Bertolucci, 5 - Pasolini, 2
Un documental recupera el partido que protagonizaron en 1975 los dos directores junto con miembros de los equipos de 'Sal¨®' y 'Novecento'
Dicen que en Parma, aquel d¨ªa, hac¨ªa fr¨ªo. Al fin y al cabo, cuando el ¨¢rbitro pit¨® el comienzo de las hostilidades, el reloj marcaba las 9.30 de la ma?ana. Las tensiones personales, adem¨¢s, contribu¨ªan al clima glaciar. Faltaba casi una semana para la primavera, pero el partido intentaba adelantar al menos el deshielo entre dos amigos. O eso esperaba Laura Betti, madre de la idea: tal vez el f¨²tbol recalentar¨ªa la relaci¨®n de esos dos genios. Ya los hab¨ªa reunido la geograf¨ªa: rodaban a escasos kil¨®metros, en el norte de Italia. Ella misma representaba otro enlace: era amiga de uno y actuaba en el filme del otro. As¨ª que les propuso enfrentarse, con miembros de los equipos de sus pel¨ªculas, en el parque de la Ciudadela. La producci¨®n, compartida entre los dos filmes, entregar¨ªa al final una copa al triunfador.
Convencerles no fue dif¨ªcil. Pier Paolo Pasolini adoraba el f¨²tbol y abrazaba cualquier pretexto para ¡°un partidillo¡±, como sol¨ªa llamarlos. Y Bernardo Bertolucci entrevi¨® la ocasi¨®n para una revancha sobre su mentor, con el que estaba resentido por una cr¨ªtica cinematogr¨¢fica. Finalmente, aquel 16 de marzo de 1975, se plantaron uno frente al otro, o casi: Pasolini, a sus 53 a?os, lideraba el once de Sal¨® o los 120 d¨ªas de Sodoma; Bertolucci, en cambio, hizo de entrenador de los de Novecento. Cumpl¨ªa ese d¨ªa 34 a?os y los suyos le regalaron una victoria abultada: 5-2. Aunque, al parecer, el cineasta anduvo diciendo que ganaron 15-12. Otra m¨¢s de las exageraciones y leyendas que rodean un partido memorable, como muestra el documental Centoventi contro Novecento, que recorre estos d¨ªas festivales de Italia. Sus autores preparan una versi¨®n internacional, para viajar a m¨¢s cert¨¢menes y plataformas online.
¡°Quer¨ªa contar, de forma ligera, su relaci¨®n y tambi¨¦n una ¨¦poca del pa¨ªs. Eran los a?os de plomo, del terrorismo. En los peri¨®dicos, la breve noticia del partido sali¨® rodeada de boletines de guerra¡±, relata el director, Alessandro Scillitani. El creador mezcla im¨¢genes de archivo y los testimonios de los protagonistas con aut¨¦nticas joyas. Si ninguna mujer fue reclutada para jugar el partido, dos se encargaron de inmortalizarlo: Clare Peploe, directora, guionista y esposa de Bertolucci, lo film¨® en Super-8. Y Deborah Beer, fot¨®grafa de Sal¨®, lo retrat¨® con su c¨¢mara. Con este material, Scillitani desmiente otro mito: se dijo que Pasolini se march¨® enfurecido tras la derrota. Sin embargo, ah¨ª est¨¢, celebrando con una tarta a su antiguo disc¨ªpulo.
Porque, en el fondo, ¨¦l introdujo a Bertolucci en el cine. Amigo de su padre, el poeta Attilio, Pasolini anim¨® primero al joven Bernardo a escribir. El chico lo intent¨®, compuso poemas e incluso le dedic¨® uno a su maestro. Pero, cuando el cineasta le ofreci¨®, en 1961, ayudarle en la direcci¨®n de Accattone, Bertolucci descubri¨® su destino. Aunque el mismo tipo que le allan¨® el camino hacia el s¨¦ptimo arte se interpuso como un obst¨¢culo a?os despu¨¦s. En 1972, Pasolini calific¨® de horrible ?ltimo tango en Par¨ªs, en Il Corriere della Sera. Y, cuando la pel¨ªcula fue censurada, la defendi¨® a medias: reiter¨® que era ¡°mala¡±, pero no por eso merec¨ªa ser prohibida.
