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As¨ª empieza el nuevo libro de Dolores Redondo

EL PA?S ofrece las primeras p¨¢ginas de 'La cara norte del coraz¨®n', una nueva investigaci¨®n de la inspectora Amaia Salazar, que llega a las librer¨ªas el martes (Destino)

La escritora Dolores Redondo.
La escritora Dolores Redondo.

1. Albert y Martin

Brooksville, Oklahoma

Albert

Albert ten¨ªa once a?os y no era mal chico, pero el d¨ªa de los asesinatos desobedeci¨® a sus padres. No lo hizo por? que le gustase contrariarlos, fue simplemente porque pens¨® que, como en los anteriores avisos, al final no pa?sar¨ªa nada. La previsi¨®n meteorol¨®gica llevaba horas advirtiendo de la formaci¨®n de una gran tormenta, vientos c¨¢lidos y fr¨ªos que, al colisionar all¨¢ arriba, des?cender¨ªan hasta tocar tierra en forma de tornados. Pero lo cierto era que estaban en constante alerta desde que hab¨ªa comenzado la primavera. Su madre manten¨ªa el televisor de la cocina a todo volumen a pesar de que el informativo era un bucle que volv¨ªan a emitir en cuan?to terminaba, y pobre de ti si se te ocurr¨ªa bajar el volu?men o cambiar el canal. Sus padres se tomaban muy en serio el tema de los tornados, y Albert no entend¨ªa por qu¨¦. Al fin y al cabo su casa nunca se hab¨ªa visto afec?tada por uno. As¨ª que cuando por la ma?ana les dijo que hab¨ªa quedado con Tim, el chico de los Jones, para jugar en su casa, se negaron en redondo a dejarle salir. La granja de los Jones ya hab¨ªa sido devastada por una tor? menta tres a?os atr¨¢s, y no hab¨ªa raz¨®n para creer que algo as¨ª no pudiera repetirse. El tema estaba zanjado. Permanecer¨ªan todos en la casa y bajar¨ªan al refugio en cuanto sonasen las alarmas.

Albert no protest¨®. Dej¨® su taza en el fregadero des?pu¨¦s de desayunar y se escabull¨® por la puerta de atr¨¢s. Llevaba recorrido la mitad del camino que separaba su casa de la granja de los Jones cuando comenz¨® a darse cuenta de que algo raro pasaba. Las nubes que hab¨ªan cubierto el cielo a primera hora de la ma?ana se despla? zaban a toda velocidad; el sol se colaba entre ellas proyec?tando sobre la tierra siluetas de luz y sombra. Nada se mov¨ªa a ras de suelo, la quietud colmaba los campos, la maquinaria permanec¨ªa en los graneros, los p¨¢jaros ha?b¨ªan enmudecido. Prest¨® atenci¨®n y solo oy¨® a un perro aullando a lo lejos, ?o quiz¨¢ no era un perro? Divisaba la granja de los Jones cuando llegaron las primeras rachas de viento. Asustado ech¨® a correr, subi¨® las escaleras del porche y aporre¨® la puerta con todas sus fuerzas. Nadie respondi¨®. Rode¨® la casa hasta la puerta de atr¨¢s, que siempre dejaban abierta, pero hoy no. Haciendo pantalla con las manos en el cristal ote¨® el interior de la cocina. No hab¨ªa nadie. Entonces lo oy¨®. Retrocedi¨® dos pasos y se asom¨® por el lateral de la casa. El tornado bramaba avanzando por la pradera desierta como una siniestra porci¨®n de oscuridad, envuelta en una capa de polvo, nie?bla y destrucci¨®n. Albert se qued¨® inm¨®vil admir¨¢ndolo durante un instante, hipnotizado por su poderosa venida hacia la granja y asombrado por su magn¨¦tica potencia, mientras los ojos se le llenaban de l¨¢grimas de puro p¨¢?nico y de arena en suspensi¨®n. Mir¨® alrededor buscando un lugar al que huir, donde guarecerse.

Los Jones ten¨ªan un refugio, quiz¨¢ en la parte delan? tera de la granja..., pero no estaba seguro, y era tarde para regresar hasta all¨ª. Corri¨® hacia el gallinero, se volvi¨® una vez para ver avanzar al monstruo y sigui¨® corriendo ha?cia la peque?a construcci¨®n mientras rogaba que no hu?bieran cerrado la puerta. Manote¨® el burdo cerrojo, que era poco m¨¢s que una tablilla que oscilaba sobre un clavo y se trababa en un rebaje del dintel. Cerr¨® por dentro. Durante un instante qued¨® en la m¨¢s absoluta oscuridad mientras sus ojos lograban acostumbrarse a la escasa luz que se colaba por las rendijas, jadeando, casi ahogado por la carrera y el sofocante olor a plumas y mierda de galli? na. Palp¨® en su bolsillo buscando el inhalador mientras mentalmente lo ve¨ªa en la mesa junto al televisor. Obli?g¨¢ndose a contener el llanto escuch¨® a la bestia que rug¨ªa fuera. ?Hab¨ªa descendido su clamor? ?Tal vez se estaba alejando? Se arroj¨® al suelo sin reparar en las heces blan?das y templadas que traspasaron la tela de su pantal¨®n, y escudri?¨® entre los respiraderos de las tablas. Si el torna?do hab¨ªa cambiado de direcci¨®n por un momento, lo ha?b¨ªa hecho para volver con m¨¢s fuerza. Lo vio acercarse por la pradera como una criatura viva compuesta de todo lo que hab¨ªa ido arrastrando a su paso. Se volvi¨® hacia el interior y solo entonces, con los ojos ya acostumbrados a la penumbra, vio a los animales. Las gallinas se hab¨ªan amontonado, incluso unas sobre otras, formando un c¨®r?ner silencioso y compacto en uno de los rincones del ga?llinero. Sab¨ªan que iban a morir, y en ese instante ¨¦l lo supo tambi¨¦n. Temblando de pies a cabeza se arrastr¨® hacia las aves y, encogi¨¦ndose cuanto pudo, se sepult¨® entre ellas solo un instante, antes de que el tornado alcan?zase la granja. El silencioso sometimiento con el que las aves hab¨ªan aceptado su destino estall¨® en un quejido de cacareos largos y profundos que se asemejaban a gritos humanos de puro p¨¢nico. Albert tambi¨¦n grit¨® llamando a su madre, sintiendo el aire que escapaba de sus pulmo?nes y visualizando los peque?os alveolos que el m¨¦dico le hab¨ªa mostrado en un esquema, plegados sobre s¨ª mis?mos, incapaces de albergar ox¨ªgeno. Aun as¨ª grit¨®, va?ci¨¢ndose por entero, centr¨¢ndose en escuchar aquel chi? llido que le pareci¨® de un ni?o muy peque?o. Supo que era el fin cuando un instante despu¨¦s ya no pudo o¨ªrse, pues el rugir de la bestia que estaba fuera lo ocupaba todo. Lo ¨²ltimo que sinti¨® antes de que el gallinero se desmo?ronase sobre ¨¦l fue el calor de la orina que se derramaba entre sus piernas.

