Pilato, cooperador necesario
El historiador Aldo Schiavone revisa la figura del prefecto que juzg¨® a Jes¨²s para explicar su ambig¨¹edad y desterrar mitos: es inveros¨ªmil que se lavara las manos
Pocas figuras hay en la historia como Pilato, que aparecen brevemente, con una sola acci¨®n, luego se volatilizan y dejan tanta huella. Adem¨¢s ha llegado a nosotros como una figura ambigua. El historiador italiano Aldo Schiavone publica en Espa?a Poncio Pilato. Un enigma entre la historia y el misterio (editorial Trotta), un entretenido libro que bucea en todo lo que se puede saber sobre ¨¦l, en los Evangelios y en las ¨²nicas cuatro fuentes hist¨®ricas halladas: textos de Flavio Josefo y Fil¨®n de Alejandr¨ªa, una menci¨®n de T¨¢cito y la inscripci¨®n en una piedra hallada en 1961.
Para el autor, Pilato se vio metido en un l¨ªo que pon¨ªa en riesgo los complejos equilibrios pol¨ªticos de un pa¨ªs revoltoso y cuya cultura le resultaba b¨¢rbara e incomprensible. Para complicarlo m¨¢s, el relato habr¨ªa quedado desfigurado por la ¨®ptica antijud¨ªa impresa en los Evangelios, que buscaba tambi¨¦n dejar bien a los romanos para que la nueva fe prosperara en el imperio, y fuerza situaciones incomprensibles a la luz hist¨®rica. Y como ¨²ltima tesis, Schiavone apunta que Pilato incluso lleg¨® a comprender que Jes¨²s estaba decidido a morir y no podr¨ªa hacer nada para evitarlo. Es m¨¢s, intuy¨® que deb¨ªa colaborar en un dise?o sobrenatural que se le escapaba, como una especie de cooperador necesario.
¡°Este el punto m¨¢s delicado de toda la historia¡±, se?ala el autor al tel¨¦fono desde Roma. ¡°Yo creo que se ocult¨® porque pon¨ªa en cuesti¨®n el equilibrio entre predestinaci¨®n y libre albedr¨ªo, y sobre todo, la responsabilidad jud¨ªa en la muerte de Jes¨²s. El relato de Juan, el m¨¢s preciso, traiciona esta realidad, esta profec¨ªa que se autocumpl¨ªa, hay saltos en el relato que hacen evidente que ah¨ª ha pasado algo. Pilato, tras el en¨¦simo intento de salvar Jes¨²s, se rinde, y dice: que se cumpla tu destino. Pero esto era dif¨ªcil de decir, y los evangelios no lo dicen¡±. As¨ª se explica, opina Schiavone, la ambig¨¹edad de Pilato en la tradici¨®n y que Tertuliano, uno de los primeros grandes autores cristianos, dijera en el siglo II que el prefecto ten¨ªa ¡°coraz¨®n cristiano¡±.
Schiavone sigue en su an¨¢lisis los Evangelios, escritos d¨¦cadas despu¨¦s del a?o 30, porque cree que ¡°en la memoria hay un fondo de verdad descifrable, no quiere decir que sea todo falso, y lo que se puede verificar suele corresponder con los datos hist¨®ricos¡±. Por el camino, dinamita estereotipos. El m¨¢s famoso, el lavado de manos: ¡°Es un gesto totalmente hebreo. Es impensable que un dirigente romano hiciera un gesto as¨ª en un proceso. Una incongruencia cultura y jur¨ªdica¡±, razona. ¡°Pero era necesario que al lector jud¨ªo le quedara claro que el prefecto no ten¨ªa nada que ver en el asunto¡±. Para el autor, es el punto cero en la genealog¨ªa del antisemitismo cristiano.
Habr¨ªa otros elementos forzados. Como la introducci¨®n del pueblo jud¨ªo como tal en el proceso a Jes¨²s. Marcos y Mateo colocan a la multitud en el relato, frente al palacio de Pilato, para que comparta una responsabilidad que si no, solo recae en los sacerdotes. Sobre todo, en ninguna parte se explica el m¨®vil: por qu¨¦ la misma ciudad que recibe seis d¨ªas antes a Jes¨²s como un h¨¦roe cambia de opini¨®n y exige su muerte. En la misma l¨ªnea se sit¨²a el dilema p¨²blico entre Jes¨²s y Barrab¨¢s, otro personaje sin base hist¨®rica. ¡°Es otra falsificaci¨®n. Era necesario que el pueblo al completo se presentara en escena. Pero es totalmente irreal que se convocara una asamblea popular frente al palacio. All¨ª no hab¨ªa una plaza, un ¨¢gora, y qui¨¦n la iba a convocar. Desde luego no los sacerdotes, los romanos no lo hubieran permitido, y tampoco los romanos. Lo m¨¢s probable es fueran solo los sacerdotes con un peque?o grupo¡±.