Ricos y proletarios
De ah¨ª que Bertolucci llegara al partido molesto. Un abismo separaba tambi¨¦n a las dos pel¨ªculas. En Sal¨® o los 120 d¨ªas de Sodoma, Pasolini filmaba el terror de la tortura y la crueldad humana. Novecento, al rev¨¦s, abanderaba la utop¨ªa y la emancipaci¨®n. ¡°Un filme de proletarios y uno de ricos con sombreros¡±, lo resume uno de los que ah¨ª estuvieron. Como prueba ulterior, en la cena tras el partido, el ganador invit¨® a los derrotados a una ronda de Dom Perignon.
La brecha se reflej¨® tambi¨¦n en las camisetas: las de Sal¨® copiaban las sencillas rayas rojas y azules del Bolonia, el club que amaba Pasolini. Las de Novecento, dise?adas por la responsable de vestuario, Gitte Magrini, luc¨ªan el nombre del filme sobre un fondo morado. E iban acompa?adas de medias con los colores del arco¨ªris. ¡°Para distraer a los rivales¡±, confiesa uno de los entrevistados.
No fue la ¨²nica estratagema de Bertolucci y los suyos. Tras observar el entrenamiento de sus adversarios, concluyeron que les esperaba una masacre. Y as¨ª pareci¨® al principio: dos acciones empezadas por Pasolini, y 2-0. Y eso que el filme refleja discrepancias sobre el talento del cineasta: no queda claro si jugaba en la banda izquierda o derecha, si se le daba bien regatear o solo correr. Scillitani dice que todos le reconocen, por lo menos, ¡°garra¡±. Aunque le persegu¨ªa una fama demoledora: por lo visto, nunca marc¨® un gol.
Aun as¨ª, ese d¨ªa, ayud¨® a los suyos a adelantarse. Hasta que una dura entrada le dej¨® fuera de juego. El filme alimenta la sospecha de que el otro equipo planeara lesionarlo. Y, desde luego, s¨ª fue voluntaria otra irregularidad que Scillitani ha podido confirmar: en los d¨ªas previos, Bertolucci justo fich¨® para su filme a dos nuevos y j¨®venes atrecistas. Pero su estructura f¨ªsica los delataba: eran futbolistas, del filial del Parma. La memoria de alg¨²n protagonista y una foto apuntan m¨¢s all¨¢: insin¨²an que uno de ellos era Carlo Ancelotti. Lo cierto es que el exentrenador del Real Madrid despuntaba entonces como talento de la cantera del equipo local.
Con estas armas secretas ¡ªy un penalti que a¨²n divide a los protagonistas¡ª, Novecento logr¨® el empate. Y termin¨® arrollando a sus rivales. ¡°Fue una de las peores cosas que le pasaron a Pier Paolo. Nunca hablaba de ello¡±, dice uno de sus colaboradores. Aun as¨ª, al final los dos amigos se abrazaron. Por desgracia, como recuerda La Repubblica, apenas dur¨® meses. El 6 de noviembre, volvieron a separarse. Esta vez, de por medio, hab¨ªa un ata¨²d de madera. Fuera, Bertolucci lloraba junto con media Italia. Dentro, Pasolini ya dorm¨ªa para siempre.
Bautizos, machismo, literatura y la Ciudad Eterna
Uno habla de todo: machismo, cr¨ªtica literaria, pol¨ªtica, duelos o bautizos. El otro se centra en un tema, aunque no por eso es menos inabarcable: no por nada, a Roma la llaman la Ciudad Eterna. En los ¨²ltimos d¨ªas, dos libros traen a Espa?a material in¨¦dito en castellano (y casi olvidado en italiano) de Pier Paolo Pasolini.
Las bellas banderas es la primera de tres obras con las que Ediciones El Salm¨®n rescatar¨¢ el consultorio del escritor: en los sesenta, en los diarios Vie Nuove e Il Tempo, Pasolini contestaba a preguntas, halagos y cr¨ªticas que le enviaban los lectores. "Busca el di¨¢logo como herramienta did¨¢ctica y de comunicaci¨®n. Tambi¨¦n nos interesaba su mensaje como uno de los ¨²ltimos herejes. Profetiz¨® d¨¦cadas antes la destrucci¨®n del planeta por parte del sistema capitalista", asegura Salvador Cobo, uno de los editores y traductor de la obra.
En La ciudad de Dios, en cambio, Altamarea re¨²ne cuentos, art¨ªculos y reflexiones de Pasolini sobre Roma, la urbe que cambi¨® su vida en los cincuenta. "Le impact¨® tremendamente", reconoce Graziella Chiarcossi, prima del escritor y encargada de su legado. "En estos textos tambi¨¦n est¨¢ el germen de Chavales del arroyo", agrega.
Babelia
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