Martin

El sol brillaba en lo alto de un cielo l¨ªmpido y azul, ni una sola nube empa?aba su perfecci¨®n, casi como una burla posapocal¨ªptica. Martin se detuvo al sentir una gota de su? dor que le resbalaba por la cabeza entre el cabello corto y bien peinado. Se pas¨® una mano nerviosa y comprob¨®, preocupado, que el cuello de la camisa comenzaba a hu? medecerse. Con la puntera de su lustrado zapato apart¨® astillas y cascotes hasta hacer un hueco en el que colocar su malet¨ªn. Sac¨® del bolsillo un pa?uelo de hilo blanco y se sec¨® la nuca. Lo dobl¨® y lo guard¨® de nuevo mientras re? pasaba su aspecto. El pantal¨®n bien planchado, los zapatos impecables. La sobria americana de suave mezclilla, sin embargo, hab¨ªa sido un error. Debi¨® elegir una chaqueta m¨¢s ligera previendo el calor tras el paso del tornado. Has?ta donde alcanzaba la vista, todo era devastaci¨®n, a excep?ci¨®n del peque?o granero rojo junto a las escaleras que descend¨ªan hacia el refugio donde se hab¨ªa guarecido la familia Jones. Tom¨® de nuevo su malet¨ªn y camin¨® hacia all¨ª. Los dos portones abiertos de par en par y una fuerte cadena que a¨²n colgaba de los asideros interiores delataban la prisa con la que hab¨ªa sido abandonado. Se detuvo un instante y aspir¨® el olor que emanaba de la oscura tierra del s¨®tano; ol¨ªa a hongos y turba y, levemente, a orina. Sin?ti¨® c¨®mo se le aceleraba el coraz¨®n. No hab¨ªa nadie all¨ª. Martin camin¨® hacia la granja, o lo que quedaba de ella.

Albert

Albert despert¨®. Antes de abrir los ojos ya advirti¨® que no pod¨ªa moverse, sent¨ªa una enorme presi¨®n sobre su pecho. A lo lejos oy¨® las voces de la familia Jones y co?menz¨® a llamarlos a gritos. Sus pulmones comprimidos por el peso apenas soportaron tres exhalaciones antes de desmayarse.

Despert¨® de nuevo a la luz hiriente y cegadora. No sab¨ªa cu¨¢nto tiempo hab¨ªa estado inconsciente, pero en esta ocasi¨®n se propuso no ponerse hist¨¦rico hasta perder el sentido como la primera vez. Recapitul¨® sobre su si?tuaci¨®n: no pod¨ªa moverse. Un tablero, seguramente del tejado del corral, lo cubr¨ªa por completo, pero calcul¨® que encima deb¨ªa de haber algo m¨¢s, algo muy pesado. Con la mano izquierda llegaba a palpar el borde de la tabla, que no era muy ancha, as¨ª que probablemente sobre el tablero hubiera ca¨ªdo una de las gruesas vigas que hab¨ªan sostenido el gallinero. Jade¨® respirando por la boca. La frente le ard¨ªa en el lugar donde las astillas de madera le hab¨ªan arrancado la piel, y notaba la nariz obstruida de mocos y sangre, que le imped¨ªan percibir el sofocante hedor de las aves. El armaz¨®n le comprim¨ªa el pecho y seguramente le hab¨ªa roto el pie izquierdo. Aun inm¨®vil, lo notaba aprisionado y lacerante como a?icos de cristal. Junto a la mano derecha advert¨ªa el cad¨¢ver templado de un ave. Comenz¨® a llorar, pero sab¨ªa que no deb¨ªa dejar?se arrastrar por el pavor, y se esforz¨® en recordar c¨®mo deb¨ªa calmarse para controlar sus ataques de asma. Res?pir¨® profunda y fatigosamente por la boca con inhalacio?nes que eran todo lo intensas que el pesado tablero sobre su pecho le permit¨ªa. ?Muy bien, Albert, lo haces muy bien, cari?o?, oy¨® la voz de su madre, que sol¨ªa ayudarle durante los ataques. Al pensar en ella le volvieron a dar ganas de llorar, not¨® c¨®mo los ojos se le llenaban de l¨¢gri?mas y se sinti¨® tonto y peque?o. Reconvini¨¦ndose a s¨ª mismo, imprimi¨® a su cuerpo una involuntaria sacudida, que se extendi¨® hasta su pie destrozado, lo que le hizo jadear de dolor y echar a perder el fr¨¢gil control que ha? b¨ªa logrado sobre su respiraci¨®n. As¨ª que en los siguientes minutos se dedic¨® a contar mentalmente las inhalaciones y exhalaciones, manteniendo a su madre alejada de sus pensamientos, hasta que consigui¨® serenarse un poco. Volvi¨® entonces la cabeza sobre su hombro derecho, ara??¨¢ndose de nuevo la frente, para intentar ver algo a trav¨¦s de la abertura que hab¨ªan dejado las tablas al caer.

