Tiempo de muertos
Resulta tentador interpretar la inhumaci¨®n y la reinhumaci¨®n de los restos de Franco como el final de su perturbaci¨®n de los vivos
Quiso el calendario que la exhumaci¨®n del dictador Franco del Valle de los Ca¨ªdos tuviera lugar a s¨®lo unos d¨ªas de la celebraci¨®n del D¨ªa de los Difuntos, tambi¨¦n conocido como D¨ªa de Muertos o Halloween en el mundo cristiano. La coincidencia invita a reflexionar sobre la exhumaci¨®n desde una perspectiva cultural, examinando el lugar que tienen la muerte y los ritos funerarios en nuestra cultura en comparaci¨®n con otras.
¡°Desde una perspectiva evolutiva, la muerte forma parte del entorno al que el animal humano necesita adaptarse¡±, escribe Douglas J. Davies en Death, Ritual and Belief (Bloomsbury, 2002). Si bien, explica, ¡°los seres humanos son animales y mueren¡±, son, al mismo tiempo, conscientes de s¨ª mismos y su finitud. Los ritos funerarios nos identifican como especie. Para el antrop¨®logo franc¨¦s Jean-Pierre Albert ¨¦stos tienen, desde sus or¨ªgenes, un sentido estrictamente funcional: la de deshacerse del cuerpo del fallecido. A ¨¦ste se une una dimensi¨®n psicol¨®gica, el sentimiento de culpa de los vivos. Los ritos funerarios son el intento de hacer soportable el efecto emocional de la p¨¦rdida y el temor. Citando a Claude L¨¦vi-Strauss, Albert habla as¨ª de la eficacia simb¨®lica de las pr¨¢cticas mortuorias y sugiere que su patr¨®n dominante se divide, frecuentemente, en dos tiempos. Durante el primero, cuya duraci¨®n var¨ªa, ¡°el muerto permanece cerca de los vivos, pudiendo perturbar su existencia¡±. Seguidamente, pasa a formar parte de los ancestros que son ¡°neutros o ben¨¦ficos¡±. A menudo se celebra un ritual de segunda sepultura que ¡°viene a marcar este pasaje, poniendo fin, entre los vivos, a los signos y tab¨²es asociados al duelo¡±.
Ejemplo paradigm¨¢tico, ampliamente documentado, de este patr¨®n son las pr¨¢cticas funerarias de los toraja, en su mayor¨ªa cristianos, en la isla indonesia de Borneo. All¨ª pueden pasar meses, incluso a?os, desde el fallecimiento del individuo hasta su funeral y entierro. Durante ese periodo, el muerto permanece en el hogar de los vivos ¡ªmomificado con formol¡ª y es tratado como uno m¨¢s. No es hasta que la familia re¨²ne el dinero suficiente para ofrecer al fallecido un funeral digno, incluido el sacrificio de numerosos b¨²falos y cerdos, que ¨¦ste pasa a reposar en un lugar apartado, en ¨¢rboles o nichos escarbados en lo alto de las rocas. Cada cierto tiempo, los familiares sacan al fallecido de su lugar de reposo para limpiarlo, vestirlo y pasearlo.
La naturalidad con la que los toraja conviven con sus muertos puede resultar chocante, pero encontramos rasgos similares en la relaci¨®n con los difuntos en otras culturas sincr¨¦ticas, producto de la mezcla de la tradici¨®n cristiana con usos previos a la llegada del cristianismo. As¨ª ocurre tanto con el D¨ªa de Muertos en M¨¦xico como con Halloween en el mundo anglosaj¨®n. Festividades muy populares en la actualidad, suelen interpretarse como el solapamiento del llamado tiempo de Todos los Santos en el cristianismo ¡ªque abarca la V¨ªspera de Todos los Santos el 31 de octubre, el D¨ªa de Todos los Santos el 1 de noviembre y el D¨ªa de los Difuntos el d¨ªa 2¡ª con diversos rituales prehisp¨¢nicos, en el primer caso, y con una antigua tradici¨®n celta, en el segundo. En ambos casos, subyace la noci¨®n de que, durante ese tiempo, la frontera entre la vida y el m¨¢s all¨¢ queda en suspenso. Las elaboradas y coloridas ofrendas mexicanas sirven para honrar a los muertos y ayudarlos en su camino hacia el para¨ªso. La jack-o¡¯-lantern o calabaza iluminada caracter¨ªstica de la celebraci¨®n de Halloween evoca la linterna que porta el viejo Jack, cuya leyenda, con variaciones, lo sit¨²a errando, entre el aqu¨ª y el m¨¢s all¨¢, al no poder acceder ni al para¨ªso ni al infierno.
La c¨¦lebre escena de la Muerte jugando al ajedrez con el protagonista de El s¨¦ptimo sello, de Ingmar Bergman, recoge la relaci¨®n sobria, personal y directa, a la par que intensa, que mantienen culturas como la escandinava con la muerte. Contrasta con el cariz barroco, colectivo y mediado que posee dicha relaci¨®n en la cultura cat¨®lica. Desde la arquitectura mortuoria hasta los ropajes funerarios, hablamos de una est¨¦tica recargada con una preferencia por los tonos sombr¨ªos. La presencia de los cortejos f¨²nebres en el espacio p¨²blico (y medi¨¢tico) confiere al ritual funerario cat¨®lico una dimensi¨®n espectacular, ausente en la tradici¨®n protestante, donde la muerte constituye un asunto privado. Cabr¨ªa concluir que la liturgia funeraria cat¨®lica es simb¨®licamente eficaz, en t¨¦rminos de L¨¦vi-Strauss, en cuanto que institucionaliza la relaci¨®n con la muerte, rebajando su potencial subversivo que, sin embargo, s¨ª hallamos en las sociedades n¨®rdicas y anglosajonas, donde florecen subculturas tanatof¨ªlicas como el death metal.
Retomando el inicio de esta reflexi¨®n, resulta tentador interpretar la exhumaci¨®n y reinhumaci¨®n de los restos de Franco como esa segunda sepultura a la que se refiere Albert y, por ende, como el final de su perturbaci¨®n de los vivos. Aunque, ci?¨¦ndonos al mismo lenguaje simb¨®lico, tambi¨¦n podr¨ªa ser que, como el viejo Jack, el dictador est¨¦ condenado a errar entre aquel y este mundo.
Olivia Mu?oz-Rojas es doctora en Sociolog¨ªa por la London School of Economics.
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