El heroico explorador polar sigue sin salir del hielo
Segundo en el Polo Sur, primero en ¨¦pica, el brit¨¢nico y sus acompa?antes murieron durante la vuelta de su viaje
Para confinamiento duro y largo (y fr¨ªo) el del capit¨¢n Scott y sus dos ¨²ltimos acompa?antes, que, encerrados en su peque?a tienda en medio de la Ant¨¢rtida en marzo de 1912, all¨ª siguen. Desconfinarlos ahora, m¨¢s de un siglo despu¨¦s, servir¨ªa de poco, pues cuando los hallaron el 12 de noviembre de ese mismo a?o ya estaban muertos y congelados. El min¨²sculo habit¨¢culo de tela les sirvi¨® de tumba. ¡°Los hemos encontrado¡±, escribi¨® un miembro de la partida de rescate, el famoso Apsley Cherry-Garrard, autor de El peor viaje del mundo (Ediciones B, 2019) y acu?ador de la c¨¦lebre frase de que ¡°la exploraci¨®n polar es la forma m¨¢s radical y al mismo tiempo m¨¢s solitaria de pasarlo mal que se ha concebido¡±. La suerte de Scott y su grupo no hizo sino reforzar esa opini¨®n.
¡°Decir que ha sido un d¨ªa espantoso ser¨ªa quedarse corto. No existen palabras para expresar semejante horror¡±. Los fallecidos confinados estaban a solo 20 kil¨®metros de uno de los dep¨®sitos de suministro dejados por la expedici¨®n: de haberlo encontrado quiz¨¢ se hubieran salvado. La tienda, describe Cherry-Garrad, estaba cubierta de nieve, as¨ª que casi se la pasan; calcula que los exploradores llegaron al lugar y la plantaron el 21 de marzo, y el 29 ¡°ya hab¨ªa terminado todo¡±. Robert Falcon Scott estaba tendido en el centro, el doctor Edward Wilson a su izquierda y el teniente Henry ¡®Birdie¡¯ Bowers a su derecha. Los dos ¨²ltimos estaban como dormidos en sus sacos. Scott se hab¨ªa apartado las solapas del suyo en el ¨²ltimo momento, como luchando por vivir, y ten¨ªa la mano extendida sobre Wilson, su amigo de toda la vida y uno de los hombres del mundo que m¨¢s sab¨ªan de ping¨¹inos, lo que no le sirvi¨® de nada al final. Ten¨ªan los tres la piel amarillenta y vidriosa, como alabastro antiguo y moteada de se?ales de congelaci¨®n. La temperatura durante su confinamiento hab¨ªa descendido a setenta grados bajo cero.
Mientras buscaban en el saco de Scott su diario, se oy¨® un ruido como de un disparo. Era el brazo helado del capit¨¢n que se parti¨® con un chasquido. Encontraron mucho material: diarios, cartas, muestras geol¨®gicas (hab¨ªan cargado con ella, puras piedras, con gran pundonor brit¨¢nico) y un volumen de Tennyson. Scott hab¨ªa mantenido sus anotaciones al d¨ªa (¨²ltima entrada el 29) en un ejemplo de c¨®mo sobrellevar un confinamiento por muy adverso que este sea. Con los escritos se pudo reconstruir los ¨²ltimos d¨ªas de los exploradores. No fueron muy felices. Llevaban con ellos adem¨¢s del fr¨ªo, el escorbuto y otras privaciones el mal rollo de haber llegado hasta el remoto polo solo para descubrir que eran los segundos (¡°a terrible disappointment¡±, anot¨® Scott), pues los noruegos, con Amundsen al frente, se les hab¨ªan adelantado, poni¨¦ndoles a ellos y al imperio brit¨¢nico en evidencia. Solo les quedaba argumentar que los escandinavos hab¨ªan sido poco deportivos, b¨¢sicamente por no dejarles ganar a ellos que, carai, eran brit¨¢nicos. En realidad, la pifiaron ellos solos y la culpa ha de recaer en el jefe, Scott, que planific¨® mal su ataque al objetivo, entre otras cosas al incorporar un hombre de m¨¢s al equipo en el ¨²ltimo momento cuando las raciones se hab¨ªan preparado para cuatro. Tambi¨¦n es verdad que encontraron peor tiempo del que esperaban, y peor tiempo en la Ant¨¢rtida es muy pero que muy mal tiempo.