?l era un chico de campo, y aunque desde su posici¨®n no pod¨ªa divisar el cielo, supo por el grado de luz que era poco m¨¢s de mediod¨ªa y que el tornado hab¨ªa barrido cualquier rastro de las nubes que lo cubr¨ªan por la ma?a?na. Pens¨® tambi¨¦n que era una suerte que el se?or Jones hubiera cortado la hierba dos d¨ªas atr¨¢s, si no, no habr¨ªa podido ver desde el suelo al hombre que ven¨ªa caminan?do por la pradera. Supo de inmediato que no era el se?or Jones. Una insignia brillaba sobre su pecho y llevaba un malet¨ªn. Albert respir¨® profundo llenando sus pulmones tanto como pudo y grit¨®, aunque de su boca brot¨® tan solo un gru?ido ronco y asfixiado. El hombre desvi¨® un ins?tante la mirada hacia los restos del corral. Albert estuvo seguro de que ir¨ªa hacia ¨¦l, pero entonces la gallina que hab¨ªa tomado por muerta junto a su mano derecha se movi¨® hacia la hendidura abierta entre las tablas y sali¨® a la pradera. El hombre desvi¨® la mirada y camin¨® de nuevo hacia la granja. Albert rompi¨® a llorar sin impor?tarle ahogarse por ello; al fin y al cabo, estaba seguro, iba a morir.

Martin

Mientras se acercaba distingui¨® los lamentos quedos de la desolaci¨®n. Los hab¨ªa escuchado docenas de veces. Poco importaban las palabras. Todos los supervivientes a una tragedia, sin excepci¨®n, hablaban igual. La voz es? trangulada en la garganta intentaba transmitir un ¨¢nimo pat¨¦tico y esperanzado que nac¨ªa degollado, desangr¨¢n?dose y perdiendo sus exiguas fuerzas mientras sus pro?pietarios revolv¨ªan los escombros en busca de algo, lo que fuera, a lo que aferrarse, que les devolviese un poco de esperanza con la que alimentar la supuesta suerte de ha? ber sobrevivido.

Una chica de unos diecis¨¦is a?os iba recuperando de entre los escombros coloridos fulares que sacud¨ªa como cintas de gimnasta, trazando en el aire un rastro polvo? riento antes de colg¨¢rselos al cuello. Fue la primera en verlo. Alert¨® a la familia mientras lo se?alaba con largos dedos de u?as cortas pintadas de negro. Lo contemplaron a trav¨¦s del hueco de lo que hab¨ªa sido una ventana; la pradera aparec¨ªa sembrada de astillas y el hombre avan?zaba por ella en direcci¨®n a la granja. Martin los observ¨® satisfecho. Hab¨ªa dos chicos m¨¢s: otro adolescente, m¨¢s o menos de la misma edad, y un chico que no llegar¨ªa a los doce a?os. El mayor llevaba una camiseta de un grupo de rock y el peque?o ten¨ªa el pelo demasiado largo para un chico. El se?or Jones no le defraud¨®. Lloriqueaba senta?do en los escalones de lo que quedaba del porche. Martin observ¨® que hab¨ªa abandonado en un pelda?o, a su lado, una botella de agua, unas barritas de chocolate y una pis? tola. Con las manos se sosten¨ªa la cabeza en un gesto de absoluta impotencia mientras su anciana madre, sentada a su vera, lo consolaba meci¨¦ndolo como a un ni?o pe?que?o. De pie, alejada unos pasos de ellos, una mujer de unos cuarenta y cinco a?os le mir¨® inquisitiva y descara?da. La joven se?ora Jones, supuso. Delgada y guapa, lle?vaba el cabello te?ido de un color rojizo y artificial que no la favorec¨ªa y sosten¨ªa entre los brazos uno de esos perritos peque?os y est¨²pidos, que no dejaba de ga?ir. Martin comprob¨® una vez m¨¢s que su identificaci¨®n fue?se bien visible sobre su pecho. Todo el grupo pareci¨® ani?mado al verle, soltaron lo que ten¨ªan en las manos y, por instinto, se dirigieron hacia la que hab¨ªa sido la puerta de la casa, aunque gran parte de la pared de ese lado hab¨ªa desaparecido. La se?ora Jones fue la primera en reaccio?nar. Sin soltar al perrito, se coloc¨® la blusa sobre el escote y se atus¨® levemente el pelo, antes de comenzar a descen?der las escaleras para recibir a Martin con su mejor son?risa. ?l tambi¨¦n sonri¨® odi¨¢ndola con toda su alma por ser capaz de tanto mal, de tanta corrupci¨®n, de tanto ho?rror, de enfurecer al mism¨ªsimo Dios. Extendi¨® su mano y, antes de tocar la de ella, ya hab¨ªa decidido que, aunque lo suyo habr¨ªa sido comenzar por la vieja, esta vez ella ser¨ªa la primera a quien matar¨ªa.

Albert

Albert escuch¨® los gritos y los disparos. Abri¨® mucho los ojos y dej¨® de llorar. Quiz¨¢, despu¨¦s de todo, aquel era su d¨ªa de suerte.

