El peor explorador polar del mundo
Para quien le gusten los perdedores y derrotados, la exploraci¨®n polar es una mina. El territorio blanco rebosa de personajes sumamente desgraciados, desde sir John Franklin, desaparecido en 1846 en los hielos ¨¢rticos con sus dos barcos y sus 129 hombres -cuando fueron encontrados los cad¨¢veres result¨®, a la vista del estado de algunos y el contenido de las ollas del campamento, que esos h¨¦roes nacionales hab¨ªan practicado el canibalismo-, hasta sir Ernest Shackleton, cuya expedici¨®n a la Ant¨¢rtida en 1914 logr¨® la singular proeza de avanzar ?hacia atr¨¢s!, a causa de la deriva de la banquisa polar donde quedaron atrapados. Pasando, claro, por el capit¨¢n Robert Falcon Scott, muerto de hambre y escorbuto en su tienda flameante en 1912 tras quedar segundo -y no hubo tercero- en la carrera por el Polo Sur. Todos, como puede suponerse, pasaron un fr¨ªo espantoso, y a Victor Campbell, en Isla Indescriptible, se le congel¨® el pene.
Se le acab¨® el papel higi¨¦nico a 50 grados bajo cero, se le agrietaron los dientes de fr¨ªo, no pudo cambiarse de ropa interior en un mes y se tuvo que comer a su poni
Seguramente, Scott hubiera muerto igual aunque Cherry lo hubiera hallado, pero ¨¦se es el tipo de duda que corroe el coraz¨®n de los hombres y los destruye
Sin embargo, hay un explorador polar que descuella en desgracia sobre los dem¨¢s. Apsley Cherry-Garrad (1886-1959) muri¨® a los 73 a?os entre las blancas s¨¢banas de su cama y no en la nieve, asquerosamente rico y casado con una bella mujer 30 a?os m¨¢s joven, pero fue muy infeliz.
Delicado y sensible, toda su vida la pas¨® deprimido, angustiado, abismado en el recuerdo de la tr¨¢gica expedici¨®n de Scott, en la que particip¨® con el notable encargo de recoger huevos de ping¨¹ino. No s¨®lo luego esos huevos tan costosamente conseguidos -a 60 grados bajo cero- no los valor¨® nadie, sino que adem¨¢s al pobre Cherry se le marc¨® con el estigma de que pudo haber salvado a Scott y a su grupo de ataque al Polo -en el que figuraban dos de los mejores amigos de nuestro personaje, Birdie Bowers y Bill Wilson- y no lo hizo. "Si Cherry-Garrad hubiera sido m¨¢s hombre, los hubiera rescatado", sostuvo a?os despu¨¦s, inmisericorde, Nancy Mitford. A?¨¢danse a eso la miop¨ªa y una diarrea cr¨®nica, que, como puede suponerse, es una dolencia particularmente insidiosa en la exploraci¨®n polar, y se tendr¨¢ el cuadro completo de una vida fascinante.
Cherry, pesimista, esc¨¦ptico, dotado de una mordaz iron¨ªa, es el reverso oscuro de Scott, bajo cuya heroica sombra ha quedado bastante laminado en la historia de la aventura blanca.
Si todos los hombres tienen (tenemos) un momento lord Jim, ese en que una decisi¨®n determina toda una vida (y suele ser la equivocada), el de Cherry fue aquel en el que, en febrero de 1912, tras guiar una tra¨ªlla de perros 240 kil¨®metros hacia el inh¨®spito sur hasta un dep¨®sito de provisiones (bautizado Una Tonelada) para aguardar la llegada de Scott y sus cuatro acompa?antes, que se retiraban derrotados del Polo, decidi¨® no seguir adelante. A 20 kil¨®metros de ese dep¨®sito, tras una barrera de ventisca y horror helado, se alzaba la tienda en que agonizaban Scott y su grupo maltrecho, y Cherry podr¨ªa haber llegado hasta ellos con suministros. Seguramente hubiera sido un suicidio y la partida de Scott hubiera muerto igual, pero ¨¦se es el tipo de duda que corroe el coraz¨®n de los hombres y los destruye. La materia de que est¨¢n hechas las pesadillas.
Cherry figuraba 10 meses despu¨¦s en el equipo de rescate. "Los hemos encontrado", escribi¨®. "Decir que ha sido un d¨ªa espantoso ser¨ªa quedarse corto. No existen palabras para expresar semejante horror". En la tienda estaban tres exploradores, muertos en sus sacos de dormir -Scott, Bowers y Wilson-, pues Titus Oates, capit¨¢n del regimiento de dragones de Inniskilling, hab¨ªa echado a andar heroicamente para dar m¨¢s posibilidades a sus compa?eros -"voy a salir un momento, puede que tarde un poco", dijo para la posteridad-, y el marinero Evans hab¨ªa muerto en el glaciar Beardmore(sin frase ingeniosa).
Los muertos de la tienda ten¨ªan un aspecto deplorable, amarillento y moteado, y al tratar los rescatadores de coger los diarios de Scott de su regazo, son¨® un chasquido l¨²gubre: era el brazo congelado del explorador, que se parti¨® como una rama seca. "Es tan horrible que casi me da miedo irme ahora a dormir", escribi¨® Cherry. La idea de que podr¨ªa haberlos salvado le obsesion¨® siempre.
