Goya y el misterio sin soluci¨®n
Los museos han cerrado sus puertas, pero la contemplaci¨®n del arte sigue abierta. Cada d¨ªa, recordamos la historia de una obra que visitamos a distancia. Hoy: ¡®Perro semihundido'
Para ser testigos de la conexi¨®n entre Edvard Munch y Francisco de Goya hay que viajar hasta Madrid y retroceder hasta el a?o 1846. L¨¦on Bonnat ten¨ªa 13 a?os y acababa de llegar con su familia a la capital de Espa?a, donde su padre fue a probar suerte con una librer¨ªa despu¨¦s de varios negocios fallidos en Bayona (Francia). All¨ª, el futuro pintor, del que aprender¨¢n artistas como Toulouse-Lautrec, admirar¨¢ a los maestros espa?oles en sus visitas al Prado con su padre. En 1889 vemos a Edvard Munch asistiendo a las lecciones de Bonnat en su academia parisiense. A pesar de que el maestro adora a Vel¨¢zquez, el alumno se queda con Goya, de quien aprende todo lo que le convertir¨¢ en un excelente grabador. Pero tambi¨¦n asume los protocolos para retratar a la muchedumbre, a la masa deforme y su espanto. El aragon¨¦s lo hace en las Pinturas negras (entre 1819 y 1823), sobre todo en el pasaje zombi de la Romer¨ªa de San Isidro: no define sus rostros, revuelve sus rasgos y, salvo los ojos, todo es pura indefinici¨®n y deformidad. En palabras de Baudelaire, Goya tuvo el don de convertir lo monstruoso en veros¨ªmil; es decir, en humano. Las miradas descompuestas y desquiciadas de estos seres suceden en el Atardecer en el paseo Karl Johan (1892) y en el protagonista de El grito (1893), creados setenta a?os despu¨¦s de las pinturas de la Quinta del Sordo.
Goya pint¨® en su segunda residencia ¨Cengullida ahora en el madrile?o barrio de Puerta del ?ngel¨C una alegor¨ªa pol¨ªtica que narra la tensi¨®n entre la monarqu¨ªa absolutista y los liberales reformistas, que apoyan la Constituci¨®n. Es la lectura del especialista Carlos Foradada, que en su libro Pinturas negras (Trea) rompe con la leyenda, fomentada por el propio artista, de la enajenaci¨®n. El pintor dec¨ªa y escrib¨ªa que estaba loco, que esas pinturas en los muros no eran m¨¢s que enso?aciones de un mundo fant¨¢stico y grotesco. Las pesadillas ilustradas, en realidad, son reales. Son el salivazo contra el antiguo r¨¦gimen de un liberal reformista, la culminaci¨®n de un pintor combativo harto del pa¨ªs un a?o antes de exiliarse a Burdeos. Deb¨ªa librarse de la Inquisici¨®n y mont¨® el disparate de la locura.
Y como alegor¨ªas, estas escenas ¨Cque hoy cuelgan en el Museo del Prado¨C no son un misterio sin resolver, sino un misterio sin soluci¨®n. A su fantasmagor¨ªa ayud¨® mucho la desastrosa operaci¨®n de arrancado de los muros que cometi¨®, a finales del XIX, Salvador Mart¨ªnez Cubells, restaurador del Prado, que por si fuera poco retoc¨® y repint¨® de manera desafortunada los originales. As¨ª que lo que ha llegado hasta nosotros apena son sombras del original, de las que un perro emerge como la presencia m¨¢s enigm¨¢tica de todas. Gracias a las fotos de Jean Laurent de 1874 y a los estudios de Foradada, hoy sabemos que faltan unos p¨¢jaros revoloteando alrededor del animal. Un dato que tampoco aclara el porqu¨¦ de la escena y de la parquedad que la han convertido en la m¨¢s moderna de la Quinta. La historia del arte ha lanzado las hip¨®tesis tan curiosas como dispares, y casi todas acaban en el drama y la angustia que esta imagen provoca. Y en esa falta de explicaciones y en esa necesidad de las mismas, cada espectador se asoma a la pintura con sus respuestas y al hacerlo lo que ¨¦sta devuelve es un reflejo. Porque mira a un espejo.
Visita virtual: Perro semihundido (1820-1823), de Goya, conservado en el Museo del Prado (Madrid).
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