2. Car¨¢cter monta?¨¦s

Academia del FBI, Quantico, Virginia Mi¨¦rcoles, 24 de agosto de 2005

Amaia Salazar se removi¨® inc¨®moda en su asiento de la segunda fila. Hab¨ªa sido una de las primeras en llegar a la gran sala donde se impartir¨ªa la conferencia, que, de?bido a la gran afluencia de p¨²blico, amenazaba con que?darse peque?a. A diferencia de las clases de los d¨ªas an?teriores, en exclusiva para los polic¨ªas europeos, esta se anunciaba como clase magistral y estaba abierta a todos los agentes y cadetes del FBI que quisieran asistir. Le bast¨® un par de sus m¨¢s fr¨ªas miradas para mantener aleja?dos de los asientos contiguos a dos agentes trajeados y a un par de cadetes con su distintivo polo azul y una son?risa enorme. No deseaba compa?¨ªa. De entre todas las ¨¢reas que comprend¨ªan el programa de intercambio, la conferencia del agente especial Dupree era la m¨¢s inte?resante. Y no solo para ella, visto el ritmo al que se llena? ba la sala. Gertha, una inspectora de la polic¨ªa alemana de mediana edad, la salud¨® sonriente y se sent¨® a su lado. Ellas dos eran las ¨²nicas mujeres que formaban parte del grupo de polic¨ªas europeos. Y teniendo en cuenta la fr¨ªa acogida que ambas hab¨ªan recibido por parte de sus com?pa?eros varones, no era extra?o que la mujer no se le hubiese despegado desde que hab¨ªan llegado. De entrada hab¨ªa tenido sus reservas hacia ella. Le ca¨ªa bien, era sim?p¨¢tica y amable, pero le hab¨ªa parecido demasiado parlan?china para su gusto. No de la clase que te aturde sin sen?tido ni de la que te interroga sin piedad. Sin embargo, en dos desayunos, dos comidas y un viaje en autob¨²s desde el aeropuerto, Gertha le hab¨ªa contado pr¨¢cticamente toda su vida.

¡ªCar¨¢cter monta?¨¦s ¡ªle hab¨ªa dicho Gertha.

¡ª?Qu¨¦?

¡ªQue apuesto a que eres de una zona de monta?a, mi marido lo es, y tambi¨¦n me cuesta sacarle las palabras.

¡ªEn realidad, soy de un valle.

Hab¨ªan re¨ªdo juntas. Gertha le hab¨ªa sacado en aque?llos cuatro d¨ªas mucho m¨¢s que unas palabras. Posible?mente por la cobertura emocional que supone confesarse con alguien a quien puede que no vuelvas a ver, o porque la inspectora Gertha Schneider, adem¨¢s de hablar, sab¨ªa escuchar. Hab¨ªa terminado por convertirse en objeto de confidencias y revelaciones que jam¨¢s le hab¨ªa hecho a nadie. M¨¢s de una noche, sus conversaciones se hab¨ªan prolongado hasta el alba. Gertha dirig¨ªa un grupo de ho?micidios de cuarenta y cinco personas, de las que treinta y ocho eran hombres. Se hab¨ªa llevado su raci¨®n de lucha por el debido respeto y, sin embargo, no guardaba ni un poco de resentimiento hacia nadie.

Antes de que esta pudiera comenzar a hablar, un hombre trajeado se sent¨® junto a Amaia.

¡ªSubinspectora, la he buscado por todas partes. Cre¨ª que estar¨ªa en la sala com¨²n, con los dem¨¢s... ¡ªSu tono era de fingido reproche, y para reforzarlo la obsequi¨® con una sonrisa que tal vez dur¨® demasiado. Amaia baj¨® la mirada para no tener que seguir vi¨¦ndola.

Emerson era su agente de apoyo durante el tiempo que duraba el curso; su misi¨®n era guiarla por las insta?laciones, ayudarla a realizar su adiestramiento, acompa??arla, presentarle a los distintos instructores y darle ac? ceso, a trav¨¦s de su propio equipo y de su clave, a los datos que los integrantes del curso necesitaban para hacer sus ejercicios t¨¦cnicos. Y, de vez en cuando, se insinuaba un poco...

¡ªS¨ª, bueno, me he adelantado, quer¨ªa coger un buen sitio: esta conferencia me interesa particularmente.

¡ªPues no es la ¨²nica ¡ªconstat¨® Emerson gir¨¢ndose para observar la sala, que ya estaba casi llena¡ª. Ya ve que nuestro agente Dupree levanta por aqu¨ª aut¨¦nticas pasio?nes. ?Le ha escuchado alguna vez? ?Le conoce?

¡ªAsist¨ª a una conferencia que imparti¨® hace tres a?os en la Universidad de Loyola en Boston, mientras yo estudiaba all¨ª. Hice cola para que me firmara el programa y le estrech¨¦ la mano, eso es todo. Seg¨²n el sumario del curso, el agente Dupree impartir¨¢ nuestro pr¨®ximo semi?nario, quiero estar preparada.

Emerson sonri¨® presuntuoso alzando una ceja.

¡ª?Sabe algo que yo no s¨¦? ¡ªpregunt¨® ella conscien?te de que ¨¦l se mor¨ªa por contarlo.

¡ªEl agente especial Dupree tiene sus propios m¨¦to?dos; impartir una clase no siempre significa lo mismo que para los dem¨¢s. Es el jefe de una unidad de actuaci¨®n, no un instructor. De vez en cuando da una conferencia o publica un art¨ªculo por v¨ªa interna. Es una excepci¨®n que aceptara participar en la formaci¨®n del grupo de Europol.

¡ªUsted trabaja con ¨¦l, ?verdad?

¡ªNo exactamente... ¡ªSe not¨® que le costaba admi?tirlo¡ª. A veces los acompa?o en sus salidas. Me encan?tar¨ªa que fuese algo habitual, y no lo descarto, quiz¨¢ en el futuro... Pertenezco al contingente de apoyo del ¨¢rea de comunicaci¨®n con la agente Stella Tucker, que a su vez forma parte del equipo de Dupree. Podr¨ªamos decir que trabajo para ¨¦l indirectamente. El ¨¢rea de an¨¢lisis de conducta comprende muchos ¨¢mbitos. Las unidades de ac?tuaci¨®n est¨¢n compuestas por agentes de campo crimina?listas, pero hay muchos otros aspectos de la investigaci¨®n que deben hacerse desde aqu¨ª, para prestar el apoyo de? bido a los que est¨¢n fuera buscando a los malos. ¡ªDijo ?los malos? como si hablase con una ni?a peque?a, y lo acompa?¨® de una de aquellas exageradas sonrisas suyas. Al ver que no obten¨ªa el resultado deseado continu¨® en tono profesional¡ª: Los investigadores que permanece? mos aqu¨ª somos comunes a los tres grupos de actuaci¨®n. Por supuesto soy criminalista y mi especialidad es el an¨¢? lisis de datos. Puede que no parezca tan brillante, pero es de capital importancia durante una investigaci¨®n.