La vida de Cherry es de esas que merecen la pena descubrir. Baste decir que, aparte de todas sus desgracias, conoci¨® bien al escalador George Mallory y a Lawrence de Arabia, lo que, si se completa con Scott, compone el tr¨ªo con el que uno no dudar¨ªa en marcharse de vacaciones. Este a?o se ha publicado una biograf¨ªa suya indispensable: Cherry, vida de un explorador (RBA / National Geographic), de Sara Wheeler, una mujer que conoce de primera mano la Ant¨¢rtida: s¨®lo as¨ª se puede evocar el golpeteo crujiente de las patas de los perros sobre la nieve, la luz p¨¢lida de la plataforma de hielo y el sol velado por la bruma.
Caballero terrateniente
La infancia y juventud de Cherry (y luego gran parte de su vida) fueron las de un caballero y terrateniente ingl¨¦s, con residencia en Lamer, una gran mansi¨®n en Hertfordshire. Era t¨ªmido -pese a su metro ochenta de estatura-, modesto y nervioso. No sab¨ªa qu¨¦ hacer con su vida hasta que el destino le hizo trabar amistad con el naturalista Edward Wilson, personaje fundamental en las expediciones de Scott. A trav¨¦s de ¨¦l, y merced a un generoso donativo al explorador, el joven terrateniente de 24 a?os ansioso de aventura se enrol¨® en la expedici¨®n de 1910 para conquistar el Polo Sur, como ayudante cient¨ªfico. Se ve que a Scott le cay¨® bien: "Es excelente siempre", dijo de ¨¦l.
Aunque a menudo las pas¨® canutas -especialmente en el viaje al cabo Crozier para recoger los dichosos huevos de ping¨¹ino, cuando acu?¨® otra de sus frases que pueden aplicarse tanto a la expedici¨®n polar como a la vida misma: "Lo dif¨ªcil es seguir"-, Cherry fue feliz sus dos a?os en la Ant¨¢rtida, incluso cuando se acab¨® el papel higi¨¦nico a 50 grados bajo cero, se le agrietaron los dientes de fr¨ªo, no pudo cambiarse de ropa interior en un mes y se tuvo que comer a su poni. Le¨ªa a Kipling y a Tennyson. Tras el desastre, algo se rompi¨® en su interior. A la vuelta, a medida que crec¨ªa el mito de Scott y se desfiguraba la realidad entre los oropeles de la leyenda, Cherry trat¨® de volver a la vida normal, pero parte de su alma continu¨® prendida en el hielo. Su obsesi¨®n con la expedici¨®n y sus circunstancias le aboc¨® a la soledad y a la inestabilidad mental. Hall¨® cierto consuelo en escribir El peor viaje del mundo -que fue un ¨¦xito- y en la amistad con George Bernard Shaw, que le ayud¨® a redactarlo. Con las mujeres siempre tuvo gancho, pero no se cas¨® hasta los 53 a?os y no tuvo hijos. En la II Guerra Mundial ingres¨® en la Defensa Local, y consigui¨® permiso, por las viejas congelaciones, para desfilar en zapatillas. Nunca volvi¨® a celebrar la Navidad tras regresar del Polo.
Hipocondriaco, torturado, anclado en el pasado, Cherry muri¨® de un paro cardiaco en 1959. En ¨²ltima instancia, s¨®lo podemos sentir una extra?a afinidad con ese individuo desventurado que dijo que ning¨²n hombre puede escapar de s¨ª mismo, y una vez, en sus diarios del Polo, escribi¨®: "Hubo pocos d¨ªas en que no se desatara la ventisca de rigor, pero, por otro lado, las escasas horas en que brill¨® la luz de las estrellas fueron sumamente hermosas".
Plumas blancas tras la expedici¨®n al hielo
CHERRY ES AUTOR de la mejor cr¨®nica de las expediciones polares jam¨¢s escrita y un t¨ªtulo fundamental de la literatura de viajes, El peor viaje del mundo (Ediciones B), en el que figuran estos dos inolvidables asertos: "La exploraci¨®n polar es la forma m¨¢s radical y m¨¢s solitaria de pasarlo mal que se ha concebido" -que le pregunten a Campbell- y "Si tiene usted el deseo de saber y el poder para hacerlo realidad, vaya y explore; si es usted un hombre valiente, no har¨¢ nada; si es un hombre miedoso, es posible que haga mucho, pues s¨®lo los cobardes tienen necesidad de demostrar su valor". Tambi¨¦n escribi¨®, aunque esto no es muy recordado: "Se sabe muy poco del lado m¨¢s ligero de la foca de Weddell, parece probable que en el cortejo sean bastante premiosas". Cherry era hijo de un general que luch¨® en la rebeli¨®n de los cipayos y en la guerra b¨®er y del que lord Wolseley dijo que era el hombre m¨¢s valeroso que conoc¨ªa, lo que nos pone a su reto?o en una situaci¨®n bastante parecida a la del joven Faversham en Las cuatro plumas. No est¨¢ de m¨¢s recordar que a Cherry, tras la expedici¨®n al polo, le enviaron plumas blancas, s¨ªmbolo de cobard¨ªa en Inglaterra.
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