El resto del mundo era Elizabeth
El actor Richard Burton se movi¨® siempre en esa misma contradicci¨®n entre lo que le habr¨ªa gustado ser y lo que de hecho era
Habr¨¢ qui¨¦n no sepa ya qui¨¦n fue Richard Burton, y eso que no hace mucho era uno de los seres m¨¢s envidiados de la tierra; en algunos casos de forma equivocada, porque le cre¨ªan el autor del libro Anatom¨ªa de la melancol¨ªa, confundi¨¦ndolo con un cl¨¦rigo genial (Robert Burton) que anduvo por Oxford en el siglo XVI. Claro que nuestro Richard Burton tambi¨¦n fue cl¨¦rigo anglicano y alcoh¨®lico, amigo de Ava Gardner en La noche de la iguana. Y pod¨ªa parecer cualquier cosa, menos alguien melanc¨®lico, aunque sus diarios, publicados por la Universidad de Yale en 1968, revelan lo contrario: vi¨¦ndose convertido en un actor de Hollywood, sent¨ªa melancol¨ªa por lo que el maldito cine le imped¨ªa practicar con m¨¢s frecuencia: el teatro (preferiblemente Shakespeare) y la literatura. Un domingo de agosto lleg¨® a escribir en su diario: ¡°Odio, odio, odio interpretar papeles en el cine¡±. Y meses despu¨¦s: ¡°Toda mi vida he estado secretamente avergonzado de ser actor, y cuanto mayor me hago, m¨¢s avergonzado me siento¡±
Pero eso s¨ª: compaginaba el horror de triunfar como actor con una colosal vida trepidante de amor incluso exagerado hacia Elizabeth Taylor. En realidad, ella lo era todo para ¨¦l: ¡°Me despert¨¦ a las 4.30 am y esper¨¦ que el resto del mundo se levantara. El resto del mundo era Elizabeth¡±.
Est¨¢ claro que si para Shakespeare el resto era silencio, para Burton el resto era Liz. Public¨® sus diarios en el 68, pero no he podido asomarme a ellos hasta estos d¨ªas navide?os en que S¨¦guier, la editorial parisina, ha publicado una edici¨®n parcial (Journal intime) con los fragmentos m¨¢s intensos, aquellos en los que Burton se adentra muy a fondo en su ¡°vida excesiva¡± y nos confirma que fue un tipo infinitamente m¨¢s complejo que la mayor¨ªa de los actores de Hollywood.
Ese odio de Burton a su principal actividad me ha transportado al odio feroz del gran Agassi a su principal actividad, el tenis. En Open, sus memorias, lo expuso con toda claridad: ¡°Odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasi¨®n, y sin embargo sigo jugando porque no tengo alternativa¡±. Recuerdo la crudeza con la que expon¨ªa su drama de tenista fabricado por un padre autoritario y obsesionado en convertir a su hijo en el n¨²mero uno de un deporte que para Agassi era glacial y le obligaba rob¨®ticamente a devolver ¡°un mill¨®n de pelotitas al a?o¡±. De haber podido elegir, dec¨ªa Agassi, habr¨ªa preferido el boxeo, por ejemplo, donde era factible oler de cerca el sudor de tu adversario.
Richard Burton se movi¨® siempre en esa misma contradicci¨®n entre lo que le habr¨ªa gustado ser y lo que de hecho era. Extra?a forma de vida. Amaba con locura a Liz, pero tambi¨¦n la odiaba sin freno. El diario revela que de todos modos, b¨¢sicamente, vivir con ella signific¨® para ¨¦l educarse en la felicidad. ?nica lectora de su diario, Liz le pidi¨® que registrara all¨ª un d¨ªa espl¨¦ndido que pasaron juntos. Pero si lo escribo, le dijo Burton, me enfurezco porque tuve que esperar hasta los 39 a?os para experimentar un d¨ªa tan implacablemente maravilloso.
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