Archipi¨¦lago Solentiname
Ernesto Cardenal cre¨® una comunidad cristiana, revolucionaria y art¨ªstica de fama mundial, perseguida primero por Somoza y luego por Ortega, que es uno de los legados del poeta y sacerdote nicarag¨¹ense
Tengo en mi casa de M¨¦xico una pintura primitivista que muestra a Ernesto Cardenal llamando a misa en la isla Mancarr¨®n, en el Archipi¨¦lago Solentiname. El cuadro, firmado por el maestro primitivista Rodolfo Arellano, es simb¨®lico para m¨ª: es mi conexi¨®n con Nicaragua ¡ªpa¨ªs que tuve que dejar por el asedio de Ortega a los periodistas cr¨ªticos con su r¨¦gimen¡ª, pero tambi¨¦n con el poeta Cardenal y lo que significa su poes¨ªa: compromiso, ideales, b¨²squeda de la belleza, denuncia e innovaci¨®n. Cardenal es el poeta de Solentiname, ese grupo de islas localizadas en el Gran Lago de Nicaragua o Lago Cocibolca, donde vuelan libres las garzas y habitan enormes reptiles que asoman sus poderosas mand¨ªbulas bajo el sol tropical. All¨ª Cardenal fund¨® una comunidad de artistas. All¨ª se involucr¨® en la lucha contra la tiran¨ªa de Somoza. All¨ª se refugi¨® para buscar su espiritualidad. Y desde all¨ª escrut¨® el Universo para componer una de las obras m¨¢s bellas de la lengua espa?ola: su monumental C¨¢ntico C¨®smico.
Ahora que ha fallecido el poeta considerado la voz moral del sandinismo ¡ªesa corriente pol¨ªtica mancillada por Daniel Ortega¡ª es oportuno recordar que ¨¦l convirti¨® a Solentiname en un lugar m¨ªtico (como Garc¨ªa M¨¢rquez con su Macondo, Juan Rulfo con su Comala o Faulkner y Yoknapatawpha), una comunidad hermosa donde del arte y la b¨²squeda de la belleza se convirtieron en un objetivo com¨²n, despu¨¦s de que sus campesinos y pescadores aprendieron a leer y escribir; donde la comuni¨®n no solo fue una conexi¨®n con lo espiritual, sino tambi¨¦n una forma de resistencia y de protesta; donde la pintura antiqu¨ªsima que sus mujeres plasmaban en barro, como si se tratara de un don antediluviano, se convirti¨® en una corriente art¨ªstica que pronto se expondr¨ªa en galer¨ªas de medio mundo, con coleccionistas de arte alemanes, gringos, holandeses ansiosos de hacerse con las mejores pinturas, viajando a Solentiname en un peregrinar ins¨®lito. Fue una comunidad cristiana, revolucionaria y art¨ªstica, que pronto se convertir¨ªa en una piedra en el zapato de la infamia somocista, que no dud¨® en enviar a sus esbirros para arrasarla y asesinar a sus j¨®venes revolucionarios, que, as¨ª como tiraban balas contra la ignominiosa dinast¨ªa, pintaban la voluptuosidad de la fauna y flora de Solentiname. ¡°El padre Cardenal vio que hab¨ªa un talento en Solentiname y dijo que hab¨ªa que continuar lo que hab¨ªan hecho nuestros ancestros¡±, me dijo Arellano cuando lo visit¨¦ en su casa de la isla La Venada, golpeado por la diabetes, peque?o, fr¨¢gil, pero a¨²n h¨¢bil con el pincel. Arellano es uno de los herederos de aquel proyecto que Cardenal fund¨® junto a uno de los m¨¢s grandes pintores nicarag¨¹enses, R¨®ger P¨¦rez de la Rocha. ¡°Fue un hecho determinante en mi crecimiento como artista educarme a la sombra de Ernesto Cardenal. Fue mi gu¨ªa en esos a?os de juventud¡±, me dijo P¨¦rez de la Rocha.
En este para¨ªso amenazado por un empresario chino a quien Daniel Ortega entreg¨® la concesi¨®n para construir un Canal Interoce¨¢nico que es una fantas¨ªa cargada de corrupci¨®n ¡ªy que Cardenal denunci¨®¡ª, el poeta tambi¨¦n escribi¨® una de sus obras clave: Su Evangelio de Solentiname, hermosa interpretaci¨®n personal de los evangelios, donde la justicia social, la fraternidad, el compromiso revolucionario y el amor cristiano se mezclan para retratar el mundo campesino de este archipi¨¦lago que era su lugar de retiro. Lo recuerdo una Semana Santa, encorvado, peque?o, arrastrando sus sandalias y con su inconfundible boina negra sobre la larga cabellera cana, entrando a la peque?a iglesia de Mancarr¨®n para celebrar la misa en rebeld¨ªa, porque Wojtyla le hab¨ªa prohibido oficiar. All¨ª, sin subirse al altar de la iglesia adornada con peces de colores, ley¨® extractos de su evangelio.
Las noches en Solentiname las pasaba en su caba?a, amueblada con humildad, escrutando el cielo tirado en su hamaca. La brisa del lago menguaba el calor del tr¨®pico, mientras su mirada se perd¨ªa en las estrellas, trat¨¢ndose de explicar las maravillas del Universo, el infinito que tanto lo atra¨ªa y lo hac¨ªa devorar revistas y libros cient¨ªficos. En una entrevista con este diario me dijo que ¨¦l era el creador de lo que llam¨® poes¨ªa cient¨ªfica y la obra principal de ese viaje gal¨¢ctico fue su C¨¢ntico C¨®smico, un encuentro casi sexual con las galaxias, los ¨¢tomos y dios. ¡°Somos polvo de estrellas¡±, escribi¨®. ¡°Seres esencialmente c¨®smicos: No podemos excluir a la tierra de la eternidad¡±.
Cardenal fue perseguido hasta su muerte. Rosario Murillo, esposa de Daniel Ortega y vicepresidenta de Nicaragua, le demostr¨® su odio desde que era ministro de Cultura durante los a?os de la revoluci¨®n sandinista. Ya viejo la justicia orteguista embarg¨® sus bienes y confisc¨® su sue?o de Solentiname. Y en la muerte se ensa?an con el poeta. El d¨ªa que falleci¨® publicaron un infame comunicado en el que le endilgaban el Premio Cervantes, que Cardenal nunca gan¨®, aunque lo ten¨ªa muy merecido. Es de una verg¨¹enza monumental que en un comunicado oficial se afirme semejante error, que solo demuestra dos cosas: la ignorancia del Ejecutivo que Gobierna Nicaragua o pura desidia convertida en burla contra uno de los grandes literatos en lengua espa?ola. Durante una misa en su honor en la Catedral de Managua, el lumpen de Ortega irrumpi¨® para gritarle traidor. Pero nada de lo que haga el odio de la Murillo mancillar¨¢ la figura del hombre, sacerdote, poeta y revolucionario comprometido con la justicia, la libertad, la igualdad, la belleza y la innovaci¨®n. El Archipi¨¦lago de Solentiname, donde sus cenizas ser¨¢n enterradas en un mausoleo, con sus artistas primitivistas manteniendo vivo su legado, es la muestra de que Cardenal es ya un poeta eterno, convertido en polvo de estrellas que suben hasta la V¨ªa L¨¢ctea, el lugar de donde nos lleg¨®.
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