La segunda muerte del general Custer
Recuerdo de una ins¨®lita velada de reconstrucci¨®n hist¨®rica de la batalla de Little Bighorn
Entre los muchos y variados int¨¦rpretes que han encarnado alguna vez al general George Armstrong Custer ¡ªErrol Flynn, Robert Shaw, Douglas Kennedy, Ronald Reagan, Leslie Nielsen (!), Marcello Mastroianni¡¡ª ninguno tan improbable como el catal¨¢n Jose Beleta. Ingeniero industrial, experto en ordenadores e Internet (es la tercera persona a la que le o¨ª mencionar el t¨¦rmino tras William Gibson y Tom¨¤s Delcl¨®s), culto, inteligente, divertido, eminentemente pac¨ªfico y antimilitarista, Jose se subi¨® a un escenario haciendo de Custer ¡ªal que se parec¨ªa tan poco¡ª en el que seguramente fue uno de los momentos m¨¢s disparatados de su vida. En la misma funci¨®n yo era Caballo Loco, pero eso no sorprend¨ªa a nadie.
Nuestro espect¨¢culo Garry Owen (por el himno del S¨¦ptimo de Caballer¨ªa, claro) era un n¨²mero breve, aunque muy trabajado, que ofrecimos en el muy amateur y vintage festival de teatro que se celebra tradicionalmente en el club de veraneantes de Viladrau (Girona) cada final de est¨ªo desde hace m¨¢s de medio siglo. De nuestra performance han pasado ya tantos a?os que casi est¨¢ m¨¢s cerca de la batalla de Little Bighorn hist¨®rica (25 de junio de 1876) que de hoy en d¨ªa. El n¨²mero, que hubiera quedado muy bien en el famoso Wild West Show de Buffalo Bill, entre el asalto a la diligencia y la exhibici¨®n de tiro de Annie Oakley, consist¨ªa en una minuciosa reconstrucci¨®n en clave de humor (a lo Monty Python recalcaba Jose, muy fan del grupo) del combate final de Custer. Empezaba con la aparici¨®n de los soldados del S¨¦ptimo de Caballer¨ªa marchando a pie (ni el presupuesto ni las dimensiones del escenario daban para caballos) aunque eso s¨ª vestidos con gran realismo pues los uniformes los hab¨ªamos alquilado en la sastrer¨ªa art¨ªstica Hermanos Peris, habituales suministradores de trajes y utiler¨ªa para cine y teatro.
La tropa, un pu?ado de viejos amigos que se desplazaban cantando Garry Owen con un gracejo que evidenciaba mayor familiaridad con la petaca de whisky que con las carabinas Springfield, daba unas vueltas por escena hasta que se o¨ªan los gritos de los sioux (yo) y ca¨ªan unas flechas (lanzadas a mano) sobre los soldados. Entonces, al son de la corneta, Custer y sus hombres formaban el famoso c¨ªrculo del last stand, con el jefe (en puridad, teniente coronel, pues lo de general fue provisional durante la Guerra Civil, cuando hab¨ªa manga ancha con los rangos), las banderas y guiones del regimiento en medio. La estampa de Jose con la preceptiva chaqueta de ante de flecos y el sombrero, haciendo punter¨ªa con sus dos colts y su mirada notablemente estr¨¢bica mientras, metid¨ªsimo en el papel ¡ª¨¦l, que detestaba la violencia y las malas maneras¡ª, gritaba ¡°shoot them!, kill the filthy red bastards!¡±, era para no olvidarla nunca. Especialmente si eras uno de los soldados o los indios que iban cayendo y el ¨¦mulo de Custer te pisoteaba con sus botas de caballer¨ªa con espuelas. No fue un reenactment muy can¨®nico pero re¨ªr nos re¨ªmos un rato, y Jose, que estiraba el final de su personaje en el m¨¢s puro estilo de Peter Sellers en la escena de arranque de El Guateque (no hab¨ªa manera de que, ni erizado de flechas, se quedara quieto de una vez), se llev¨® un premio por su interpretaci¨®n.
Jose Beleta falleci¨® el viernes pasado a los 68 a?os de un c¨¢ncer. Su vida desde luego no se puede reducir a la an¨¦cdota de haber hecho brevemente del general Custer, por muy bien que lo hiciera, y los que le apreci¨¢bamos -todos los que le conocimos- tenemos otros much¨ªsimos y grandes recuerdos de alguien del que se puede decir sin ambages que enriqueci¨® la existencia de cada una de las personas a su alrededor. Yo le recuerdo especialmente jugando al mudo, en el que era un hacha (como en el bridge), desmenuzando con erudici¨®n tecnol¨®gica Cita con Rama de Arthur C. Clarke o, con mucha pasi¨®n, un art¨ªculo de su antiguo compa?ero de colegio Xavier Vidal-Folch. Tambi¨¦n aquella vez, muy j¨®venes, en que coincidimos fortuitamente ambos, para gran sorpresa del otro, en la mesa de los Montoliu, pretendiente cada uno de una hija distinta de la familia (a los dos nos dieron calabazas: eso siempre une).
Jose ya no est¨¢ y el vac¨ªo que nos ha dejado es de los que te dejan estupefacto adem¨¢s de herido. Recordarlo inmensamente feliz, protagonista desbocado de aquella noche custeriana no ser¨¢ la mejor forma de honrar una vida tan rica e intensa, pero ah¨ª quedan su estampa de coraje, su mirada desafiante y su entra?able sonrisa ir¨®nica mientras resuena, entre el fragor de los disparos, la ¨²ltima trompeta.
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