Muere Ricardo Honta?¨®n, cr¨ªtico musical y un ejemplo para las personas con discapacidad
El experto, limitado en su movilidad y en el habla desde su nacimiento, falleci¨® el pasado 6 de noviembre a los 72 a?os
Limitado dram¨¢ticamente desde que naci¨® en su movilidad y en el habla, la figura del cr¨ªtico musical Ricardo Honta?¨®n Acha, fallecido en Santander a los 72 a?os el pasado 6 de noviembre, puede convertirse, para todas aquellas personas que viven con alguna discapacidad (y para cualquier persona), en un ejemplo de tenacidad, coraje y af¨¢n de superaci¨®n. Todo ello salpicado con un sentido del humor en el que, como no pod¨ªa ser menos en alguien tan inteligente, se inclu¨ªa.
Honta?¨®n, que ejerci¨® como cr¨ªtico musical en El Diario Monta?¨¦s durante 42 a?os, tuvo en su madre a su primera valedora, pues fue ella quien puso todo el empe?o en que se desarrollara como un ni?o m¨¢s, y viviera y estudiara de la misma manera que sus tres hermanos, Fernando, Carlota y Jes¨²s. As¨ª, despu¨¦s de cursar el bachillerato en Santander, Ricardo Honta?¨®n se traslad¨® a Bilbao a estudiar en la Universidad de Deusto.
La independencia que tuvo en la ciudad vasca la recordaba como una aut¨¦ntica liberaci¨®n, por la posibilidad de alejarse de la familia y llevar una vida de simple estudiante. Tampoco se asustar¨ªa a la hora de viajar por diversas capitales europeas para ver a sus orquestas favoritas. Licenciado en Historia Contempor¨¢nea, continu¨® estudios de musicolog¨ªa e historia de la m¨²sica hasta convertirse en un experto y acabar ejerciendo como fiel informador y comentarista de la vida musical de su ciudad.
Quienes hayan frecuentado Santander tal vez se habr¨¢n cruzado con ¨¦l. Andar le supon¨ªa todo un reto: a ser posible del brazo de alguna persona amiga, muchas veces solo, abri¨¦ndose paso con gran dificultad. Nada le deten¨ªa. All¨ª estaba, siempre atento, en los actos de la Plaza Porticada, en el Palacio de Festivales, en la Fundaci¨®n Isaac Alb¨¦niz, en la Fundaci¨®n Bot¨ªn o en la Universidad Internacional Men¨¦ndez Pelayo.
Arropado por la gente, que percib¨ªa en su vulnerabilidad la quebradiza naturaleza de toda existencia, Honta?¨®n formaba parte del ethos de la ciudad, de su car¨¢cter distintivo, consecuencia de la empat¨ªa que suscita cualquier ciudadano con dificultades para amoldarse al escenario de la multitud. Por eso la ciudad lo amaba y ¨¦l la hac¨ªa mejor a ella. Y por eso, en un plano pol¨ªtico, su limitaci¨®n motriz era un llamamiento a la eliminaci¨®n de barreras en la ciudad contempor¨¢nea, haci¨¦ndola accesible, de un solo nivel, desterrando escaleras y bordillos y construyendo suaves rampas inclusivas.
En la redacci¨®n de El Diario Monta?¨¦s encontr¨® Ricardo Honta?¨®n su sitio, y en los periodistas, en especial los de la secci¨®n de cultura, identific¨® a sus c¨®mplices (a veces, con una copa de por medio, se hac¨ªa dif¨ªcil entenderle, pero a cambio era cuando m¨¢s se re¨ªa, y eso contagiaba felicidad). Guillermo Balbona ha recordado c¨®mo durante d¨¦cadas se recibi¨® la puntual llamada de Honta?¨®n anunciando su comentario musical de cualquier concierto o cita celebrados en Santander. Incansable, a veces ayudado por su hermana, a veces ¨¦l solo escribiendo a duras penas con el dedo de una mano sobre las teclas del ordenador, iba produciendo sus precisos art¨ªculos. Contaba que esa imposibilidad de ir m¨¢s r¨¢pido a la hora de escribir le hab¨ªa obligado a ser conciso. Por eso sus textos eran breves, iban a la m¨¦dula, eran celebratorios y nunca conspiraban contra el artista, antes bien, daban cuenta del compromiso, del arrojo que anima a quien se sube a un escenario, y m¨¢s en un ¨¢mbito como el de la m¨²sica, donde el int¨¦rprete se vuelve misterioso y es por encima de todo un m¨¦dium.
Semanas antes de morir, Ricardo Honta?¨®n recibi¨® la medalla de honor de la fundaci¨®n Isaac Alb¨¦niz, instituci¨®n a la que estuvo ligado. Tambi¨¦n colaborador de la revista especializada Ritmo, su saber musical iba desde los cl¨¢sicos espa?oles como Victoria o Cabez¨®n hasta Stravinski o el repertorio actual. En una ocasi¨®n me encontr¨¦ con ¨¦l en la zona de playas de El Sardinero, en una terraza al borde del mar. Hablamos de las cosas de Santander, pero sobre todo de m¨²sica. De Wagner, de Mussorgski, de la fuente inagotable de equilibrio que supone para cualquier mel¨®mano el acercamiento a las pasiones y cantatas de Bach. Todo eso estaba muy bien, pero en un momento de la conversaci¨®n me desvel¨® el secreto, su secreto. Lo dijo en dos palabras, con una mirada inocente. Era de nuevo, como en su forma de escribir y de vivir, un apasionado retorno a la esencia, a la serenidad, a la bondad, a la persistencia y a la falta de miedo. ¡°Mozart, Mozart¡±.
Babelia
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