La pol¨ªtica como espect¨¢culo punk

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Como autodefensa ante la campa?a que se nos viene, me he refugiado en las p¨¢ginas de Salvajes de una nueva ¨¦poca, el ¨²ltimo ensayo de Carlos Gran¨¦s, experto en vanguardias art¨ªsticas. En ellas, con el tono civilizado, medido y sonriente que pol¨ªticos como Pablo Casado o Gabriel Rufi¨¢n (?Gabriel Rufi¨¢n!) intentan impostar para parecerse m¨¢s a Churchill y menos a Trump, la prosa de Gran¨¦s me ha explicado qu¨¦ diablos est¨¢ sucediendo: la pol¨ªtica ¡ªdice¡ª se ha vuelto salvaje. Punk, si lo prefieren. Por eso gritan tanto y por eso llenan la televisi¨®n de performances.

A principios del siglo XX, la transgresi¨®n de las vanguardias hizo del arte un espect¨¢culo que buscaba el esc¨¢ndalo de los pol¨ªticos. Cien a?os despu¨¦s son los pol¨ªticos quienes recurren a esas t¨¦cnicas para electrificar el electorado. Son los nuevos subversivos, que act¨²an desde las propias instituciones: as¨ª, Torra puede aventar el fuego con una mano y fingir que lo intenta apagar con la otra. Todo es una teatralizaci¨®n continua, no hay apenas sitio para un debate pol¨ªtico sin ret¨®rica de charlat¨¢n ni puesta en escena pat¨¦tica.

Mientras, los artistas se han ido convirtiendo en el nuevo establishment. No solo ya no molestan a nadie, sino que promueven un arte sermoneador y moralista (denunciando la violencia o la tragedia ecol¨®gica, por ejemplo) que se parece mucho a los discursos vacuos de la vieja pol¨ªtica. Pol¨ªticos y artistas se han cambiado los papeles.

Con esta tesis, la campa?a se presenta como lo que en el fondo es: un espect¨¢culo punk donde destaca quien m¨¢s lejos lleva su gamberrismo. Pero lo punk solo funciona si hay un p¨²blico dispuesto a escandalizarse. Si los espectadores nos distanciamos y lo contemplamos con un poco de condescendencia, la funci¨®n se desinfla. Tal vez sea la ¨²nica manera de que los pol¨ªticos dejen de comportarse como artistas.