Rosal¨ªa y la met¨¢fora de las u?as postizas
La artista de la d¨¦cada revienta el WiZink con un espect¨¢culo que confunde modernidad con predictibilidad
Los conciertos de Rosal¨ªa no se miden por la intensidad de las ovaciones, sino de los suspiros. Tanta fascinaci¨®n genera la muchacha de Sant Esteve Sesrovires que sus evoluciones mueven m¨¢s al grito o el asombro que al aplauso convencional, quiz¨¢ porque la reina en todos los tronos de la m¨²sica latina procura guiarse poco por las normas e imponer su impronta en cada detalle. A Rosal¨ªa la jalearon anoche m¨¢s de 15.000 almas en el WiZink madrile?o, y sabe Dios por cu¨¢nto habr¨ªamos multiplicado esa cifra si las gradas pudieran extenderse infinitamente hacia ese cielo que a nuestra protagonista le queda cada vez m¨¢s cerca.
En apenas a?o y medio, Rosal¨ªa se ha encargado de agotar no solo las plusmarcas musicales, sino tambi¨¦n los ep¨ªtetos. Llegaremos tarde con cualquier piropo que ensayemos, porque ya se ha encargado ella de acapararlos todos. Pero a la excelencia de su f¨®rmula sonora, que en ocasiones abruma de puro ingenio, se le contraponen las limitaciones de un espect¨¢culo que confunde modernidad con predictibilidad. La barcelonesa no mueve una coma en el repertorio, as¨ª nos encontremos en Sebastopol o la Conchinchjna, ni siquiera aunque la capital asistiera esta vez al ¨²ltimo episodio de su exitos¨ªsima gira de?El mal querer. Y tampoco sopesa la posibilidad de proporcionarle alg¨²n acompa?ante instrumental a El Guincho, por lo que un porcentaje muy elevado de la m¨²sica que acontece en directo (incluidas segundas voces) est¨¢ enlatada. A lo que se ve, disponer de m¨²sicos sobre el escenario, m¨¢s all¨¢ de dos palmeros y dos coristas, ha de considerarse ahora una desfasad¨ªsima antigualla.
As¨ª las cosas, y aun encontr¨¢ndonos ante una vocalista excepcional, la principal novedad respecto a su arrolladora visita al Sant Jordi barcelon¨¦s radicaba en el vestuario: de rojo pasi¨®n entonces; blanco y con un gran lazo rojo, como un regalo de las alturas, esta vez. Hay tantas bailarinas en liza, seis, como la suma del resto de efectivos, Rosal¨ªa incluida. Todo muy?instagramizable, sin duda, pero carente de riesgo. ?D¨®nde queda el margen para la sorpresa, el error, la genialidad, la ocurrencia? ?Qu¨¦ circunstancia ins¨®lita puede acontecer para que nuestro concierto se erija en evento puntual e irrepetible, y no en episodio coreografiado?
Rosal¨ªa Vila Tobella constituye un milagro inesperado. No hab¨ªa anoche m¨¢s que testimoniar los rostros de expectaci¨®n en el grader¨ªo, el silencio absorto de los proleg¨®menos, esa sensaci¨®n casi un¨¢nime de encontrarnos ante un evento hist¨®rico. Y todo a partir de un flamenco con poder¨ªo, cabalmente procesado y reinterpretado a partir de las sacudidas electr¨®nicas, los bajos profund¨ªsimos y la monserga del reguet¨®n. Un h¨ªbrido saleroso, el desparpajo sin prejuicios de esta era digital en que cualquier ingrediente queda a un paso de nuestra coctelera.
Todo buenas noticias. Pero por eso mismo, porque la autora de Pienso en tu mir¨¢ a¨²na singularidad, discurso y arrestos, sorprende su apuesta esc¨¦nica por el cerocerismo. Solo se la juega un poco en los tres minutos a capela de Catalina, sobradamente conocidos, o en la correosa irrupci¨®n del puertorrique?o Ozuna, sin aviso previo, para?Yo x Ti, T¨² x M¨ª.
Todo transcurre en 84 minutos expeditivos. Hasta en los parlamentos, incluso cuando avisa de que no quiere decir ¡°cualquier cosa¡±, acaricia la catalana el t¨®pico sonrojante. Su resumen del recorrido art¨ªstico m¨¢s asombroso que se recuerda en la historia de la m¨²sica espa?ola fue este: ¡°El mal querer ha sido lo m¨¢s emocionante que me ha pasado en la vida y es por vosotros. Ha significado mucho y me siento muy feliz¡±. Cuando Rosal¨ªa, mujer bella, empoderada y valerosa, escogi¨® unas kilom¨¦tricas u?as postizas como elemento est¨¦tico diferenciador, no cay¨® en la cuenta de que incurr¨ªa en una dolorosa met¨¢fora. La que nos brinda constatar que precisa de esas prolongaciones artificiales para ara?arnos, como si desconfiara de la capacidad de sus propias manos, a carne viva, para perforarnos el coraz¨®n.
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