Un robo masivo de manuscritos in¨¦ditos inquieta al sector editorial
La estafa internacional ha afectado a autores como Margaret Atwood, Jo Nesb? o Ian McEwan
Hackear datos bancarios, secretos de Estado o informaci¨®n privilegiada puede tener su l¨®gica, perversa pero a la postre comprensible. Sin embargo, nadie alcanza a entender la raz¨®n de piratear manuscritos in¨¦ditos de autores consagrados y noveles, despu¨¦s de que muchos de ellos se hayan visto envueltos en un episodio de phishing masivo, ese ardid fraudulento en Internet con el que se pretende captar datos privados, en este caso literarios, suplantando la identidad de terceros.
Haci¨¦ndose pasar por contactos profesionales de las v¨ªctimas, un pirata cuya identidad y objetivo se desconocen ha perpetrado desde hace meses una estafa internacional con todas las letras ¡ªnunca mejor dicho¡ª, que ha afectado a escritores consagrados y noveles; editores, agentes literarios y descubridores de nuevos talentos de la pluma. Entre los afamados figuran Margaret Atwood, Jo Nesb? o Ian McEwan, tambi¨¦n celebridades como el actor, director y escritor Ethan Hawke, seg¨²n el diario The New York Times, que este lunes se hizo eco del enga?o.
Pero tambi¨¦n han resultado salpicados autores debutantes y antolog¨ªas de relatos cuyo valor de cambio, en un hipot¨¦tico mercado negro, resulta ser una inc¨®gnita. El estafador, o estafadores, no ha pedido rescate por las obras, ni una recompensa por hacerse a un lado y permitir que el proceso de creaci¨®n y distribuci¨®n prosiga, en un a?o especialmente complicado para autores y editores y que ha empujado al cierre a muchas librer¨ªas independientes.
El pirateo comenz¨® hace al menos tres a?os y ha dejado su rastro en Suecia, Taiw¨¢n, Israel e Italia. En Estados Unidos ha explotado este a?o, alcanz¨¢ndose el mayor volumen de correos electr¨®nicos con ocasi¨®n de la feria del libro de Fr¨¢ncfort, que debido a la pandemia se desarroll¨® de forma virtual. El escritor James Hannaham, que estaba a punto de publicar una novela, explica al diario que recibi¨® un correo electr¨®nico supuestamente de su editor, en el que este le ped¨ªa que le remitiese la ¨²ltima versi¨®n del manuscrito. El mensaje hab¨ªa llegado a una direcci¨®n de correo de su web personal, que Hannaham raramente usa, por lo que utiliz¨® su servidor de correo habitual para contestar. Su editor, el aut¨¦ntico, le respondi¨® que ¨¦l no le hab¨ªa pedido nada.
La historia que refiere Hannaham sucedi¨® a primeros de diciembre, pero se desconoce desde cu¨¢ndo, con qu¨¦ frecuencia, y con qu¨¦ objeto, ha operado la trama, y sobre todo, qui¨¦n est¨¢ detr¨¢s de este delito cibern¨¦tico, si es que no se trata de un sofisticado y retorcido ejercicio de estilo, como algunos sospechan. Porque el objetivo de la rentabilidad parece ajeno a todos los casos; los de manuscritos que, una vez entregados incautamente a los estafadores, se volatilizan sin ser desviados a la web profunda o al mercado negro de la creaci¨®n literaria, si es que tal cosa existe. ¡°El verdadero misterio es el final¡±, sostiene, en declaraciones a The New York Times, el editor Daniel Halpern, v¨ªctima asimismo de la estafa. ¡°Parece como si nadie supiera nada m¨¢s all¨¢ del hecho en s¨ª y esto es lo inquietante¡±.
Ni siquiera se sabe a ciencia cierta si el mundo de las letras se las ve con un solo estafador, o con varios, pero s¨ª que este conoce todos y cada uno de los pasos que da un original hasta el estante de una librer¨ªa. A menudo, los correos contienen alusiones a informaci¨®n previamente difundida en medios de comunicaci¨®n o redes sociales sobre la compra de derechos de una obra, o los planes de publicaci¨®n de tal otra. Una de las teor¨ªas m¨¢s plausibles del mundillo literario, convertido a la saz¨®n en una especie de personaje gremial de una novela de Agatha Christie, es que la estafa surge de los conocidos como ojeadores literarios ¡ªla misma figura que en el f¨²tbol¡ª, quienes, una vez localizada una joven promesa o un hipot¨¦tico ¨¦xito, venden a la vez los derechos de la obra in¨¦dita a editores internacionales y a productoras de cine y televisi¨®n.
De hecho, son numerosos los ejemplos de pirateo de filmes que se han estrenado ilegalmente en Internet, y siempre previo pago, antes de que las copias llegaran a las salas de cine, los habituales taquillazos de Hollywood suelen ser blancos habituales. Pero hasta el momento no ha aparecido en la web, ni en la visible ni en la oscura, ninguno de los manuscritos desaparecidos. Todo un argumento servido en bandeja para un superventas seguro.
Babelia
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