Alca?iz
¡°Me acuerdo de tu padre¡±, me dijo. ¡°Me ped¨ªa la habitaci¨®n que daba a la plaza¡±. Pens¨¦: s¨ª, era ¨¦l.
Me deslumbr¨® la ciudad de Alca?iz. El aire azul y alto. Viento. Sol a lo lejos. Un castillo. La comida: las migas, como solo en Arag¨®n saben hacerlas, y el ternasco al horno. No es cualquier clase de comida. Es alimento lit¨²rgico, una forma sabia de relacionarse con la intemperie. Mis cicerones en Alca?iz sab¨ªan que mi padre visitaba la ciudad a menudo, en los a?os setenta y ochenta del siglo pasado. Su profesi¨®n de viajante de comercio le llevaba a las tierras del Bajo Arag¨®n. Me ense?aron el hotel en el que se alojaba. Era el Hotel Guadalope. Habl¨¦ con la due?a. Me acuerdo de tu padre, me dijo. Me ped¨ªa la habitaci¨®n que daba a la plaza. Pens¨¦: s¨ª, era ¨¦l. Yo hubiera hecho lo mismo, siempre buscando un poco de belleza. Les dije a mis anfitriones que mi padre me hablaba mucho de un alca?izano, cuyo nombre no consegu¨ªa recordar. Ara?o mi cerebro buscando ese nombre. Mis anfitriones cavilan. Todos estamos buscando ese nombre. No aparece. Digo: era alguien vinculado a los libros, a la cultura.
Mientras encontramos el nombre me dedico a pasear por las calles del Alca?iz medieval. Hay casas vac¨ªas, abandonadas. Fantaseo: puedo comprarme una de estas casas, reformarla, vivir aqu¨ª. As¨ª tendr¨ªa m¨¢s tiempo de encontrar el nombre que busco. Subo al castillo. Me alojo en el castillo. El siglo XV. Toco las piedras del castillo, pensando que son del siglo XV. Me hablan de la orden de Calatrava. Conozco al alcalde de Alca?iz. Es Ignacio Urquizu. Inmensa suerte tiene Alca?iz en un alcalde como Urquizu. Me ense?a la ciudad. Hablamos de sociolog¨ªa, de ciencia, de Estados Unidos, en cuyas universidades se form¨®, de nombres propios de la escena pol¨ªtica espa?ola. Urquizu, la mente llena de proyectos, va a convertir Alca?iz en un Silicon Valley.
Entro, como siempre cuando viajo, en una librer¨ªa. El librero parece un Pap¨¢ Noel del Bajo Arag¨®n. Es un hombre joven, con barbas profusas, con ilusi¨®n grande por los libros. Me compro la novela Hambre, del noruego Knut Hamsun, porque el librero me la recomienda. Comienzo a leerla y me deslumbra. Por solidaridad con el protagonista, decido renunciar un d¨ªa a la comida. Del hambre de la posguerra me hablaba mi padre. Por fin encuentro el nombre del alca?izano que tantas veces evoc¨® mi padre. El nombre es Mariano Romance, que fue periodista, como su sobrina, Pilar Narvi¨®n, y que pas¨® sus ¨²ltimos a?os viviendo en el hotel Guadalope. No se puede aspirar a mayor ¨¦xito en este mundo que acabar viviendo en un hotel. Quien me revela el nombre de Mariano Romance me dice que recuerda a mi padre charlando con Mariano en los ochenta, y comiendo juntos el men¨² del d¨ªa en fr¨ªos mediod¨ªas de diciembre, como dos marqueses felices y dichosos.
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