John Mayall, elogio del ¡®bluesman¡¯ humilde
El fundador de los Bluesbreakers celebra sus 85 a?os con una raci¨®n de generosidad sin atisbo de agotamiento
Por la relevancia de su curr¨ªculo, John Mayall podr¨ªa sacar pecho y dejar que se le hinchara como un globo aerost¨¢tico. Celebra una gira en su 85 cumplea?os, no tiene inter¨¦s alguno porque sea la ¨²ltima y ni ¨¦l mismo se atreve a precisar cu¨¢ntos discos hay en circulaci¨®n con su nombre en la portada, aunque rondan los sesenta y muchos. Pues bien, lejos de ¨ªnfulas, proclamas o solemnidades, sobre el escenario el venerable bisabuelo blanco del blues con alma de Chicago prefiere el contacto cercano, y la familiaridad, con la camisa estampada y por fuera del pantal¨®n. No hubo nada este martes en el Teatro Nuevo Apolo que sugiriera la hip¨®tesis de la despedida. Solo disfrute junto a un anfitri¨®n de alborotada melena n¨ªvea, gafas de pasta y el gesto de sorna de quien conoce los secretos de la vida, y parece siempre tentado a confiarnos las dimensiones del chiste.
Nunca quiso Mayall ejercer de ¨ªdolo, pese a que los escenarios le conocen desde ¡ªdesenfunden la calculadora¡ª 1956, y su padrinazgo sirvi¨® para popularizar, a trav¨¦s de los Bluesbreakers, a unos tales Clapton, Peter Green (Fleetwood Mac) y Mick Taylor. A pesar de esa ausencia de pedestal, sorprende verlo firmando y hasta cobrando personalmente sus discos en el tenderete de la entrada del teatro. Es una operaci¨®n que no le reporta tantas libras como calor humano. Es la misma calidez que ¨¦l transpira despu¨¦s con su men¨² inconformista: nunca repite repertorio ni se ci?e a los a?os de gloria, sino que aplica el criterio de que los ¨²ltimos ¨¢lbumes (Talk about that, Nobody told me) son los mejores.
A Mayall, qu¨¦ bendici¨®n, le aguanta el cuerpo. Y a las 1.200 almas que abarrotaban el teatro les encantar¨¢ seguir ayud¨¢ndole a soplar las velas
El blues ha sido siempre un lenguaje humilde formulado por tipos humildes que retratan episodios de dolor o cantan los valores del esfuerzo y la rebeld¨ªa. Y bajo esos preceptos se sigue manejando el de Cheshire, que dispone dos peque?os teclados en el centro de la escena, desenfunda una arm¨®nica de llanto limpio cuando la ocasi¨®n lo merece. Deja tambi¨¦n amplio margen de operaciones a su?peque?a orquesta, integrada por el impecable bajista Greg Rzab, el demoledor bater¨ªa Jay Davenport y la guitarrista y cantante Carolyn Wonderland, pionera entre las blueswomen y, vista su actuaci¨®n de anoche, aspirante a la portavoc¨ªa de la eterna juventud. Es brillante casi siempre, es expresiva con la guitarra y le asiste un vozarr¨®n monumental. Nunca hab¨ªa trabajado Mayall con una mujer, pero hace tiempo que las barreras de g¨¦nero empezaron a caer.
No es sospechoso nuestro Mayall de estrecheces mentales. Le avala, recuerden, el don de la generosidad. Por eso no apura las posibilidades de los derechos de autor y hace escala en su santoral particular, de Sonny Boy Williamson (Help me) a Otis Rush (All your love) o J.B. Lenoir (Mama talk to your daughter). Y desaf¨ªa el desgaste con casi dos horas de men¨² musical generoso y a pie quieto. Sin miramientos, con el blues como santo y se?a, una larga, densa y memorable Tears come rolling down en el tramo final y las ¨²nicas travesuras del bajista Rzab, intercalando menciones a Another one bites the dust, Smoke on the water y hasta la Pantera rosa en Chicago line, emblema de la casa. A Mayall, qu¨¦ bendici¨®n, le aguanta el cuerpo. Y a las 1.200 almas que abarrotaban el teatro les encantar¨¢ seguir ayud¨¢ndole a soplar las velas en sus pr¨®ximos cumplea?os.
Babelia
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