Rock and roll en la plaza del pueblo
Una nueva serie televisiva actualiza el eterno ¡°menosprecio de corte y alabanza de aldea"
La Espa?a vac¨ªa ya tiene su serie, nos dicen. El pueblo, disponible desde el pasado a?o en Amazon Prime Video, est¨¢ siendo emitida en abierto por Telecinco. No esperen, sin embargo, encontrar aqu¨ª alegatos en contra del abandono de las zonas rurales. Los escasos nativos del ficticio pueblo soriano de Pe?afr¨ªa parecen resignados a su eventual evaporaci¨®n, sin voluntad de se?alar culpables ni urgencia por buscar posibles soluciones.
De la noche a la ma?ana, Pe?afr¨ªa multiplica su poblaci¨®n con una docena de fugitivos de la ciudad, convocados por un par de hippies descerebrados, quiz¨¢s los personajes m¨¢s inveros¨ªmiles de una tropa heterog¨¦nea que engloba pijos, las v¨ªctimas de un desahucio, un rockero en busca de inspiraci¨®n, una enferma terminal, un hipster de caricatura y la pareja at¨®mica formada por el personaje de Carlos Areces, un corrupto empresario del ladrillo, y su acompa?ante, la trophy wife (ella se ve como ¡°actriz polifac¨¦tica¡±) encarnada gloriosamente por Mar¨ªa Herv¨¢s.
Con cap¨ªtulos extensos, entre los 60 y los 70 minutos, hay espacio para que fluyan las diferentes tramas. Solo ocasionalmente se cae en el humor de paletos, incluyendo una visita de los lugare?os a Madrid. Un feo desliz que ocurre en la segunda temporada, cuando la serie de Alberto Caballero ya pod¨ªa presumir de otorgar dignidad a los r¨²sticos, todos formidablemente interpretados, y se permite romper estereotipos al retratar a la venerable madre del alcalde como una v¨ªbora codiciosa.
En cuanto a los citadinos, enigm¨¢tico resulta Echegui, antiguo cantante de un grupo de rock urbano denominado Los Apestados. Atribuimos su mecha corta al hecho de que acaba de desintoxicarse, aunque no accedemos a la historia completa hasta el final de la primera temporada, cuando el promotor inmobiliario intenta montar un festival, Rock in Pe?afr¨ªa, donde encabezan el cartel Jaime Urrutia, Loquillo y Enrique Bunbury.
Debo advertir que El pueblo cojea en lo musical. Se ha racaneado en el score, apenas hay m¨²sica dieg¨¦tica y choca que los resucitados Apestados hagan una versi¨®n rock de ¡°Un pueblo es¡±, el aviso sobre los peligros de la democracia representativa que Mar¨ªa Ostiz public¨® en 1977. En circunstancias similares, cualquier grupo nacional habr¨ªa salido del paso tocando el hedonista Rock & roll en la plaza del pueblo, de Tequila.
En Pe?afr¨ªa no llega a materializarse la ecoaldea prometida pero toda la poblaci¨®n vive un a?o vertiginoso, con el festival, las elecciones municipales, el establecimiento de un campamento de verano para ni?os obesos, la aparici¨®n de un improbable gur¨² etc. Algunos han querido ver all¨ª un homenaje al mundo rural imaginado por Jos¨¦ Luis Cuerda. Y no: piensen simplemente en una comedia de situaci¨®n que huye de lo previsible (y plantea incluso la eutanasia). Sorprende que no es poco.
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