Los sacerdotes, que ve¨ªan en Jes¨²s un peligro teol¨®gico y pol¨ªtico, quer¨ªan implicar a los romanos en su plan para eliminarle, usarlos como pantalla ante el pueblo, cuya reacci¨®n tem¨ªan. Jes¨²s, cree el autor, era un personaje conocido, destacaba en la tropa de predicadores e iluminados de Palestina en el siglo I. La acusaci¨®n ¨²til fue que instigaba a la insurrecci¨®n. Roma gobernaba con el consenso, con alianzas con las aristocracias locales, y esto era a¨²n m¨¢s marcado en las provincias de Oriente, con civilizaciones m¨¢s antiguas. No eran los b¨¢rbaros del norte que simplemente eran sometidos. En esa ¨¦poca se viv¨ªa en Judea un mesianismo apocal¨ªptico, mezclado con la pol¨ªtica y la resistencia al invasor. Los romanos, tan alejados de esta cultura, ve¨ªan este lugar como una casa de locos. ¡°Ninguna de las poblaciones sometidas hab¨ªa producido nada parecido a la Biblia¡±, dice el historiador.
Pilato tem¨ªa una trampa, ser un instrumento de un ajuste de cuentas entre facciones, verse utilizado por sacerdotes saduceos para librarse de un adversario, y que eso desencadenara la ira popular. Los saduceos eran la aristocracia local, colaboradora con los romanos, y una minor¨ªa. De hecho, ser¨ªan masacrados en la revuelta del a?o 66. Todo el interrogatorio a Jes¨²s, seg¨²n el relato de los Evangelios, es un tanteo de Pilato para saber qu¨¦ se est¨¢ tramando. Y revela que no ten¨ªa nada contra ¨¦l, buscaba una imputaci¨®n pero no la encontraba. Los textos no aclaran en qu¨¦ lengua hablaron, probablemente arameo. En ning¨²n sitio pone que Jes¨²s hablara griego. Quiz¨¢ hubo un int¨¦rprete. Jes¨²s no se defiende en ning¨²n momento y frases como ¡°Mi reino no es de este mundo¡± descolocar¨ªan a Pilato que, en todo caso, percibi¨® que no se hallaba ante un rebelde. Seg¨²n Schiavone, m¨¢s que un interrogatorio, se volvi¨® ¡°una conversaci¨®n en la que Pilato parece cada vez m¨¢s fascinado y turbado¡±, y casi un di¨¢logo plat¨®nico. Hasta que, muy a su pesar, lo env¨ªa a la muerte.
Solo hay siete nombres propios en la Pasi¨®n: Judas, An¨¢s, Caif¨¢s, Barrab¨¢s, Herodes Antipas, Jos¨¦ de Arimatea y Pilato. Judas y Barrab¨¢s no tienen confirmaci¨®n hist¨®rica, pero los otros cinco s¨ª. Y Pilato es el m¨¢s importante. No viv¨ªa en Jerusal¨¦n, sino en Cesarea, la capital, cerca de Siria. Ciudad pagana y con mar, m¨¢s agradable. Pero aquella semana hab¨ªa fiestas y estaba en Jerusal¨¦n, 40.000 habitantes. Una ciudad grande en la ¨¦poca, pero todo estaba cerca. Los desplazamientos del relato evang¨¦lico son cuesti¨®n de calles. Aldo Schiavone apunta que todo comenz¨® probablemente el 6 de abril del a?o 30, jueves.
Pilato llevaba en Judea desde el a?o 26. Lleg¨® con 40 a?os. No sabemos nada de su vida anterior, ni su nombre. Es posible que fuera Lucio o Tito. Su primer episodio conocido, relatado por Flavio Josefo, fue un incidente nada m¨¢s llegar al cargo. Entr¨® de noche en Jerusal¨¦n con las tropas, que llevaban insignias y retratos del emperador, algo que prohib¨ªa la religi¨®n jud¨ªa, opuesta a las im¨¢genes en la ciudad santa. Una multitud se congreg¨® ante su palacio durante cinco d¨ªas para que los retirara, y el sexto la situaci¨®n estall¨®: mand¨® cargar contra el tumulto. Pero los jud¨ªos se tumbaron en el suelo dispuestos al sacrificio, algo que dej¨® estupefacto a Pilato. Comprob¨® que la religi¨®n era algo ¡°pasional y decisivo¡± para esa gente, dice Schiavone, y eso condicion¨® su actitud posterior, para moverse con m¨¢s tacto.
Tras la muerte Jes¨²s solo hay dos menciones a Pilato, nuevos incidentes. Fue apartado despu¨¦s de diez a?os en su puesto y llamado a Roma. Como era invierno, a?o 36 o 37, no pod¨ªa hacer el viaje por mar y fue por tierra. Pero justo entonces muri¨® el emperador Tiberio, el 17 de marzo del 37, y no volvemos a saber nada m¨¢s de ¨¦l.
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