que tambi¨¦n pueden englobar toda una cultura y expresarla en una hoja enciclop¨¦dica que resuma 20 siglos de historia. Aspecto nuevo rico de sus obras: palacetes heter¨®clitos, monstruosos, recargados¡¡±.
Hab¨ªa escritores mucho menos visibles, aunque sin duda m¨¢s vers¨¢tiles, que se mov¨ªan m¨¢s o menos a la sombra de aquellos maestros monumentales, un poco a la manera de los mam¨ªferos en el mundo dominado por los dinosaurios. Julio Ram¨®n Ribeyro era uno de ellos: como Juan Carlos Onetti, por ejemplo, o como Idea Vilari?o, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares. ?Onetti ironizaba sobre la superioridad del prost¨ªbulo de Vargas Llosa en La casa verde con respecto al suyo de Juntacad¨¢veres: ¡°El de Mario era mejor porque ten¨ªa orquesta¡±.
Sin necesidad de un meteorito que acabara con ella, la era de los grandes dinosaurios parece que se ha quedado atr¨¢s. Los grandes frescos, los muralismos colosales, ya nos agobian, y preferimos formatos m¨¢s cercanos a los de la experiencia cotidiana, voces que nos hablen con naturalidad, incluso que parezca que hablan en voz baja y al o¨ªdo, en lugar de atronarnos desde un p¨²lpito o desde la megafon¨ªa de un estadio. La pasi¨®n amorosa, la vehemencia pol¨ªtica nos estremecen con m¨¢s hondura en los versos de Idea Vilari?o que en los de Pablo Neruda. Y lo que nos seduce de Julio Ram¨®n Ribeyro es justo aquello mismo que a ¨¦l, en sus momentos de incertidumbre, le parec¨ªa una deficiencia: el tono murmurado de su estilo, la escala ¨ªntima de los mundos que imagina y que cuenta; y por encima de todo, la capacidad de resumir un fragmento de vida verdadera en una breve escena observada en la calle, y la franqueza de una voz estrictamente personal, que nunca se imposta en la predicaci¨®n ni en la ¨¦pica, que se atreve a examinar sin ¨¦nfasis ni egocentrismo los propios sentimientos, lo fr¨¢gil y lo dudoso y lo indigno que hay en la vida de cada uno. El instrumento de esa exploraci¨®n es el diario, o el cuaderno de apuntes en el que se va dejando constancia cotidiana de las ocurrencias, las incertidumbres, las iluminaciones.
Como todo el que sabe sobre todo concentrarse en lo breve, Ribeyro ten¨ªa el remordimiento de no haberse atrevido a las novelas de grandes extensiones. Pero en su diario, sin propon¨¦rselo, sin el esfuerzo de levantar complicados andamios narrativos, fue creando precisamente aquello de lo que menos capaz se sent¨ªa, un libro que abarcaba toda una vida y toda una ¨¦poca, su viaje de ida y vuelta entre Per¨² y Europa, el tr¨¢nsito de las ciudades, los amores, las amistades, las lecturas, la pobreza, la vocaci¨®n literaria, la paternidad, la enfermedad. Las primeras anotaciones de La tentaci¨®n del fracaso est¨¢n escritas en Lima, en 1950; la ¨²ltima es del 30 de diciembre de 1978. La gran novela que Julio Ram¨®n Ribeyro pensaba que no iba a lograr la estuvo escribiendo d¨ªa por d¨ªa durante 30 a?os. Era esa y no otra la forma literaria que se correspond¨ªa con su manera a la vez desapegada y cordial de estar en el mundo: ¡°Floto entre dos aguas, pico de aqu¨ª y de all¨¢, acepto con la mayor sangre fr¨ªa ideas contradictorias, carezco en absoluto de opiniones¡±.
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