El nuevo Prado
Est¨¢ claro que en el museo han seguido trabajando duro mientras los dem¨¢s so?¨¢bamos con el reencuentro y, porque este acto generoso se ha gestado en el silencio, la nostalgia del silencio me asalta en la visita
Entro al Prado y soy consciente de que llevo d¨ªas pensando, en medio del bullicio que llena Madrid poco a poco, c¨®mo en el encierro quiz¨¢s hemos hablado demasiado. No me refiero a los pol¨ªticos ¡ªque no han dado tregua¡ª, sino a todos nosotros. Parec¨ªa un intento de curar el desconcierto con llamadas, reuniones interminables por Zoom; presentaciones, seminarios retransmitidos por streaming¡. Ha sido una forma de no parar, de llenar nuestras vidas de contenidos online; de distraer el miedo, la incertidumbre¡
Pese a todo, rodeada por los cuadros amigos en la galer¨ªa central del Prado, a?oro ese silencio que consegu¨ªa rescatar a ratos durante el encierro para entender el cambio trascendental que estaba experimentando la vida. Y lo echo de menos aqu¨ª, porque el Prado me lo devuelve. Presiento que lo radical no era el encierro, sino prepararse para salir con la consciencia de fragilidad que es ahora nuestra imagen colectiva. Es la lecci¨®n del silencio a la cual me refiero y que hemos desperdiciado, tal vez, entre tanta conversaci¨®n, so?ando con que todo volviera a ser como antes. Sin embargo, nada volver¨¢ a ser como antes y solo aceptando la transformaci¨®n podremos habitar el porvenir.
All¨ª, en el nuevo Prado, me encuentro con los viejos amigos: ellos tambi¨¦n han cambiado. Igual que han hecho un buen n¨²mero de museos, el recorrido se ha concentrado en las obras maestras de los grandes maestros aunque, contra todo pron¨®stico, el ars combinatoria utilizado en el Museo del Prado plantea un relato tajante, aquel que nadie hubiera osado so?ar. Reciben, confrontados, los viejos contrincantes hist¨®ricos a la hora de representar la perspectiva: Italia y Flandes, Fra Ang¨¦lico y Van der Weyden. Pablillos y los bufones desactivan a Las Meninas ¡ªo las hacen m¨¢s resplandecientes, no s¨¦¡ª. Una pared delicad¨ªsima de bodegones secuestra la mirada; el Saturno de Goya comparte afinidades con el de Rubens; y El caballero de la mano en el pecho de El Greco pierde halo ¡ªporque lo gana¡ª, rodeado por otros admirables caballeros. Se superponen las sorpresas y se propician nuevas conversaciones en la prodigalidad de una propuesta, donde se quiebra la vieja noci¨®n de obras maestras de grandes maestros. En el nuevo Prado se trastocan las categor¨ªas; se desestabiliza el discurso hegem¨®nico. Queda claro que hay muchas formas de ser pol¨ªtico y hasta subversivo.
El equipo del museo y su director, ofrecen un regalo generoso: un Prado inesperado cuando cre¨ªamos que nada en ¨¦l podr¨ªa sorprendernos ya. Est¨¢ claro que en el museo han seguido trabajando duro mientras los dem¨¢s so?¨¢bamos con el reencuentro, y, porque este acto generoso se ha gestado en el silencio, la nostalgia del silencio me asalta en la visita. La mirada libre de prejuicios que ha vuelto a contar la historia del Prado nos hace valientes y vulnerables, como el futuro incierto exige.
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