Los coleccionistas no se suicidan
Para Billy Wilder debi¨® de ser un placer despertarse cada ma?ana y comprobar que una adolescente pintada por Balthus le miraba desde el cuadro colgado frente a su cama
Para Billy Wilder (Sucha [antiguo imperio austroh¨²ngaro, actual Polonia], 1906-Los ?ngeles, 2002) sin duda, debi¨® de ser un placer despertarse, abrir los ojos cada ma?ana y con el sol de Beverly Hills en la ventana comprobar que una adolescente pintada por Balthus, de tama?o natural, le miraba con una cierta sonrisa perversa desde el cuadro colgado frente a la cama. Esa ni?a de 12 a?os, que pod¨ªa ser Katia, Natalie de Noailles, Anna o Sabine, cualquiera de las modelos del pintor, parec¨ªa seguir con la mirada todos sus movimientos en el dormitorio hasta que pasaba al vestidor donde a Billy Wilder le esperaba el desnudo de otra adolescente con medias negras, de refinada sensualidad, debido al pincel de Georg Tappert. El retrato de Olga Khokhlova, la primera esposa de Picasso, pintado en 1921, le recib¨ªa finalmente en la sala de estar para compartir el desayuno.
Este jud¨ªo austr¨ªaco, guionista y director de cine, ten¨ªa una inteligencia singular unida a un humor sarc¨¢stico y a un olfato muy fino. De hecho, fue de los primeros en poner tierra por medio al olerse la tostada que preparaba Hitler reci¨¦n llegado al poder. Wilder huy¨® a Par¨ªs y desde all¨ª en 1934 lleg¨® a Estados Unidos con 11 d¨®lares en el bolsillo. Puede que en su equipaje de fugitivo de los nazis llevara ya algunos trabajos de artistas que hab¨ªa comenzado a coleccionar. Se dice que por muy mal que le vayan las cosas un coleccionista nunca se suicida. Siempre le falta un sello, un cuadro, una mariposa, un pisapapeles, un cenicero para completar la colecci¨®n, lo que le impide pegarse un tiro.
Mientras el joven Billy Wilder en Viena y en Berl¨ªn ejerc¨ªa el oficio de periodista y met¨ªa la afilada nariz entre las cajas de los teatros de cabaret, los pintores expresionistas Otto Dix, Schiele, George Grosz, Beckmann, Kirchner y otros, andaban con sus carpetas de dibujos y acuarelas bajo el brazo. Eran retratos y figuras de mujeres con el rostro desgarrado y el cuerpo roto, rasgos premonitorios que se har¨ªan realidad con la hecatombe de la Primera Guerra Mundial. Algunos de aquellos pintores, cuyo talento muy pocos apreciaban e incluso zaher¨ªan como arte degenerado, estaban dispuestos a cambiar un cuadro por una botella de absenta o por otro lienzo en blanco que les permitiera seguir pintando. Hab¨ªa que saber qu¨¦ grado de profunda belleza escond¨ªa aquella destrucci¨®n y como el joven Billy Wilder lo sab¨ªa, se hizo con varias acuarelas de Schiele y algunos dibujos de George Grosz, por un precio irrisorio, una prueba que el olfato esta vez tampoco le fall¨®.
Todo el mundo admira a este guionista y director por su extraordinario talento para dirigir pel¨ªculas, entre las que se hallan varias cumbres de la historia del cine, pero tal vez no todos conocen su sagacidad como coleccionista de arte. A su olfato para acertar en las compras se uni¨® la suerte, algo decisivo a la hora de dar en la diana. En una visita a la galer¨ªa de Maeght durante uno de sus viajes a Par¨ªs tuvo un desagradable percance. Estaba colgada en las paredes una exposici¨®n de Mir¨® y uno de sus cuadros se hallaba protegido con una vitrina. Wilder conversaba con un amigo y hubo un momento en que dio un paso atr¨¢s y rompi¨® el cristal. "?Qu¨¦ ha pasado?", exclam¨® airado el se?or Maeght. Aunque la pintura qued¨® intacta la situaci¨®n era muy embarazosa y para salir del paso, solo por resarcir de alg¨²n modo el da?o, Billy Wilder propuso comprarle una escultura de Giacometti, de 53 cent¨ªmetros, de la que el artista hab¨ªa fundido seis ejemplares. Era un desnudo de mujer, con las piernas muy juntas y los brazos pegados al cuerpo. ¡°Pero son mil d¨®lares¡±, dijo el due?o de la galer¨ªa. ¡°Bueno, si son mil d¨®lares son mil d¨®lares¡±, contest¨® Billy Wilder. Esa escultura, 45 a?os despu¨¦s, en la subasta de la colecci¨®n de Wilder, que se celebr¨® en Christie's de Nueva York 13 de noviembre de 1989, alcanz¨® el precio de un mill¨®n de d¨®lares, mil veces m¨¢s de lo que le hab¨ªa costado.
Durante el tiempo en que su colecci¨®n estuvo colgada en las paredes de su casa de Beverly Hills, compuesta con obras de Mir¨®, Picasso, Calder, David Hockney, Botero, Lesser Ury, Georg Grosz, Saul Steinberg, Schiele, m¨¢scaras africanas y precolombinas, la noria del mercado del arte sub¨ªa y bajaba, la especulaci¨®n brutal la obligaba alcanzar precios desorbitantes para hundirla a continuaci¨®n. Era muy dif¨ªcil acertar con el pico m¨¢s alto. En 1989 se produjo una nueva burbuja. Billy Wilder a los 83 a?os pens¨® que era el momento de poner sus cuadros en venta y una vez m¨¢s acert¨®. Su colecci¨®n le proporcion¨® 32,6 millones de d¨®lares, una cantidad que ni so?ada llegaba a lo que hab¨ªa ganado en el cine. Pero su suerte continu¨®. Poco despu¨¦s su casa qued¨® destruida por un incendio y por otra parte el mercado del arte se hundi¨®, cosa que aprovech¨® para seguir comprando de nuevo. Billy Wilder dej¨® el cine porque ning¨²n seguro se arriesgaba a cubrir el azar de su vida. Pero muri¨® a los 95 a?os, y si no se suicid¨® fue porque hasta el final sigui¨® siendo un coleccionista.
Babelia
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