Montgomery Clift, esa mirada, ese estilo
La cara, la presencia y la expresividad inquietante de este hombre guapo y atormentado deslumbraron a la c¨¢mara desde el principio
Montgomery Clift hubiera cumplido 100 a?os ma?ana s¨¢bado. Algo absolutamente improbable seg¨²n el testimonio de la gente que se sinti¨® cerca de ¨¦l. La palm¨® a los 45 a?os, alcoholizado, con dependencia permanente hacia las drogas duras y el pastilleo, con el rostro laboriosamente recompuesto mediante operaciones muy dolorosas, ya que sobrevivi¨® a un accidente terrible de coche, roto por dentro y por fuera. Robert Lewis, que fue uno de sus profesores en el Actors Studio, dec¨ªa que Clift vivi¨® el suicidio m¨¢s largo de la historia. Su oculta homosexualidad, en ¨¦pocas muy duras, que no conceb¨ªan el estrellato con esa condici¨®n sexual y menos en un actor que enamoraba a la mayor¨ªa del p¨²blico femenino, le cre¨® eterno tormento y vocaci¨®n autodestructiva. Cuenta el cotilleo con datos que le iba la marcha dura y los excesos, que el volc¨¢n interno y externo nunca dej¨® de arder. Durante mucho tiempo supon¨ªa una labor ¨¦pica lo de salir del armario. Demasiadas cosas valiosas estaban en peligro. Exist¨ªa la condena, la lapidaci¨®n p¨²blica, la p¨¦rdida del trabajo.
La cara, la presencia y la expresividad inquietante de este hombre guapo y atormentado deslumbraron a la c¨¢mara desde el principio. Existe algo hipn¨®tico y triste en su mirada, seducci¨®n e introversi¨®n, sufrimiento y misterio. Te pones siempre de su parte, es imposible que te caiga mal. Su presencia se la disputaron la aristocracia de los directores. Tambi¨¦n los mejores artesanos. Repasen la lista de los creadores que le utilizaron para sus historias. Es apabullante. Est¨¢n Howard Hawks, William Wyler, Joseph L. Mankiewicz, Alfred Hitchcock, John Huston, Elia Kazan, George Stevens, Vittorio De Sica.
Y puedes guardar mejor o peor recuerdo en las 18 pel¨ªculas que interpret¨®, pero es dif¨ªcil que te olvides de sus personajes, incluido alguno que es tan breve como antol¨®gico. Aparece en una secuencia de aproximadamente diez minutos en ?Vencedores o vencidos?, dando vida a un panadero jud¨ªo, disminuido mental, al que castraron los nazis. El recuerdo de la actuaci¨®n de Clift me sigue provocando conmoci¨®n y piedad. Le ofrecieron retos desde el principio de su carrera. Debi¨® de imponerle tanto respeto como miedo que Hawks le obligara a plantarle cara al legendario John Wayne en el w¨¦stern R¨ªo Rojo. Clift encarnaba al m¨¦todo y el psicologismo, y ten¨ªa enfrente a la grandiosa naturalidad de Wayne. Esa rivalidad funcion¨® para placer del espectador. Una vez interpret¨® a un ingrato villano con modales suaves, al arribista y mentiroso cazafortunas que enamora y hace sufrir lo indecible a una solterona en La heredera. Y estaba sufriente, torturado y maravilloso interpretando al cura de Yo confieso, alguien que al recibir en confesi¨®n a un criminal no puedo cont¨¢rselo a la justicia. O haciendo un solo de trompeta al amanecer despu¨¦s de la muerte de su amigo en De aqu¨ª a la eternidad. O en el desenlace de Freud, pasi¨®n secreta, soltando sus conclusiones sobre el subconsciente, la sexualidad y la interpretaci¨®n de los sue?os, mientras que la mayor¨ªa de sus colegas m¨¦dicos y psiquiatras le abuchean. O en su tierna historia de amor con Lee Remick en R¨ªo salvaje. O confesando su desamparo, su soledad y la tormentosa relaci¨®n con su padre en el regazo de la tambi¨¦n muy perdida Marilyn Monroe en Vidas rebeldes.
Curiosa y penosamente tengo la misma sensaci¨®n de existencia destruida cuando le veo en El desertor, la ¨²ltima y olvidable pel¨ªcula que interpret¨®, que con la postrera actuaci¨®n del genial Philip Seymour Hoffman en El hombre m¨¢s buscado. Aunque ambos se atengan a un guion escrito por otras personas, de alguna forma me est¨¢n transmitiendo su propia ruina, la cercan¨ªa de su final. Las dos son de esp¨ªas. Una se desarrolla en Alemania del Este y la otra en Hamburgo. Clift y Hoffman pose¨ªan tanto talento como sensibilidad extrema. Qu¨¦ lastima para el cine y para nosotros no haberles visto envejecer.
Babelia
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