Lee el nuevo cuento de Kjell Askildsen, el maestro noruego del relato breve
Babelia adelanta 'El precio de la amistad', el cuento que da t¨ªtulo al ¨²ltimo libro del escritor noruego
Babelia adelanta El precio de la amistad, el cuento que da t¨ªtulo a la ¨²ltima colecci¨®n de relatos del escritor noruego Kjell Askildsen. 12 piezas escritas entre 1998 y 2004. (Traducci¨®n de Kirsti Baggethun y Asunci¨®n Lorenzo).
![El escritor noruego Kjell Askildsen.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/HJVPHIDOH3DSWBUUZNEDJMDZWE.jpg?auth=cb1d5eaf128c8f4180069328583283b99fbeb4fe070f0aac1d8a96ff48366fc4&width=414)
El precio de la amistad
Hab¨ªa aceptado porque ya en dos ocasiones le hab¨ªa puesto una excusa. En tiempos ¨¦ramos amigos ¨ªntimos, hace muchos a?os, y nunca nos peleamos, simplemente el tiempo y la distancia alejaron los motivos para mantener el contacto. Ahora acababa de aceptar, con desgana, debido a un irracional sentimiento de culpabilidad. ?l estaba sentado justo al lado de la puerta. Se levant¨®. Era f¨¢cilmente reconocible, pero estaba distinto. Nos dijimos unas vagas frases y nos sentamos. Lleg¨® la camarera, era espectacularmente guapa. Pedimos cada uno un aperitivo. ?l ten¨ªa una estrecha raya a modo de bigote. Seguimos intercambiando palabras casi por completo anodinas. La camarera nos trajo las copas. Brindamos. Luego me ofreci¨® un cigarrillo. Yo lo hab¨ªa dejado. Me pregunt¨® si me molestaba que ¨¦l fumara. En absoluto, dije. Dijo que ¨¦l tambi¨¦n deber¨ªa dejarlo. ?Por qu¨¦?, pregunt¨¦.
Buena pregunta, dijo ¨¦l, por qu¨¦. Encendi¨® el cigarrillo. Me pregunt¨® por qu¨¦ lo hab¨ªa dejado yo. Problemas de coraz¨®n, y como si mi respuesta le diera impulso, me pregunt¨® si segu¨ªa casado con Nora. S¨ª, contest¨¦, me ha aguantado. ?l dijo que seguramente no le hab¨ªa resultado demasiado dif¨ªcil, con lo que yo estaba de acuerdo, as¨ª que no contest¨¦. En la pausa que sigui¨®, ¨¦l cogi¨® la carta. Yo hice lo mismo. Lleg¨® la camarera y pedimos la comida. Pens¨¦ que como ¨¦l quer¨ªa verme tendr¨ªa algo que decirme, as¨ª que dije: ?Y bien? Bueno, contest¨® ¨¦l. Y tras una breve pausa: Salud. Me acab¨¦ la copa. Dije que ten¨ªa que ir al lavabo. No hab¨ªa nadie, as¨ª que met¨ª dos billetes de diez en la m¨¢quina de condones; es una man¨ªa que tengo. Me tom¨¦ bastante tiempo, y cuando volv¨ª, hab¨ªa ya una botella en la mesa y vino tinto en las copas. Dije que no era capaz de recordar cu¨¢ndo y por qu¨¦ motivo nos hab¨ªamos visto por ¨²ltima vez. Dijo que fue en mi casa hac¨ªa doce o trece a?os. Cu¨¦ntame algo m¨¢s, dije. Fue justo antes de que te mudaras, dijo, Nora y t¨² disteis una fiesta de despedida. ?Ah s¨ª?, dije yo. ?No lo recuerdas?, dijo ¨¦l. Cu¨¦ntame algo m¨¢s, dije.