Como si el mismo dispositivo controlase las dos fun?ciones, la luz de la sala y los murmullos del p¨²blico des?cendieron hasta extinguirse mientras un potente foco blanco ganaba intensidad iluminando el solitario atril en el centro del escenario.

El agente Dupree surgi¨® del lado derecho del prosce?nio y camin¨® hasta situarse bajo el anillo de luz. Era un hombre delgado y elegante; el cabello oscuro, corto y bien peinado le record¨® que ya la primera vez que lo vio pen?s¨® en un pasado militar. La palidez de su rostro resaltaba la oscuridad en torno a sus ojos, que le daban cierto aire de insomne innato. Vest¨ªa un impecable traje azul mari?no con camisa blanca y corbata a juego, y ten¨ªa el rostro cuidadosamente afeitado. Se detuvo frente al atril y co?rrigi¨® al mil¨ªmetro su posici¨®n, aunque en ning¨²n mo? mento le vio colocar sobre ¨¦l papel alguno. Amaia se pre?gunt¨® si habr¨ªa dejado antes el discurso preparado sobre el soporte; ese dato le permitir¨ªa hacerse una idea m¨¢s clara sobre el car¨¢cter y la capacidad de previsi¨®n del agente. Se prometi¨® comprobar si lo recog¨ªa al final.

Seg¨²n la breve biograf¨ªa del programa, ten¨ªa cuaren?ta y cuatro a?os, hab¨ªa nacido en el estado de Luisiana, pose¨ªa una amplia formaci¨®n en derecho, econom¨ªa, his?toria del arte, psicolog¨ªa y criminolog¨ªa. Desde hac¨ªa un a?o dirig¨ªa uno de los tres grupos de trabajo de campo de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI, del que hab¨ªa formado parte durante los cinco a?os anterio? res. Dupree alz¨® el ment¨®n, adelant¨® una pierna dejando caer el peso sobre la otra y, permitiendo que los brazos se posicionasen de modo natural a los lados de las caderas, pase¨® la mirada sobre todos los congregados en el audi?torio. Un par de filas m¨¢s atr¨¢s, un asistente arranc¨® en un aplauso que se extingui¨® de inmediato. Amaia man?tuvo fija la mirada en el escenario, pero oy¨® el susurro sedoso de los trajes de varios agentes al volverse para reconvenir con sus miradas al incauto. No les gustaban las estridencias; los gritos, los aullidos y los aplausos que? daban para el deporte.

Dupree extendi¨® una mano y golpe¨® el micr¨®fono produciendo en la sala el estruendo de un trueno. Se in?clin¨® un poco sobre el atril, alz¨® la mirada y se dirigi¨® a alguien invisible al fondo del auditorio.

¡ªPor favor, ?podr¨ªan iluminar un poco al p¨²blico? Si no puedo verlos tengo la sensaci¨®n de estar hablando solo. ¡ªSonri¨® resignado¡ª. Y tengo esa sensaci¨®n tan a menudo...

El comentario gener¨® la inmediata simpat¨ªa de la sala, que pareci¨® mucho m¨¢s relajada cuando el nivel de luz aument¨® lo suficiente para que el agente Dupree pudiera distinguirlos.

Pase¨® la mirada sobre los asistentes casi como si bus?case a alguien. Cuando lleg¨® hasta Amaia, la fij¨® en ella un par de segundos y volvi¨® a mirar el atril. Hab¨ªa sido solo un instante. Se estaba diciendo a s¨ª misma que pro?bablemente miraba a alguien que estaba tras ella, cuando repar¨® en que el agente Emerson la observaba. ?l tam?bi¨¦n lo hab¨ªa notado. Dupree se dirigi¨® al p¨²blico y co?menz¨® a hablar.

¡ªTodos conocen la importancia de establecer un per?fil victimol¨®gico que nos permita, a trav¨¦s del an¨¢lisis de la elecci¨®n de las v¨ªctimas evidentes, llegar a nuestro ob?jetivo. Pero hoy les hablar¨¦ de la importancia de estable?cer registros de posibles v¨ªctimas para detectar la presen?cia de un asesino en serie. Prestaremos atenci¨®n primero al tipo de v¨ªctima que elige, antes incluso de que se ma?nifieste o se sepa de su existencia.

Una especie de suspiro, a medias contenido, sobrevo?l¨® la sala. Dupree volvi¨® a dirigir la mirada hacia Amaia. Cuando habl¨® lo hizo dirigi¨¦ndole cada palabra.

¡ªEs com¨²n suponer que el crimen es el modo en que el asesino purga su propio dolor, ya que a menudo ha sido v¨ªctima antes de ser ejecutor. Y entre todas las suposicio?nes, la m¨¢s peligrosa es la de que en el fondo todos quie?ren ser detenidos, todos quieren ser atrapados y sus cr¨ª?menes no son m¨¢s que terribles llamadas de atenci¨®n sobre su propio padecimiento, excluyendo por supuesto las enfermedades mentales.

Amaia oy¨® a Emerson que susurraba azorado.

¡ªPero ?qu¨¦ demonios...?

El agente especial Dupree hizo una pausa y volvi¨® a dirigirse al resto del auditorio.

