Espa?a y la ciencia de espectros
La memoria nacional ?preserva mejor a los conquistadores que a los sabios empe?ados en la b¨²squeda del conocimiento
Juan Pimentel ha encontrado una met¨¢fora perfecta para la historia de la ciencia espa?ola: es, en gran medida, una historia de fantasmas, un cat¨¢logo de aparecidos y desaparecidos, un museo quim¨¦rico en el que muchos muros y salas enteras est¨¢n vac¨ªos, porque no queda nada de las figuras y las im¨¢genes que debieron ocuparlos. Hasta el Museo del Prado, por debajo de su resplandor visible y can¨®nico, es tambi¨¦n como esos caserones de otro siglo en los que no hacen falta artilugios de parapsicolog¨ªa para detectar presencias abolidas, sombras errantes que no tienen descanso porque no recibieron la adecuada sepultura, o porque el paso del tiempo no ha extinguido las consecuencias de la desgracia que las fulmin¨®. Pimentel se define a s¨ª mismo, en la primera p¨¢gina del libro, como un ¡°historiador de la Ciencia fascinado por las im¨¢genes¡±. Pero, dada su inclinaci¨®n a los fantasmas, las im¨¢genes que m¨¢s le fascinan son las que ya no pueden verse, del mismo modo que la parte de la historia espa?ola sobre la que escribe con mayor erudici¨®n y apasionamiento es la que no lleg¨® a suceder. Dice Ortega y Gasset que Espa?a es un pa¨ªs de proyectos en ruinas. Incluso en los que de un modo u otro llegaron a cumplirse, Pimentel detecta ruinas sumergidas.
Las cosas, las personas, los lugares desaparecidos se vuelven m¨¢s fantasmales todav¨ªa cuando ni siquiera se puede recordar o imaginar c¨®mo fueron
Yo sab¨ªa vagamente que el edificio del museo fue concebido para alojar en ¨¦l un Gabinete de Historia Natural. No sab¨ªa lo que explica Pimentel: que en ¨¦l iba a instalarse tambi¨¦n una Escuela de Mineralog¨ªa, un laboratorio de qu¨ªmica, una Academia de Ciencias. Uno no se da cuenta de hasta qu¨¦ punto lo que ignora es ilimitado. Ese Gabinete de Historia Natural proven¨ªa de una colecci¨®n asombrosa, reunida por un ilustrado criollo, Pedro Franco D¨¢vila, nativo de Guayaquil, que se hab¨ªa hecho rico en el comercio del cacao y hab¨ªa pasado 20 a?os en Par¨ªs form¨¢ndose con los naturalistas y los enciclopedistas. En el Gabinete hab¨ªa ¡°colecciones de corales, peces y esponjas de las islas Baleares y del Caribe; minerales y f¨®siles de Chile, Per¨² y el R¨ªo de la Plata (entre ellos, el megaterio, el primer vertebrado extinto reconstruido en un museo de historia natural)¡±. El legado de D¨¢vila hab¨ªa estado expuesto en la segunda planta de la Academia de San Fernando: las ciencias y las artes compart¨ªan un mismo espacio y formaban parte de un proyecto com¨²n de conocimiento y progreso, un impulso civilizador para un pa¨ªs atrasado al que era preciso dotar de instituciones que lo vivificaran: junto al Gabinete de Historia Natural, la Escuela de Mineralog¨ªa, el laboratorio de qu¨ªmica, la Academia de Ciencias, estaba tambi¨¦n el Jard¨ªn Bot¨¢nico, el observatorio astron¨®mico, la Escuela de Medicina, el hospital de San Carlos.
Para el observatorio, alojado en el bello edificio neocl¨¢sico de Villanueva, se compr¨® uno de los telescopios m¨¢s avanzados que fabricaba en Inglaterra Herschel, el descubridor del planeta Urano. En pocos a?os, la mayor parte de aquel proyecto era una gran ruina. Las tropas francesas instalaron sus cuarteles y sus caballerizas en las galer¨ªas del edificio abandonado donde el Gabinete nunca iba a instalarse. El telescopio de Hers?chel fue destrozado a hachazos. Del aspecto que tendr¨ªan las colecciones de D¨¢vila en la Academia de San Fernando no sabemos nada: no hay grabados, ni dibujos, ni una sola imagen.
