Liz Taylor hasta la ¨²ltima escena.
Sali¨® al escenario en una silla de ruedas que alguien empuj¨® hasta el centro. Su cuerpo parec¨ªa haberse reducido, era el cuerpo de la mujer que hab¨ªa superado una operaci¨®n cerebral, m¨²ltiples complicaciones en la espalda, una larga historia de adicciones, una neumon¨ªa que casi acaba con ella, una vida intensa, tanto como para que la hubieran podido disfrutar y sufrir varias personas. Pero la mirada pose¨ªa una intensidad inalterada; sus ojos, jam¨¢s empeque?ecidos por el paso del tiempo, desprend¨ªan el mismo brillo; la sonrisa parec¨ªa decir: aqu¨ª no ha pasado nada. Fue su ¨²ltima aparici¨®n en un acto ben¨¦fico para la investigaci¨®n del sida. Tras el aplauso con el que se la recibi¨®, la dama se puso seria y empez¨® a contar cu¨¢ntas personas mueren en el mundo cada hora por este virus. De pronto, se qued¨® callada y dijo algo inesperado: "Se me han olvidado las gafas". El p¨²blico entonces se puso en pie. Hab¨ªa hablado la Elizabeth Taylor de siempre, la mujer que hizo del error y la excelencia su propio estilo o, como dec¨ªa una columnista del New York Times, del buen gusto y el mal gusto algo irrelevante, puesto que el espectador acababa borrando siempre su peculiar indumentaria para ver solo a la diva, cuya personalidad sobresal¨ªa a cualquier brillo exagerado. Animada por los aplausos, Taylor se irgui¨® un momento para lanzar uno de esos gritos vaqueros un poco ordinarios que animan a comenzar la fiesta. "S¨ª, soy vulgar", dijo en una ocasi¨®n coqueteando con el p¨²blico. "Pero si no lo fuera, ?me querr¨ªais?".
"Mis problemas empezaron porque ten¨ªa cuerpo de mujer y emociones de ni?a"
No fue mujer de amantes, sino de maridos. Le llamaban 'serial wife'
"S¨ª, soy vulgar", dijo en una ocasi¨®n. "Pero si no lo fuera, ?Me querr¨ªais?"
Fama, riqueza y amor, enfermedad, adicciones y desamor tejieron su vida
Nada tem¨ªa. A las preguntas indiscretas, ella respond¨ªa sin perder la calma
Truman Capote: "Su rostro es el sue?o de un presidiario,irreal, dif¨ªcil de alcanzar"
Los peri¨®dicos americanos han despedido a la actriz con un despliegue generoso de informaci¨®n sobre su vida y sus pel¨ªculas. Son conscientes de que diciendo adi¨®s a Elizabeth Taylor se cierra una etapa, caduca una manera de ser estrella en el mundo del cine. Taylor, su presencia, todav¨ªa serv¨ªa para toda esa ret¨®rica sobre la pantalla grande y esa oscuridad reverenciada en la que se educaron sentimental y sexualmente varias generaciones. Taylor, exponente del cine como arte, pero tambi¨¦n como gran industria, de ese cine que fue el mejor embajador cultural del imperio durante d¨¦cadas.
Una de las bellezas m¨¢s impactantes del gran momento del cine americano hab¨ªa nacido en Inglaterra. Hija de Francis Taylor, un t¨ªmido galerista de arte, y de Sara Sothern, una exactriz de gran temperamento que vio cumplido su sue?o a trav¨¦s de su hija, la peque?a Liz se cri¨® con acento brit¨¢nico, algo que, cuando sus padres se trasladaron a Los ?ngeles previendo que se avecinaba el desastre de la guerra, le sirvi¨® para ser elegida como protagonista de National Velvet. Pose¨ªa el acento british que supuestamente deb¨ªa tener la peque?a amazona. En todas y cada una de las semblanzas que en estos d¨ªas se han escrito sobre ella no faltaba jam¨¢s una referencia a su corta estatura, 1,63 metros. Una altura est¨¢ndar para una espa?ola, pero que en EE UU se convert¨ªa en una peculiaridad rese?able; un f¨ªsico que describ¨ªa con ¨¢cido humor el hombre con el que vivi¨® su romance m¨¢s t¨®rrido, Richard Burton: "Considerar a Elizabeth la mujer m¨¢s bella del mundo es un sinsentido. Tiene unos ojos maravillosos, de acuerdo, pero tambi¨¦n papada, un pecho excesivo y es corta de piernas". Aun as¨ª, Burton estuvo tan loco por ella como para ser su marido en dos ocasiones y haber dejado abierta la posibilidad de una tercera, dec¨ªa Taylor, si el actor no hubiera muerto a los 58 a?os.