¡ªHip¨®tesis que sustentan que la estridencia y el sal?vajismo solo van destinados a hacerse notar. Que no pa?rar¨¢n, porque han encontrado al fin la forma de ser algo, de ser alguien, de ser importantes, y ese ego a menudo los pierde, pues, en su af¨¢n de ser reconocidos, se exponen hasta ser atrapados. Pero cuidado, porque la suposici¨®n es el mayor enemigo del investigador, y la evidencia de? muestra que no todos los asesinos en serie son compulsi?vos y desorganizados. De hecho, algunos llegan a ser bastante conscientes de sus ?particularidades? y, a menu?do, recurren a argucias y trampas con el fin de despistar, mientras realizan un trabajo desde dentro de la mente del investigador que los persigue, manipulando los esce?narios o estableciendo rastros falsos que nos induzcan a pensar que lo que tenemos ante nuestros ojos es otra cosa distinta a la realidad. Este tipo de asesino es capaz de ejercer durante a?os su macabra labor con discreci¨®n, ocultando sus huellas o los cad¨¢veres de sus v¨ªctimas, ha?ci¨¦ndolas pasar por desapariciones, fugas, accidentes o suicidios, y eligiendo para ello a v¨ªctimas con perfil de alto riesgo, personas cuya desaparici¨®n pueda pasar inadver?tida o resulte poco llamativa por circunstancias de exclu?si¨®n social: drogadictos, prostitutas, vagabundos, perso?nas sin techo, inmigrantes ilegales o en situaci¨®n irregular. Este depredador selecciona de forma minuciosa a sus v¨ªctimas, a sabiendas de que los pertenecientes a estos grupos se trasladan muy a menudo. Es una peculiaridad de nuestro gran pa¨ªs que complica bastante las investiga?ciones en Estados Unidos; pero para ustedes, los polic¨ªas europeos, con la apertura de fronteras entre los pa¨ªses miembros de la Uni¨®n, no es muy distinto ¡ªdijo diri?gi¨¦ndose a la parte izquierda de la sala donde se sentaban Amaia y el resto de sus compa?eros.

?Este tipo de asesino no tiene ninguna intenci¨®n de ser atrapado, es capaz de representar el papel de buen ciudadano toda su vida, no tiene af¨¢n de notoriedad, ya tiene su lugar en el mundo.

Hizo una pausa y fij¨® su mirada en la de Amaia mien?tras dec¨ªa:

¡ªSu satisfacci¨®n y su poder provienen, como en el demonio, de que creamos que no existe. ¡ªSonri¨® y el p¨²?blico le secund¨®.

Amaia fingi¨® no darse cuenta de la mirada de refil¨®n del agente Emerson, aunque fue imposible no o¨ªr a Ger?tha, que se inclin¨® hacia ella y susurr¨®:

¡ªTe lo ha dicho a ti.

Dupree continu¨® dirigi¨¦ndose a la sala.

¡ªEl investigador de homicidios est¨¢ entrenado para detectar elementos discordantes y explorar las habituales l¨ªneas de investigaci¨®n: beneficiarios, celos, sexo, drogas, dinero, herencias, chantajes. Pero con los asesinos en serie las motivaciones escapan a las habituales, pues la gratifi?caci¨®n es psicol¨®gica. De ah¨ª la importancia de prestar atenci¨®n al modo en que nuestro sujeto se recompensa para entender qu¨¦ necesidades satisface. El objetivo de esta charla y de los pr¨®ximos ejercicios de sus cursos de for?maci¨®n versar¨¢ sobre la detecci¨®n de elementos comunes y discordantes en torno a un tipo de v¨ªctima, en las carac?ter¨ªsticas de la desaparici¨®n o en la escena de aparici¨®n del cuerpo, que puedan llevar a la sospecha de que algo que se presenta como un suicidio o un accidente oculte un asesinato o una serie de ellos. ?Y c¨®mo estudiaremos a asesinos que a¨²n no hemos sido capaces de atrapar?

?C¨®mo crear bases con datos que desconocemos? ?C¨®mo establecer el comportamiento de un fantasma, de un ca? zador furtivo que obtiene su lucro de que no nos entere?mos de su existencia? ¡ªHizo una pausa.

¡ªLa victimolog¨ªa ¡ªsusurr¨® Amaia.

¡ªLa victimolog¨ªa ¡ªcontinu¨® Dupree casi a la vez¡ª, la ciencia basada en el estudio del perfil de las v¨ªctimas, pero tambi¨¦n de las supuestas v¨ªctimas, los desaparecidos, los fugados, los que se desvanecen en el aire sin dejar rastro. La victimolog¨ªa en este caso se convierte en una ciencia abstracta, en la que la intuici¨®n del investigador ser¨¢ fundamental para establecer si realmente se trata de una v¨ªctima. Para ello se tendr¨¢n en cuenta aspectos como el perfil f¨ªsico, psicol¨®gico, posici¨®n social, rasgos caracter¨ªsticos; aqu¨ª entrar¨ªan desde deficiencias hasta malformaciones, pasando por particularidades llamati?vas de su aspecto. Y el tipo de familia a la que pertene? cen o, si no tienen familia, sus enfermedades y patolo?g¨ªas, sus tratamientos m¨¦dicos y cualquier informaci¨®n que podamos obtener sobre su comportamiento y perso?nalidad, gustos y afinidades. Sin duda, el trabajo que tiene que realizar el investigador ante la m¨ªnima sospe?cha de que se pueda tratar de una v¨ªctima, tengamos su cuerpo o no, es ¨ªmprobo, y sabemos que nuestra memo?ria puede traicionarnos, confundirnos. Por eso es de vital importancia documentar debidamente estos ele?mentos para establecer una base de datos a la que poda?mos recurrir cuando nuestro cerebro vuelva a hacer clic ante la aparici¨®n, o desaparici¨®n, de otra posible v¨ªctima que presente rasgos comunes que ya tenemos obser?vados.

El agente Dupree accion¨® un bot¨®n en el atril y en la pantalla, a su espalda, apareci¨® el rostro de un hombre joven trajeado y bien parecido, aunque muy delgado. La imagen en blanco y negro parec¨ªa tomada de un viejo peri¨®dico.

¡ªEn los a?os ochenta, el investigador ingl¨¦s Noah Scott Sherrington, de Scotland Yard, comenz¨® a elaborar una base de datos de posibles v¨ªctimas basada en el perfil de mujeres huidas, desaparecidas o fugadas de su hogar. Lo m¨¢s llamativo es que el inspector Scott Sherrington no contaba con ning¨²n cad¨¢ver, o resto, que le permitie?ra suponer que estaban muertas, o indicios que apunta?ran a que hubieran sido v¨ªctimas de un secuestro o a que su desaparici¨®n no fuese voluntaria. Cuando estudien el dosier que les entregar¨¢n tras la charla, comprobar¨¢n que era una zona costera deprimida por el paro y con un cli?ma horrible.

