Desjudicialic¨¦monos y bilateralic¨¦monos
Presenciar un debate como el de la investidura es al conocimiento de los pormenores de la pol¨ªtica lo mismo que asistir a una Feria de Fr¨¢ncfort es al de los negocios del libro
1. Ratones
Presenciar un debate como el de la investidura es al conocimiento de los pormenores de la pol¨ªtica lo mismo que asistir a una Feria de Fr¨¢ncfort es al de los negocios del libro: en dos o tres d¨ªas intensos y bien aprovechados uno se hace una idea de c¨®mo se cuece lo que se cuece y de qu¨¦ va todo, m¨¢s all¨¢ de las grandes palabras y los principios inamovibles. Mientras los aguerridos neomauristas y posfascistas de Vox no paraban de agitarse y agitar en sus dispersos esca?os, atragant¨¢ndose con sus grandes palabras de toda la vida (patria, rey, quiz¨¢s Dios), pude escuchar al se?or Rufi¨¢n, que siempre habla en may¨²sculas y a 33 revoluciones por minuto (resultar¨ªa ideal para un curso de principiantes de espa?ol para extranjeros), desgranando un serm¨®n tan repleto de admoniciones para la coalici¨®n a la que le han hecho la merced de apoyar, como de gui?os de ojos dirigidos a que sus rivales de J¡ÁCat no le consideren un botifler. Ahora que estoy presto a desjudicializarme y bilateralizarme, lo que m¨¢s me interes¨® de su parlamento ¡ªadem¨¢s del tiempo que dejaba transcurrir entre sus palabras, pronunciadas como golpes de un tambor de Viernes Santo¡ª fue la utilizaci¨®n de la f¨¢bula de Samaniego El parlamento de los ratones, a la que, casi 250 a?os despu¨¦s, le puso un final en el que no hab¨ªa pensado el ilustrado fabulista alav¨¦s. El argumento es conocido: la asamblea de los ratones, hartos de que el morrongo Miauragato los diezme en sorpresivas razias, aprueba en sede parlamentaria ponerle un cascabel al gato para que su sonido les advierta de su proximidad y puedan ponerse a cubierto. La asamblea ratonil aprueba la medida, pero el problema surge cuando no se encuentra ning¨²n m¨²rido que se atreva a ponerle la campanilla. Como ya se hab¨ªa preguntado Lope de Vega (en La esclava de su gal¨¢n): ¡°?Qui¨¦n de todos ha de ser?/ el que se atreva a poner?/ el cascabel al gato?¡±. El diputado de ERC nos lo aclara: son ellos (?pero, exactamente, qui¨¦nes?) los valientes que se atrever¨¢n a colg¨¢rselo al gato que les amarga la vida (la derecha espa?ola, la monarqu¨ªa y vaya usted a saber qu¨¦ o qui¨¦n m¨¢s). Rufi¨¢n es un h¨¦roe irredento, ya lo sab¨ªamos. En cuanto a los ratones, es conocido que han tenido un largo recorrido en la literatura y en la cultura popular. Mi admirado Wallace Stevens, por ejemplo, se preguntaba muy pertinentemente en ¡®Danza de los macabros ratones¡¯ (traducci¨®n de Daniel Aguirre en Poes¨ªa reunida, edici¨®n de Andreu Jaume, Lumen): ¡°¡?Pero qui¨¦n pudo fundar?/ estado que estuviera libre, en el rigor invernal, de ratones¡±. Ratones son, adem¨¢s de los millonarios Mickey y Minnie Mouse, Tom y Jerry, Speedy Gonzales, y mis preferidos Pixie y Dixie, a los que el gato Jinks (?una premonici¨®n de Trump?) hace la vida imposible. El cascanueces y el rey de los ratones, de E.?T.?A. Hoffmann, y El cuento del cascanueces, de Alejandro Dumas, le sirvieron de base argumental a Piotr Chaikovski para su c¨¦lebre ballet. Y todos sabemos ¡ªal menos los babyboomers¡ª c¨®mo el Rufi¨¢n de turno inventado por los Grimm se llev¨® al agua con la m¨²sica de su flauta no precisamente al gato, sino a la plaga de ratones que asolaban la vieja ciudad de Hamelin. Eso, para empezar. Otro d¨ªa les hablar¨¦ de la largu¨ªsima progenie literaria de las ratas, otra especie roedora, m¨¢s bien parda o negra (y a veces azul) para la que ya no son suficiente protecci¨®n los cascabeles. Y, ahora, a dormir tranquilos: si se les han ca¨ªdo los dientes escuchando el debate y sus much¨ªsimos ruidos y furias, quiz¨¢s ma?ana encuentren bajo la almohada el regalo que les ha dejado el ratoncito P¨¦rez.
2. Poco fiable
Desde La vida del Busc¨®n en adelante, la historia de la novela nos ha dado repetidas muestras de lo que Wayne Booth llam¨® en su (a¨²n) fundamental Ret¨®rica de la ficci¨®n (1961) ¡°narrador no fiable¡±. En realidad, nunca ha existido un narrador que sea fidedigno del todo: nadie dice ¡°toda la verdad¡±, algo que, en todo caso, quiz¨¢s no exista. Se escribe siempre desde un sesgo (llev¨¢ndolo al extremo, desde la mente de un idiota, como el Benjy de El ruido y la furia, o de un obseso enamorado ¡ªy quiz¨¢s, hoy, un abusador¡ª como el Humbert Humbert de Lolita, o de un d¨¦spota como el dictador paraguayo de Yo el Supremo, de Roa Bastos). De todos los narradores poco fiables que conozco (excluyendo, claro, a los pol¨ªticos), los que m¨¢s complejos e interesantes me resultan son los que mienten deliberadamente al lector, ocult¨¢ndose en lo que cuentan. En ese sentido, mis dos cumbres literarias son Los papeles de Aspern, de Henry James (1888), y, de modo especial, El buen soldado (1915), de Ford Madox Ford ¡ªuno de los hitos indiscutibles de la novela del modernismo¡ª, de la que Sexto Piso acaba de publicar una nueva edici¨®n traducida por Victoria Le¨®n (Edhasa la tiene en su cat¨¢logo en traducci¨®n de Jos¨¦ Luis L¨®pez Mu?oz). Ford la iba a llamar ¡°la historia m¨¢s triste¡±, y vaya si lo es. Pero, sobre todo, se trata de una excelente novela sobre el enga?o, el adulterio, los amores cansados y traicionados, sobre el chantaje, sobre el castigo. Una obra maestra que exige ¡ªy bendita sea¡ª que sus lectores vayan m¨¢s all¨¢ de la lectura ingenua de lo que nos propone John Dowell, el rico expatriado y coprotagonista que ejerce de narrador. Y no como juego o ejercicio de virtuosismo, sino porque solo tras la apariencia puede conocerse la verdad. Si quieren enfrentarse a una gran novela que trata a sus lectores con particular inteligencia y respeto, no se la pierdan.
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