La maravilla de la vida y la carrera de Taylor es que su crecimiento, madurez y vejez estuvieron a la vista del p¨²blico tanto fuera como dentro de la pantalla. Tuvo la habilidad de atravesar la adolescencia sin sufrir una de esas raras transformaciones f¨ªsicas que dificultan el paso de ni?a actriz a actriz adulta. Elizabeth fue ella misma desde siempre: su cara apenas cambi¨® de las pel¨ªculas de Lassie a las de El padre de la novia, y con tan solo 19 a?os se vio protagonizando Un lugar en el sol, junto a Montgomery Clift: "La primera vez", recordaba, "que consider¨¦ que estaba actuando en mi vida". Tambi¨¦n la primera vez que la cr¨ªtica elogi¨® su trabajo despu¨¦s de nueve a?os interpretando los papelillos de chavala encantadora a los que le obligaba la Metro Goldwyn Meyer.
Este nacimiento real como actriz tiene un paralelismo en su vida privada. Liz se cas¨® por vez primera a los 19 a?os, y desde ese momento no dej¨® de hacerlo hasta casi el final de sus d¨ªas. Ocho matrimonios y siete hombres. Un af¨¢n algo moralista por formalizar las relaciones o por intentarlo seriamente de nuevo que le vali¨® el apelativo de serial wife (esposa en serie). No fue mujer de amantes, sino de maridos. Una excentricidad que multiplicaba el inter¨¦s del p¨²blico hacia su persona. De alguna manera, la gente que la maldec¨ªa por unos vaivenes sentimentales singulares hubiera deseado a muerte llevar la vida que ella disfrutaba. "Mis problemas empezaron", sol¨ªa decir, "porque ten¨ªa un cuerpo de mujer y emociones de ni?a". Y as¨ª fue, sospecho, hasta ese ¨²ltimo tercer acto en el que ten¨ªa cuerpo de anciana y emociones infantiles.
Las pel¨ªculas se fueron sucediendo tal y como se sucedieron los maridos y esos amigos ¨ªntimos a los que ella s¨ª que sabr¨ªa ser fiel. Cuando estaba rodando junto a Paul Newman La gata sobre el tejado de zinc recibi¨® el impacto de la muerte de su tercer marido, el productor Mike Todd, del que acaba de tener una hija. ?l fue, junto a Richard Burton, uno de los hombres de su vida. "He sido siempre afortunada", dec¨ªa record¨¢ndolo. "Todo me fue dado, belleza, fama, riqueza, honores y amor. Pero he pagado esa fortuna con desastres: serias enfermedades, p¨¦rdidas, adicciones destructivas, matrimonios rotos".
No representa, sin embargo, a ese tipo de figura tr¨¢gica que encarnaron otras grandes estrellas. No es Marilyn Monroe; tampoco Judy Garland. Mientras el alcohol, las drogas o los desenga?os amorosos cercenaron la existencia de otras actrices de su tiempo, Elizabeth Taylor represent¨® a la perfecci¨®n el paradigma de una vida deseable, la de quien hace exactamente lo que desea sin importarle demasiado el juicio ajeno; la opini¨®n de un p¨²blico que la critic¨® duramente cuando le rob¨® el marido a la muy querida por los americanos Debbie Reynolds. Ese cap¨ªtulo, por cierto, del m¨¢s puro cotilleo hollywoodiense, era narrado por la hija de Reynolds, Eddie Fisher (la princesa de la saga de La guerra de las galaxias), en un mon¨®logo teatral en Broadway.
La vida a la vista de todos, sin que por ello, y suena parad¨®jico, la actriz se quejara de una intromisi¨®n en su vida privada, porque siempre dio la impresi¨®n de que era imposible vulnerar su verdadera intimidad. Fue madre de cuatro hijos, que la acompa?aron en los momentos de su muerte, e hizo compatible su arrebatadora sensualidad con una devoci¨®n especial hacia los ni?os. Tambi¨¦n hacia los perros. Una de sus m¨¢s costosas extravagancias consisti¨® en pagarles a sus mascotas la estancia en un barco en el T¨¢mesis mientras ella rodaba. Era la ¨²nica manera de tener cerca a sus animalitos, que no hab¨ªan pasado la necesaria cuarentena para pisar suelo londinense.