El regreso a su base, a 1.384 kil¨®metros (y no hab¨ªa ning¨²n ¨¢rea de servicio en el camino), con el estigma de la derrota y la desairada Uni¨®n Jack entre las piernas, fue un viacrucis y se dejaron, quiz¨¢ de manera algo despiadada, a dos camaradas en la ruta: El contramaestre Edgard ¡®Taff¡¯ Evans, que falleci¨® a las siete semanas tras sufrir congelaciones inauditas y caer por una grieta y golpearse la cabeza (muri¨® en la tienda en una de las paradas y lo enterraron all¨ª, al pie del glaciar de Beardmore). Y el capit¨¢n Lawrence ¡®Titus¡¯ Oates, que, tambi¨¦n hecho polvo y viendo que retrasaba a sus camaradas, en otra parada se desconfin¨® heroicamente a s¨ª mismo saliendo a la ventisca polar tras soltar su famoso ¡°voy a salir, y quiz¨¢ tarde un rato¡±, una frase con gran eco hoy en d¨ªa. Probablemente ahora hubiera dicho ¡°voy a buscar el peri¨®dico¡± o ¡°me acerco al s¨²per¡± (y ya pronto: ¡°saco al ni?o¡±). Si hubieran sido los noruegos podr¨ªa haber dicho ¡°saco a los perros¡±, pero los brit¨¢nicos no llevaban, y as¨ª les fue; eran ellos mismos los que empujaban los trineos.
Incapaces de seguir sufriendo en su penosa marcha de regreso y en medio de una tormenta que dur¨® nueve d¨ªas, los tres supervivientes de la nefasta partida de ataque al Polo Sur levantaron trabajosamente una ¨²ltima vez su tienda, se metieron dentro y se dedicaron a esperar la muerte en ese constre?ido espacio de tela en condiciones terribles. Se les hab¨ªa acabado la comida, les dol¨ªa todo, todo lo que pod¨ªan notar, no pod¨ªan dar un paso. Y nosotros nos quejamos de lo nuestro¡ Malnutridos, sufriendo congelaciones ¨C¡°la amputaci¨®n de los pies es lo m¨ªnimo que puedo esperar ya¡±, escribi¨® estoicamente Scott- y exhaustos, agotado el combustible de las l¨¢mparas y los hornillos, decidieron verlas venir como gentlemen. En este contexto no cabe preguntar por el papel higi¨¦nico. No tenemos ni idea de c¨®mo fue de verdad ese confinamiento sin esperanza (hubiera sido churra que los encontraran a tiempo, y lo sab¨ªan), pero las cartas y diarios parecen indicar que no hubo dosis excesivas de desesperaci¨®n y angustia; ya lo he dicho: gentlemen.
El obligado enclaustramiento les desat¨® una fiebre de escritura (algo que, como pueden ver por las dimensiones de esta serie, no es exclusivo de los h¨¦roes polares). ¡°La muerte no me aterra¡±, escribi¨® Wilson a sus padres a la luz de una l¨¢mpara de alcohol improvisada. A su esposa le ped¨ªa que no se entristeciera porque ¡°todo esto es para bien¡±, una frase a retener.
Con las ¨²ltimas cartas se podr¨ªa confeccionar un libro -y lo hay: The last letters, publicado por el Scott Polar Research Institute de Cambridge en 2012-. Los originales se exhiben en ese centro que es tambi¨¦n el Polar Museum. Resulta muy emocionante leerlas all¨ª, entre un despliegue alucinante de objetos de la suya y otras expediciones polares, todos recubiertos de una p¨¢tina dolorosa y fr¨ªa. Est¨¢n protegidas de la luz en unos cajones que extraes con un tirador de forma parecida a como si abrieras el refrigerador de una morgue. La m¨¢s emoci¨®nate y larga (por algo muri¨® el ¨²ltimo) es la de Scott a su mujer, encabezada ¡°a mi viuda¡±. Nos da algunos datos de c¨®mo fueron las cosas, aunque probablemente embellecidos para no causar m¨¢s dolor del necesario. ¡°Espero que encuentres el consuelo que puedas en estos datos: no habr¨¦ sufrido ning¨²n dolor sino abandonado el mundo libre (¨¦l escribi¨® ¡°fresh¡±, que me parece demasiado obvio) de cargas y lleno de buena salud y vigor¡± (aqu¨ª ya exageraba un poco). Y continuaba: ¡°No debes imaginar una gran tragedia, estamos ansiosos, claro y el fr¨ªo es molesto¡± (?molesto a -70 ?!, ?por poder decir eso es por lo que yo quisiera ser ingl¨¦s!)¡±. Le ped¨ªa cari?osamente a su esposa que cuidara del hijo de ambos y orientara a este hacia las ciencias naturales (no dijo, pero probablemente lo pensaba, en un clima m¨¢s c¨¢lido) en vez de hacia los deportes. Confiaba en que el pa¨ªs por el que daban sus vidas ¨¦l y sus compa?eros ¡°with something of spirit with makes for exemple¡± les ayudara. Una de las frases m¨¢s emotivas, que a m¨ª siempre me conmueve, es ¡°no he sido un muy buen marido pero espero ser un buen recuerdo¡±. En otra carta, a la esposa de Wilson, con este muri¨¦ndose a su lado, anotaba: ¡°Afortunadamente no est¨¢ sufriendo, solo incomodidades menores¡±.