?La promesa pop de los ochenta en Londres resulta?ba muy atractiva comparada con un empleo en una con?servera, si hab¨ªa suerte; y esto llevaba a muchas j¨®venes a huir de sus casas. La llegada peri¨®dica de trabajadores especializados que se quedaban poco tiempo hac¨ªa que las jovencitas de la zona vieran como una oportunidad un novio que las sacara de all¨ª.

?A Scott Sherrington, desarrollar esa base de datos con los perfiles de las chicas le fue permitiendo establecer lo que pod¨ªa ser el mapa de actuaci¨®n de un depredador. Este trabajo le llev¨® a?os de seguimiento de esta particu? lar lista de desaparecidas de la que iban cayendo nombres cuando el inspector era capaz de comprobar que hab¨ªan vuelto a reaparecer en otro lugar del pa¨ªs. Sin embargo, poco a poco se fue dibujando un mapa y el perfil concre? to de v¨ªctima se fue afinando hasta ser absolutamente alarmante. El inspector Scott Sherrington es un referen?te para todos los investigadores del mundo en lo que a victimolog¨ªa se refiere, pues estableci¨® la presencia de un asesino bas¨¢ndose en el perfil de sus probables v¨ªctimas. A partir de ese momento inici¨® una investigaci¨®n en la que entraron elementos que todos conocemos: b¨²squeda de testigos, reconstrucci¨®n de las ¨²ltimas horas en las que fueron vistas y criba de los perfiles hasta ser capaz de establecer, casi sin margen de error, qui¨¦nes de entre to?das aquellas chicas, que ten¨ªan en com¨²n el hecho de querer abandonar sus hogares, se hab¨ªan fugado o hab¨ªan sido v¨ªctimas de aquel depredador. Las teor¨ªas del inspec?tor Scott Sherrington no recibieron en su d¨ªa el apoyo con el que cuentan hoy.

Dupree hizo una pausa, dirigi¨® la mirada a Amaia, lo que esta vez provoc¨® que algunos agentes se volviesen hacia ella.

¡ªSiguiendo su instinto y como culminaci¨®n de una impecable investigaci¨®n, Scott Sherrington redujo sus sospechosos a dos, aunque entonces el inspector lo califi?c¨® como ?una corazonada? ¡ªrecalc¨® Dupree.

¡ªUna corazonada ¡ªsusurr¨® Amaia, discerniendo la conexi¨®n. Apenas seis meses atr¨¢s, cuando acababa de ser ascendida a subinspectora de la Polic¨ªa Foral, hered¨® el caso de la desaparici¨®n de una joven enfermera que acababa de incorporarse a un hospital para hacer sus pr¨¢cticas. Los anteriores responsables del caso ya hab¨ªan investigado a su c¨ªrculo m¨¢s cercano y estaban a punto de archivarlo como desaparici¨®n voluntaria, pero su madre no dejaba de presentarse en comisar¨ªa y comenz¨® a hacer ruido en los medios con desconsoladas apariciones en la prensa y la televisi¨®n. El caso no fue ning¨²n regalo, sino m¨¢s bien algo que se quitaron de encima, pero ella lo recibi¨® con entusiasmo. Repas¨® cada dato de la investi?gaci¨®n y se centr¨® de inmediato en un m¨¦dico del hos?pital. Durante la investigaci¨®n inicial ni siquiera hab¨ªa sido considerado sospechoso, aunque se le tom¨® decla?raci¨®n como testigo, pues varios compa?eros de la chica recordaban haberle visto hablando con ella. Fue descar?tado en un primer momento porque no se pudo estable?cer relaci¨®n, pero, sobre todo, por su conducta intacha?ble. Un prometedor cirujano, heredero de la tradici¨®n m¨¦dica familiar, de una de las m¨¢s reputadas familias pamplonesas. Recordaba las palabras de su comisario cuando le plante¨® sus dudas: ?Conozco a esa familia. Algo as¨ª est¨¢ para ellos completamente fuera de lugar?. Acompa?¨® las palabras con un gesto grave y respetuoso, que descartaba el argumento por rid¨ªculo. Amaia no volvi¨® a mencionar sus sospechas, pero, tras seguir al prometedor cirujano durante semanas, incluso en su tiempo libre, dio con el lugar donde ten¨ªa retenida a la joven a la que hab¨ªa sometido como esclava sexual. Ella no era la primera. Su detenci¨®n permiti¨® esclarecer la desaparici¨®n de, al menos, otras dos mujeres. Cuando tuvo que explicar en su informe qu¨¦ le hab¨ªa llevado a centrar sus sospechas sobre el coleccionista, no hab¨ªa podido concretar m¨¢s all¨¢ de decir que hab¨ªa sido una corazonada.

Dupree continu¨® dirigi¨¦ndose a la audiencia.

