Toda la noche vi¨¦ndolo sentado bajo su algarrobo en Calafell
La muerte de Mars¨¦ nos deja sin el autor que mejor cont¨® Barcelona. En su obra, en su manera de andar, de vestirse, de estar con los amigos, siempre ser¨¢ verano
La noticia tan temida. Llu¨ªs Miquel Palomares Balcells el hijo de su amada agente, envi¨® este mensaje, al amanecer: ¡°Toda la noche vi¨¦ndolo sentado bajo su algarrobo en Calafell¡±. Mars¨¦ era esos veranos, y la vida era esos veranos de Mars¨¦, hasta cuando era invierno. Su salud era la de un hombre en despedida, pero siempre hab¨ªa, entre sus numerosos amigos, esa esperanza de verano, de que Mars¨¦ remontara de su pesimismo natural y bien informado, y saliera a la calle, a andar por la ciudad que fue su espacio vital, su orgullo y su tormento tambi¨¦n. Pero a cada noticia de alivio ven¨ªa otra de postraci¨®n, que ¨¦l mismo se encargaba de decir, para explicar que m¨¢s all¨¢ de la salud deseada estaba la realidad rota que ahora, ya, dej¨® de ser posible.
Y, sin embargo, el verano ser¨¢ para siempre, no s¨®lo en su epitafio, sino en su obra, en su manera de andar, de vestirse, de estar con los amigos, de apreciar o despreciar la realidad que ocurr¨ªa, el centro mismo de su manera de ser, y de recordarlo, en Calafell, en Barcelona, en las calles de cualquier sitio cuando sal¨ªa de all¨ª y visitaba una ciudad distinta tan solo para saber ad¨®nde hab¨ªa viajado la admiraci¨®n que dej¨® su obra literaria. Lo quer¨ªan en todas partes, y tambi¨¦n en Am¨¦rica Latina, por c¨®mo cont¨® Barcelona, porque contando esa ciudad cont¨® su alma y todas las almas. Cont¨® mejor que nadie (mejor que nadie, es literal) la ciudad en la que naci¨®, y sin embargo nunca sinti¨® que la estuviera contando, porque ¨¦l escrib¨ªa de manera incesante de lo que esa ciudad le iba cambiando por dentro, desde antes de ?ltimas tardes con Teresa, hasta hacerlo el mismo Mars¨¦ de todos los veranos. As¨ª que cont¨® Barcelona contando a Mars¨¦, minuciosamente, eternamente, como si la estuviera vistiendo y desvistiendo en un garaje, en un palacio o en una casa de putas.
Su pasi¨®n era descreer de la solemnidad, como su admirado Onetti, as¨ª que se fijaba, en la pol¨ªtica y en los suced¨¢neos, siempre vestido de rojo, mirando de reojo
Y es que en esa obra y en todas las otras (en todas las otras) no hubo otro lugar, en sus muchas facetas, porque ese era su sitio. Igual que bajo el algarrobo de Calafell repos¨® el ni?o que fue todos los veranos, en la ciudad de Barcelona se hac¨ªa patente, cada d¨ªa, en cada palabra, en sus personajes de todos los colores, el Mars¨¦ que fue reescribi¨¦ndose para entender un pasado que asumi¨® enteramente para hacer m¨¢s rica la autobiograf¨ªa de la propia ciudad y de los muchos Mars¨¦s que hubo en s¨ª mismo. Su pasi¨®n era descreer de la solemnidad, como su admirado Onetti, as¨ª que se fijaba, en la pol¨ªtica y en los suced¨¢neos, siempre vestido de rojo, mirando de reojo, ri¨¦ndose por dentro de aquellos que, durante el oprobio de la dictadura y despu¨¦s, fueron objeto implacable de su manera de escribir como si cortara la yugular de la estupidez o el engreimiento. Hasta ahora mismo, cuando ya nos quedan todos sus libros, su sonrisa de veinte a?os cada vez que cumpl¨ªa los a?os y ese aire de verano con que cumpl¨ªa el rito de seguir siendo el m¨¢s joven de su tiempo y de los suyos.
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