En medio del ruido, el silencio
La exposici¨®n de Vija Celmins en el Met Breuer es un canto a lo meticuloso y lo preciso
El inicio de la temporada en Nueva York ha estado casi monopolizado por la reapertura del MoMA que ha tenido a todos en vilo, pero nadie deber¨ªa dejar pasar la delicada exposici¨®n de una de las pintoras m¨¢s extraordinarias del panorama actual, cierta extra?a especie de ecologista avant la lettre que pudo verse en el Museo Reina Sof¨ªa hace a?os. As¨ª, como una r¨¢faga de silencio en medio del ruido de las inauguraciones, Vija Celmins abr¨ªa su exposici¨®n en el Met Breuer hace escasas semanas, un canto a lo meticuloso y lo preciso con unas litograf¨ªas, unas pinturas y unas piezas escult¨®ricas que desvelaban la precisi¨®n del fotograma y las pasiones de la mano al dibujar.
La carrera de esta artista, siempre al margen de modas y estilos, empez¨® fijando la mirada en los objetos cotidianos: desde radiadores a peines, pasando por la escultura de una peque?a casa en llamas, que en 1965 hablaba de los recuerdos de la guerra, aquellos que Celmins rememoraba coleccionando fotos de la Segunda Guerra Mundial. Parece que al recordar el incendio las llamas adquirieren la apariencia de las nubes y las cosas van perdiendo el nombre en el recuerdo, quemando el pasado, arrasando la posibilidad de presente. ¡°Y es que el hombre, aunque no lo sepa, / unido est¨¢ a su casa poco menos/ que el molusco a su concha. / No se quiebra esta uni¨®n sin que algo muera / en la casa, en el hombre¡ o en los dos.¡±, escrib¨ªa la cubana Dulce Mar¨ªa Loynaz en su poema ?ltimos d¨ªas de una casa.
Como Tarkovsky en El sacrificio, Celmins elige el fuego porque elige la renuncia
La casa de Celmins es, al fin, un doloroso retrato de familia: lo que no consumi¨® el fuego lo arrolla el agua. No queda nada de nuestra historia, s¨®lo aquello que preserve la memoria y que ser¨¢ distinto de lo que sucediera en realidad. No queda nada que sostenga el relato documentalmente, a pesar de la pulcritud de lo dibujado. Como Tarkovsky en El sacrificio, Celmins elige el fuego porque elige la renuncia, aunque implique el olvido.
Despu¨¦s, poco a poco, las im¨¢genes de la guerra y la violencia que estaban impresas en la memoria inconsciente de su infancia, el miedo durante la contienda en Latvia a perderse y no encontrar a sus padres ¡ªconfiesa¡ª, fueron dejando paso a las olas del oc¨¦ano, a las piedras reales que se mezclan con piedras construidas en esculturas de un land art l¨ªrico e inesperado; cielos estrellados, telas de ara?a, tierra de desiertos craquelada, superficies de conchas que remedan volcanes¡ el mundo entero pintado con minuciosidad obsesiva, reproducci¨®n de ese mundo que vive dentro y fuera al tiempo, igual que el recuerdo. Y vuelto a pintar una y otra vez, extra?a estrategia mnemot¨¦cnica que hace de la reiteraci¨®n cierta forma heroica de lo po¨¦tico. Cuadros intensidad, nunca ventanas ni espacios penetrables. Cuadros para perderse en ellos.
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