Hay quien ha dicho (el gran Roland Hunfortd, autor de El ¨²ltimo lugar de la Tierra, la carrera de Scott y Amundsen hacia el Polo Sur, Pen¨ªnsula, 2002) que la grafoman¨ªa de Scott en su postrero confinamiento fue un intento de tratar de convertir su fracaso absoluto (incapacidad para conquistar el polo y p¨¦rdida de todos sus hombres) en triunfo espiritual por la v¨ªa de la tragedia heroica. Sea como fuere -y que durante mucho tiempo lo logr¨®: pareci¨® que fueron los hados los que hicieron fracasar la expedici¨®n y que Amudsen fue un pat¨¢n con suerte que le rob¨® la cartera-, no hay duda de que Scott se despidi¨® a lo grande, arrop¨¢ndose en la bandera, el destino y la posteridad. Como se dec¨ªa con el obligado deber conyugal de las esposas victorianas, Scott se prepar¨® para lo peor cerrando los ojos y pensando en Inglaterra. El explorador (uno est¨¢ tentado de llamarle el Capit¨¢n Fracasse, como el personaje de Th¨¦ophile Gautier) dej¨® tambi¨¦n un muy expl¨ªcito ¡°comunicado al p¨²blico¡± en el que trat¨® de justificarse d¨¢ndole a la audiencia brit¨¢nica unas dosis de patriotismo y ¨¦pica que nunca fallan. ¡°Nos arriesgamos sabiendo lo que hac¨ªamos (¡). Si hubi¨¦ramos vivido, habr¨ªa podido contar la historia de la intrepidez, la resistencia y el coraje de mis compa?eros, que habr¨ªa conmovido a todos los ingleses¡±.
Ante el escenario de la tienda, con toda su triste ¨¦pica, la partida de (fallido) rescate decidi¨® tocar lo m¨ªnimo. Leyeron un responso, y dejaron los cuerpos all¨ª sin moverlos. Derribaron la tienda, pleg¨¢ndola sobre s¨ª misma como un gran sudario para los tres cad¨¢veres. Hicieron un t¨²mulo de tres metros encima con nieve y piedras, un cairn, y lo remataron con dos esqu¨ªes puestos en forma de cruz improvisada, a?adiendo los dos trineos de los fallecidos en vertical como polares centinelas para completar un singular monumento funerario. ¡°Hecho para perpetuar el gallardo y exitoso intento de alcanzar el Polo¡±, escribieron en una nota, sin dejar de recordar deportivamente que los ca¨ªdos fueron segundos. ¡°El tiempo inclemente y la falta de combustible fueron la causa de sus muertes¡±. Luego, de vuelta a la base erigieron una cruz en memoria de los cinco muertos de la partida polar (de Titus Oates encontraron durante su busca solo el saco de dormir y los calcetines: no habr¨¢ ido muy lejos en la Ant¨¢rtida sin ellos) y la inscribieron con una cita del Ulises de Tennyson destinada a hacerse inmortalmente famosa; ¡°To strive, to seek, to find, and not to yield¡±. Esforzarse, buscar, encontrar y no cejar.
As¨ª que los tres h¨¦roes confinados siguen ah¨ª en su blanca tumba, movi¨¦ndose al ritmo que palpita y discurre el hielo de la Ant¨¢rtida en el que est¨¢n engastados como viejas joyas de una corona de silencioso valor. Y desde aqu¨ª, desde este otro confinamiento, so?ando con estar a la altura cuando volvamos a salir, uno no puede sino, pese a lo absurdo de todo aquello y todos sus humanos fallos, saludarlos con los sentidos versos de Brooke. ¡°If I should die, think only this of me:/ That there¡¯s some corner of a foreign field/ That is for ever England¡±. Si he de morir piensa solo esto de m¨ª: /que hay un trozo de tierra en un campo extranjero / que es ya para siempre Inglaterra. Creo que les hubiera encantado.
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