Pronunciaste un discurso y todo, dijo ¨¦l. Oh, Dios m¨ªo, dije yo. Fue un bonito discurso, dijo ¨¦l, hablaste de la amistad. No contest¨¦; no me sent¨ªa muy a gusto. Por suerte, lleg¨® la camarera con la comida. La mujer era de verdad inusualmente guapa, y cuando se alej¨®, lo mencion¨¦ con la esperanza de llevar la conversaci¨®n en otra direcci¨®n. ?Ah, s¨ª?, dijo ¨¦l, y empez¨® a comer. ?Ya no miras a las mujeres guapas? Por Dios, contest¨®, no creo que lo haya dejado, pero tampoco puedes mirarlas a todas. Entonces, lo has dejado, dije. Se meti¨® comida en la boca y no contest¨®. Comimos en silencio durante un rato. Quer¨ªa preguntarle por su mujer, pero no me acordaba de su nombre, as¨ª que lo dej¨¦: hay gente que tiende a interpretar mi mala memoria como falta de inter¨¦s, en lo que, por cierto, no les falta raz¨®n. En lugar de eso le pregunt¨¦, por decir algo, si segu¨ªa viendo a alguno de los que formaban nuestro c¨ªrculo de amistades. A algunos s¨ª, contest¨®. ?A Henrik?, pregunt¨¦. No, contest¨®, y not¨¦ en su respuesta una brusquedad que despert¨® mi curiosidad. ?No?, dije.
No, repiti¨®, y sigui¨® comiendo. Decid¨ª no ser el primero en volver a hablar. Com¨ªa y beb¨ªa vino. La camarera se acerc¨® a rellenarnos las copas. ?l ni siquiera levant¨® la mirada, sigui¨® comiendo, tenaz, me pareci¨®, tal vez porque su manera de masticar iba a veces acompa?ada por un chasquido de las mand¨ªbulas. Entonces dijo por fin: Henrik se interpuso en la relaci¨®n entre Eva y yo. Pero eso a lo mejor ya lo sabes, ya que has preguntado precisamente por ¨¦l. ?Henrik hizo eso?, pregunt¨¦. ?No lo sab¨ªas?, dijo ¨¦l. No, contest¨¦. As¨ª que ya no tengo nada que ver con ¨¦l, dijo, y sigui¨® comiendo. ?Pero t¨² y Eva segu¨ªs casados?, pregunt¨¦. Asinti¨® con un gesto de la cabeza. Empezaba a irritarme por tener que sacarle las palabras con sacacorchos; no era yo el que hab¨ªa sugerido que nos vi¨¦ramos. Dej¨¦ los cubiertos y mir¨¦ a mi alrededor. No ve¨ªa a la camarera. Beb¨ª un poco de vino. De vez en cuando le lanzaba una mirada, pero ¨¦l ni siquiera me miraba de reojo. Me serv¨ª m¨¢s vino y luego dije: ?Prefieres que me vaya? Entonces levant¨® la vista, sin comprender, como si de repente se hubiera despertado. ?C¨®mo?, dijo.
Das la impresi¨®n de tener de sobra contigo mismo, dije. Me mir¨® fijamente; result¨® bastante inc¨®modo. Entonces vete, dijo por fin, no pensaba que hiciera falta hablar todo el tiempo. Cogi¨® el paquete de tabaco y con un movimiento del pulgar y otro dedo sac¨® un cigarrillo que golpe¨® tres veces contra el mantel antes de encenderlo; era un ritual y en cierto modo encajaba con ese estrecho bigote que se hab¨ªa dejado. Lo siento, dijo. Yo tambi¨¦n, dije. Brindamos. La camarera se acerc¨® y vaci¨® lo que quedaba de la botella en nuestras copas. Yo la mir¨¦ y ped¨ª otra botella. Ella no me devolvi¨® la mirada. Cuando la mujer se alej¨®, ¨¦l dijo que hac¨ªa mucho tiempo que no nos ve¨ªamos, y que mientras estaba esper¨¢ndome, pens¨® que quiz¨¢ fuera demasiado tiempo y no nos reconoci¨¦ramos, y tal vez hubiera variado nuestro concepto de nosotros mismos, porque era muy normal que hubi¨¦ramos cambiado, al menos con relaci¨®n al otro, ya que la influencia rec¨ªproca hab¨ªa cesado. Esas eran las palabras que yo hab¨ªa utilizado en mi discurso esa ¨²ltima noche, dijo ¨¦l, yo hab¨ªa dicho que la amenaza para una amistad era que la influencia rec¨ªproca cesara.
?Yo dije eso?, pregunt¨¦. S¨ª, contest¨® ¨¦l. ?Y t¨² lo recuerdas?, pregunt¨¦. ?Por qu¨¦ no iba a recordarlo?, dijo ¨¦l.
Aqu¨ª puede leer el cuento en formato pdf
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