Paul Gauguin vuelve al para¨ªso
El cuadro 'Mata Mua' vino de Polinesia y sufri¨® m¨²ltiples avatares antes de llegar al bar¨®n Thyssen en una subasta de Sotheby¡¯s
Puede uno imaginar qu¨¦ ser¨ªa del Museo Thyssen-Bornemisza si en lugar de estar donde est¨¢, en un palacio remodelado a su antojo, amparado por la sombra protectora del Prado y a unos pasos del Reina Sof¨ªa se hallara situado en Cuatro Caminos, en Vallecas, en la plaza de Castilla o incluso en cualquier calle del barrio de Salamanca de Madrid, vali¨¦ndose solo por s¨ª mismo. Sin duda, su valor e impacto social quedar¨ªan reducidos a menos de la mitad. El hecho de que esa colecci¨®n formada a voleo, sin un criterio est¨¦tico preestablecido por el bar¨®n y sus antepasados, est¨¦ unido a perpetuidad al nombre de Thyssen-Bornemisza y prestigiada por la proyecci¨®n internacional del Museo de Prado son valores inmateriales, pero altamente contables en econom¨ªa. Negociadores pol¨ªticos incompetentes, tal vez demasiado alegres y voraces, no tuvieron en cuenta este valor inconmensurable, que en Derecho Mercantil se llama aviamiento, a la hora poner precio m¨¢s ajustado y condiciones m¨¢s severas y favorables a la adquisici¨®n por parte del Estado espa?ol.
Desde su creaci¨®n, Tita Cervera, una mujer de mundo, sumamente espabilada, con un toque de desenfado marbellero, se ha convertido en un referente problem¨¢tico de la cultura espa?ola, que ha sometido su propia colecci¨®n, depositada en el museo, a toda clase de pasiones y vaivenes, ajenos al arte frente a los ministros del ramo, a los que ha obligado a comer en su mano. Esta vez ha sido con ocasi¨®n del cuadro Mata Mua, de Paul Gauguin, de su colecci¨®n, sacado de Espa?a con nocturnidad.
He aqu¨ª el karma que acompa?a a esta pintura. El 4 de noviembre de 1893, Paul Gauguin, de regreso de Tahit¨ª, expuso 44 lienzos y dos esculturas en la galer¨ªa de Durand-Ruel, de la calle Laffitte en Par¨ªs. Los burgueses llevaban a sus hijos a la exposici¨®n para que se burlaran de los mamarrachos que pintaba este loco, de quien se dec¨ªa que hac¨ªa a?os hab¨ªa abandonado el oficio de banquero, a su mujer danesa y a sus cinco hijos para dedicarse a pintar. La gente arreciaba en las risas ante sus cuadros, entre ellos uno titulado Mata Mua, compuesto de figuras de javanesas con sus senos cobrizos desnudos adorando a Hida, deidad de la luna. Poco despu¨¦s, en una subasta se exhibi¨® al p¨²blico por error boca abajo otro lienzo de Gauguin con la figura de un caballo blanco. El subastador exclam¨®: ¡°Y aqu¨ª, ante ustedes, las cataratas del Ni¨¢gara¡±. En medio de las carcajadas del p¨²blico, un marchante muy avispado, Ambroise Vollard, puj¨® por el cuadro y se lo llev¨® por 300 francos. Si en vida Gauguin fue humillado con esta clase de escarnios, hoy la humillaci¨®n se ha producido en sentido contrario, al ser zarandeado por ese enorme fardo de dinero que la baronesa piensa sacar de Mata Mua. Nadie le discute ese derecho, salvo que sin ese cuadro el Museo Thyssen vale 40 millones menos, el precio en que est¨¢ valorado.
Con la promesa de que el galerista Ambroise Vollard le mandar¨ªa una asignaci¨®n mensual para que siguiera pintando, cosa que no cumpli¨®, Gauguin se despidi¨® definitivamente de la civilizaci¨®n. La noche antes de poner rumbo de nuevo a Tahit¨ª le abord¨® una ramera en una calle en Montparnasse. Y de ella como regalo se llev¨® una s¨ªfilis al para¨ªso de la Polinesia. Rodeado de los placeres de la vida salvaje y del amor de los ind¨ªgenas, adolescentes felices, desnudas entre los cocoteros, su pintura no necesitaba ninguna imaginaci¨®n, pero su cuerpo hab¨ªa comenzado a pudrirse. Realmente, Gauguin ya era un leproso cuando decidi¨® adentrarse a¨²n m¨¢s en la pureza salvaje y se fue a Hiva Oa, una de las islas Marquesas, a vivir entre antrop¨®fagos; y es cuando sus lienzos alcanzaron la excelencia que lo har¨ªan pasar a la historia como uno de los pintores m¨¢s cotizados.
Muerte en Atuona
En el lecho de la agon¨ªa lo cuidaban unas j¨®venes polinesias y a su lado estaba uno de los antrop¨®fagos llorando desconsolado, quien al verlo ya muerto le mordi¨® una pierna para que su alma volviera al cuerpo, seg¨²n sus ritos. Los ind¨ªgenas rodearon la caba?a. Vistieron el cad¨¢ver a la manera maor¨ª. Lo untaron con perfumes y lo coronaron de flores. Un obispo misionero rescat¨® los despojos para enterrarlos en un cementerio cat¨®lico. Bajo el jerg¨®n, Gauguin hab¨ªa dejado solo doce francos en moneda suelta. Eso sucedi¨® en Atuona, el 8 de mayo de 1903, a sus 54 a?os.
Un coleccionista experto, antes de detenerse a contemplar lo que representa un cuadro, primero observa el bastidor y el lienzo por detr¨¢s donde est¨¢n pegadas las etiquetas de galer¨ªas y subastas por donde ha pasado. Ellas expresan el amor, la codicia, las pasiones que ha despertado esa pintura en su largo camino. En este caso, el Mata Mua vino del para¨ªso de la Polinesia, sufri¨® m¨²ltiples avatares antes de llegar al bar¨®n en una subasta de Sotheby¡¯s de Nueva York, en 1989, con el karma de Gauguin incorporado al lienzo. Despu¨¦s de una parada en el Museo Thyssen, el cuadro seguir¨¢ su destino, tal vez hacia un para¨ªso fiscal m¨¢s salvaje que el de la Polinesia.
Babelia
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