¡ªLa de Scott Sherrington era una fuerte corazonada. Durante semanas altern¨® la vigilancia a los dos tipos en los que hab¨ªa centrado sus sospechas. Una noche, en me? dio de una colosal tormenta, mientras regresaba a su casa tras vigilar a uno de los hombres, su coche se cruz¨® en un sem¨¢foro con el del otro sospechoso, y decidi¨® seguirle sin saber que acababa de dar con su hombre y que aque?lla noche ser¨ªa testigo del modo en que se deshac¨ªa de sus v¨ªctimas. Qu¨¦ hac¨ªa con los cuerpos despu¨¦s de matarlas era lo ¨²nico que el inspector Scott Sherrington no hab¨ªa sido capaz de establecer, aunque el repaso posterior de sus notas nos sorprende con la brillantez de sus deduc?ciones. Desgraciadamente, como he dicho, nadie estaba prestando ayuda ni o¨ªdos al inspector Scott Sherrington. El ¨¢rea de acci¨®n donde el asesino hac¨ªa desaparecer los cad¨¢veres era ampl¨ªsima, la analog¨ªa del paisaje multipli?caba las dificultades a la hora de averiguar d¨®nde las es?cond¨ªa, y habr¨ªa sido casi imposible hallar los cuerpos. Solo, en mitad de la noche, en un territorio hostil y du?rante el transcurso de una tormenta, el inspector intent¨® detener al depredador mientras este se deshac¨ªa del ca?d¨¢ver de su ¨²ltima v¨ªctima, una chica que encajaba en el perfil que Scott Sherrington hab¨ªa delineado. La sorpre?sa al entender que hab¨ªa dado con el monstruo, la supe?rioridad f¨ªsica del asesino y una cardiopat¨ªa que no hab¨ªa sido detectada en el coraz¨®n del inspector le provocaron un infarto mientras peleaba con ¨¦l. Scott Sherrington fue hallado a la ma?ana siguiente por unos cazadores de la zona, que lo trasladaron al hospital. Consiguieron salvar? le la vida tras una arriesgada operaci¨®n de coraz¨®n. Cuando el inspector Scott Sherrington volvi¨® a estar consciente, el asesino hab¨ªa huido. Aun as¨ª, sus investiga?ciones fueron suficientes para establecer la carrera crimi?nal del individuo y localizar los cad¨¢veres de nueve de sus v¨ªctimas. La base de datos que cre¨® Scott Sherrington a¨²n sirve como referencia y lecci¨®n magistral de c¨®mo aplicar la victimolog¨ªa, tanto si el crimen es evidente o, por distintas circunstancias creadas por el asesino, nos lo ha presentado haci¨¦ndolo parecer un suicidio o un acci? dente. El inspector tuvo que causar baja definitiva por su grave enfermedad card¨ªaca.

Dupree recorri¨® con la mirada toda la sala.

¡ªAgentes, cadetes de la academia, gracias a todos por su atenci¨®n. Miembros de las polic¨ªas invitadas, sus agentes de apoyo les facilitar¨¢n un dosier completo de las investigaciones del inspector Scott Sherrington y de las bases establecidas sobre victimolog¨ªa tanto en perfiles de com?portamiento como geogr¨¢ficos. Est¨²dienlas, constituir¨¢n el tema del pr¨®ximo seminario. La conferencia ha termi?nado.

El agente especial Dupree abandon¨® el escenario por el mismo lugar por el que hab¨ªa accedido a ¨¦l. El audito?rio qued¨® en silencio un instante hasta que el escaso nivel de luz que Dupree hab¨ªa exigido para ver a los asistentes aument¨® haci¨¦ndoles entrecerrar los ojos.

Amaia se puso en pie, pero permaneci¨® quieta miran?do al escenario y al lugar por el que Dupree hab¨ªa desa?parecido, casi hu¨¦rfana de aquella atenci¨®n inexplicable que la hab¨ªa dejado inquieta y extra?amente halagada. Se dio cuenta entonces de que no hab¨ªa reparado en si Dupree llevaba o no alg¨²n documento en las manos.

La investigadora alemana le palme¨® el hombro mien? tras dec¨ªa:

¡ª?A eso lo llamo yo captar la atenci¨®n! Pensativa, oy¨® tambi¨¦n a Emerson.

¡ª?Vaya, subinspectora Salazar!, parece que ha im?presionado al jefe. ¡ªSu tono delataba una nota de insana rivalidad.

Amaia volvi¨® la mirada hacia Emerson como si salie?ra de un trance y lo observ¨®. Algo en ¨¦l hab¨ªa cambiado. Correcto en todo momento, hab¨ªa cumplido con creces sus funciones; cuando se lo asignaron como agente de apoyo el d¨ªa que lleg¨®, estuvo segura de percibir cierto fastidio, que achac¨® al hecho de que entre una mayor¨ªa de polic¨ªas varones le hubiera tocado una mujer. Aunque pareci¨® compensarle que ella fuera la que estaba obte?niendo las mayores puntuaciones en todas las ¨¢reas, lo que fue suficiente para hacerle recobrar el buen humor, y eso a Amaia la llev¨® a pensar que solo era uno de esos tipos muy competitivos a los que no les gusta perder en nada. En un par de ocasiones hab¨ªa notado c¨®mo inten?taba cautivarla combinando su sonrisa, blanqueada en ex?ceso, con intensas miradas directas a los ojos. Pero ahora en su boca hab¨ªa un rictus recto, como el corte de un bistur¨ª. Los pulmones llenos de aire, la mand¨ªbula lige?ramente alta. Un gallito. Amaia elev¨® la mano, le toc¨® levemente en el hombro y lo apart¨® de su camino. Lo rebas¨® dej¨¢ndolo desconcertado y agraviado, como si en lugar de su dedo ¨ªndice hubiese utilizado el ca?¨®n de un arma. Sorteando a los agentes que se hab¨ªan detenido a charlar entre las filas de asientos, sali¨® del auditorio bus?cando la puerta lateral del escenario.

A su espalda pudo o¨ªr a Emerson, que le dec¨ªa:

¡ªSalazar, ?no puede irse ahora! El seminario empie?za dentro de quince minutos en la sala tres y est¨¢ al otro lado del edificio, tenemos el tiempo justo para llegar.

Emerson la alcanz¨® en el momento en que la puerta que llevaba al escenario se abr¨ªa. Dupree sali¨® acompa??ado de una agente. Un grupo de hombres que esperaba en el pasillo lo rode¨® con saludos y cumplidos, al mismo tiempo que avanzaban hacia el fondo del corredor.

Amaia alz¨® una mano llamando su atenci¨®n.

¡ªAgente Dupree, por favor.

Dupree se volvi¨®, la mir¨® con indiferencia, inclin¨® la cabeza y salud¨® a Emerson, que se hab¨ªa colocado justo tras ella.

¡ªAgente Emerson ¡ªdijo y, volvi¨¦ndose, continu¨® su avance por el pasillo rodeado de sus colegas.

Amaia se qued¨® helada mirando c¨®mo se alejaba.

Y no le import¨® que Emerson oyese que dec¨ªa:

¡ª?Maldito cabr¨®n petulante!

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