El p¨²blico la segu¨ªa en sus trabajos y tambi¨¦n en su vida, como si fuera otro de los papeles que le hubieran sido asignados. Vida de derroche, de excesos. Y para culminarla, ning¨²n compa?ero m¨¢s adecuado que el actor Richard Burton. La estrella de Hollywood y la quintaesencia del actor cl¨¢sico. Los dos, unidos por Mankiewicz, en aquella Roma en la que rodaron Cleopatra, donde no era dif¨ªcil, cuentan, encontrar en una trattoria a una Liz Taylor maquillada para el papel, con pantalones pirata, bebiendo hasta no tenerse en pie y bes¨¢ndose con Burton. A pesar de que en aquel momento los dos a¨²n permanec¨ªan casados con sus anteriores parejas, no se escondieron. No parec¨ªa que les preocupara demasiado que los compa?eros de rodaje tuvieran que esperar a que ellos terminaran uno de esos encuentros sexuales de los que a base de gritos, gemidos y jadeos hicieron part¨ªcipe a todo el equipo. De la misma forma que la prensa ha contra¨ªdo los nombres de Angelina Jolie y Brad Pitt para que terminaran siendo esa marca denominada Brangelina, Liz y Richard fueron bautizados como Dickenliz.Burton la cubri¨® de joyas. Provoc¨® el estallido de una de sus m¨¢s costosas adicciones. La ¨²nica compulsi¨®n que mostraba con orgullo, llegando a publicar incluso un libro en 2002 sobre ese peculiar coleccionismo: Mi historia de amor con las joyas. De otra de sus compulsiones, la comida, escribi¨® otro libro, en el que hablaba de su lucha por adelgazar. De la m¨¢s peligrosa, el alcohol y las pastillas, habl¨® muchas veces en entrevistas. No hab¨ªa tema tab¨². No se arredraba ante la curiosidad de la prensa. A las preguntas indiscretas contestaba sin perder la calma y eligiendo siempre algo tremendo o extravagante que no le importaba compartir. Con sinceridad, pero sin desgarro, con sentido del humor.
Fue, sin duda, su particular sentido del humor, cachondo, atrevido, no exento de tacos, lo cual no es tan corriente en Estados Unidos, lo que la convirti¨® en icono de la comunidad gay. Las joyas, los cardados, el exceso, el estilo desmesurado que fue transformando poco a poco a la chica bien en una mujer mundana. Desde muy pronto sinti¨® una devoci¨®n especial por sus compa?eros diferentes: Monty Clift, James Dean o Rock Hudson, al que bes¨® en los labios p¨²blicamente en un momento en el que hab¨ªa tanta gente que no se atrev¨ªa ni a tender la mano a un enfermo de sida. Ese acto simb¨®lico, cargado de humanidad y de compasi¨®n, la alz¨® como hero¨ªna para un grupo que tantas bajas sufri¨® en los a?os ochenta. Eso y convertir la lucha contra la enfermedad en una cuesti¨®n personal. Apadrin¨® la causa, recaud¨® fondos para la investigaci¨®n, contribuy¨® a que el estigma que ha envuelto ese mal comenzara a ser derribado. Fue recompensada por ello. Si bien gan¨® dos oscars por su trabajo en el cine, la Academia quiso premiarla tambi¨¦n por su labor humanitaria. La comunidad gay la vener¨®.
Mientras que los actores en estos d¨ªas contribuyen a las buenas causas interpretando su apoyo con una cara de tragedia, Elizabeth Taylor, tan excesiva en su estilo, jam¨¢s perdi¨® la sonrisa. Era c¨¦lebre por haber aparecido en el Senado, en actos de recaudaci¨®n de fondos, en festivales para homenajear a los enfermos, luciendo en el escote un imponente collar de esmeraldas. Por ejemplo. Y eso hac¨ªa m¨¢s aut¨¦ntica su presencia.
La encantadora ni?a de Lassie; la joven de Un lugar en el sol con la que, como dijo el director George Stevens, hubiera querido casarse cualquier chico americano; la desgarrada mujer madura que interpret¨® en ?Qui¨¦n teme a Virginia Woolf?, todas ellas ten¨ªan algo de esa mujer real que fue Elizabeth Taylor. No se plegaba a los personajes, hac¨ªa que los personajes se parecieran a ella. Incluso el malo de Truman Capote, siempre preparado para denigrar de alguna manera a sus retratados, se rindi¨® ante su presencia. Comenz¨® describiendo a una mujer de gran cabeza, desmesurada para su estatura, y termin¨® escribiendo sobre sus encantos: "El rostro, con esos ojos lilas, es el sue?o de un presidiario, la fantas¨ªa de una secretaria: irreal, dif¨ªcil de alcanzar; pero al mismo tiempo es una mujer t¨ªmida, vulnerable, muy humana".
Los ojos, esos ojos a los que no restaban protagonismo ni las joyas, ni los cardados imposibles, ni la nada discreta pintura, ni el pecho generoso que se alzaba sobre el escote; los ojos, que no eran violetas, sino de un azul intenso, fueron los mismos siempre en esa vida a la vista del gran p¨²blico que fue narrada desde los 10 a?os hasta los 79, sin que ella dejara de ser tozudamente ella misma. Esos ojos narrar¨¢n siempre la historia del cine; tambi¨¦n la historia de una mujer que supo conservar su brillo hasta la ¨²ltima escena.
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