Las cosas, las personas, los lugares desaparecidos se vuelven m¨¢s fantasmales todav¨ªa cuando ni siquiera se puede recordar o imaginar c¨®mo fueron. La memoria espa?ola preserva con mucha m¨¢s eficacia los nombres y las efigies de conquistadores o de m¨ªsticos alucinados que los de los sabios empe?ados en la b¨²squeda del conocimiento, o los de reformadores pragm¨¢ticos que ayudaron a mejorar la vida de las personas. Hay muchas estatuas y muchos libros dedicados a Hern¨¢n Cort¨¦s: hasta que lo he encontrado en el libro de Pimentel, yo no sab¨ªa nada del m¨¦dico Francisco Hern¨¢ndez, que dirigi¨® entre 1571 y 1577 la primera expedici¨®n cient¨ªfica del mundo, a trav¨¦s de lo que entonces se llamaba la Nueva Espa?a. Ten¨ªa 55 a?os y una energ¨ªa m¨¢s temible que la de un conquistador. Para contar sus aventuras incruentas, Pimentel se contagia de un fervor narrativo como de cronista de Indias. Hern¨¢ndez reclut¨® una tropa de ¡°herbolarios, escribanos, pintores e int¨¦rpretes¡± para cumplir el objetivo que le hab¨ªa encargado el rey Felipe II: explorar y catalogar los recursos naturales de aquel territorio inmenso; todas las plantas, especialmente las medicinales y nutritivas; los animales, los minerales, los venenos y sus ant¨ªdotos, las antig¨¹edades conservadas en c¨®dices nativos y en relatos orales. En medio de aquel empe?o desatinado, a Hern¨¢ndez parece que le dio tiempo a ir traduciendo los 37 libros de la Historia Natural de Plinio. Traduc¨ªa del lat¨ªn y averiguaba a trav¨¦s de int¨¦rpretes los nombres aut¨®ctonos de animales y plantas; supervisaba los dibujos que ilustrar¨ªan las p¨¢ginas de una obra que ya era inmensa mucho antes de ser terminada.
En 1566, Hern¨¢ndez mand¨® a Espa?a el resultado de sus investigaciones: 20 libros de plantas, 5 de animales, 1 de minerales; y tambi¨¦n ¡°2 grandes arcas que conten¨ªan 68 talegas de simientes y ra¨ªces, m¨¢s de 8 barriles y 4 cubetas con ¨¢rboles y yerbas, productos destinados a ser examinados en la botica escurialense e incluso trasplantados en su jard¨ªn bot¨¢nico¡±. Yo era consciente de las colecciones de arte y hasta de reliquias innumerables de santos que se guardan en El Escorial: no sab¨ªa que tambi¨¦n hubo un espacio dedicado a exponer los tesoros de historia natural enviados por Francisco Hern¨¢ndez. El maleficio de la invisibilidad es tan persistente como el del desastre: Hern¨¢ndez muri¨® pobre y olvidado; de todos los conocimientos y las im¨¢genes que hab¨ªa recolectado, solo una peque?a parte se lleg¨® a publicar; y aquella colecci¨®n prodigiosa que se exhib¨ªa en El Escorial fue destruida en el incendio de 1671.
Dos siglos despu¨¦s de Francisco Hern¨¢ndez, Jos¨¦ Celestino Mutis repite en parte su destino de sabidur¨ªa, perseverancia y desastre. Su Flora de Bogot¨¢, recopilada a lo largo del ¨²ltimo tercio del XVIII, es probablemente el cat¨¢logo bot¨¢nico m¨¢s rico y de mayor belleza pl¨¢stica que ha existido nunca: sus miles de l¨¢minas, preservadas casi por milagro en el Bot¨¢nico de Madrid, nunca llegaron a publicarse.
Hay m¨¢s fantasmas, m¨¢s tesoros sumergidos, m¨¢s vidas y haza?as cient¨ªficas malogradas en parte o por completo en este libro. Uno lo termina con una sensaci¨®n doble de melancol¨ªa y gratitud: la melancol¨ªa de las oportunidades perdidas, la gratitud hacia un historiador que al revelarnos tantas aventuras admirables del conocimiento nos hace entrever otra historia posible de un pa¨ªs no necesariamente destinado al oscurantismo.
Consigue ¡®Fantasmas de la ciencia espa?ola¡¯
Autor: Juan Pimentel.
Editorial: Marcial Pons, 2020.
Formato: 416 p¨¢ginas. 26,60 euros.
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