El ¨²ltimo vals del imperio edulcorado de los Habsburgo
El centenario del tratado de Trianon, que puso punto final al imperio austro-h¨²ngaro, tiene una lectura contempor¨¢nea, el agravio hist¨®rico que Viktor Orb¨¢n intenta instrumentalizar, pero tambi¨¦n una relectura de su gran poso cultural, como fundamento de la Europa actual

El cuerpo en Austria; el coraz¨®n, en una urna de plata, en Hungr¨ªa. As¨ª recibi¨® sepultura en 2011 el ep¨ªgono de los Habsburgo, Otto, en el siglo eurodiputado longevo y l¨ªder de un movimiento paneuropeo tan cat¨®lico como cat¨®lico fue el poder de sus mayores. Otto ¨Cuno de sus 17 nombres de pila- fue el heredero din¨¢stico del extinto imperio austro-h¨²ngaro, el archiducado de Austria, el reino de Hungr¨ªa y Bohemia e innumerables pretensiones m¨¢s. Ostent¨® cuatro nacionalidades (h¨²ngara, alemana, austriaca y croata): cabal representante de un imperio de cuando estos eran, a su absolutista modo, una miniatura global.
Del legado imperial hoy s¨®lo queda afectada nostalgia; en ocasiones cierto irredentismo y de tanto en tanto, efem¨¦rides. La que nos ocupa, el 4 de junio de 1920, fue la firma del Tratado de Trian¨®n en Versalles: el clavo que remach¨® el ata¨²d del imperio austro-h¨²ngaro, cuya existencia edulcorada y muelle, de borracheras de champ¨¢n y valses; entorchados, polisones y taconazos de h¨²sares, incub¨® el fermento intelectual y creativo que fragu¨® la gran cultura contempor¨¢nea europea.
En torno a Viena, pero tambi¨¦n entre las muchas minor¨ªas diseminadas por la geograf¨ªa imperial, en la Galizia oriental, Bohemia, Kotor o la delicuescente Trieste ¨Cquinta ciudad del imperio en 1910, su puerto-, borbote¨® un sustancioso bouillon de culture centroeuropeo, lo que equivale a decir europeo, lo que significa a¨²n m¨¢s decir jud¨ªo: de Joseph Roth a Stefan Zweig, de Franz Wedekind a Hugo Bettauer, de Gustav Mahler, luego converso al catolicismo, a Freud; Karl Kraus o Bruno Schulz: una legi¨®n de jud¨ªos confesos o freudianos, ap¨®statas algunos, cuya pujanza burguesa e ilustrada insufl¨® vida y dudas a un imperio ensimismado.
En torno a Viena borbote¨® un sustancioso bouillon de culture centroeuropeo, europeo,? jud¨ªo: de Joseph Roth a Stefan Zweig, de Gustav Mahler a Freud
Ese magma jud¨ªo, blanco ya del antisemitismo ¨Cel asesinato de Bettauer lo demuestra- pero ignorante de la gran amenaza nazi que se fraguaba, se compadeci¨® bien con un imperio cat¨®lico a machamartillo, hijo putativo del cristian¨ªsimo Sacro Imperio Romano Germ¨¢nico y antagonista, hasta las mismas puertas de Viena, del infiel Otomano. Como cualquier imperio que se precie, el austro-h¨²ngaro forj¨® sus l¨ªmites en el espejo de sus enemigos: en los alfanjes y los feces, la cruel y al tiempo refinada existencia de la Sublime Puerta, a cuya exquisitez oriental Viena y Budapest, las dos capitales imperiales, respondieron con melindres como el palacio de Sch?nbrunn o las polkas y los valses de Strauss.
Emparedado entre otros tratados, casi consecutivos, salidos de la Primera Guerra Mundial ¨Cesa contienda tan desaprovechada por el cine, pese a la imponente Senderos de gloria o los buenos intentos de Tavernier (La vie et rien d¡¯autre, Capit¨¢n Conan)-, el de Trian¨®n parece un tratado menor, apenas una adenda a los de Versalles, que resolvi¨® la Gran Guerra, y Saint-Germain-in-Laye, entre las potencias aliadas vencedoras y Austria; Trian¨®n fue la coda que enterr¨® el reino de Hungr¨ªa. A¨²n habr¨ªa de firmarse el de Lausana, que en 1923 estableci¨® las fronteras de la Turqu¨ªa moderna y el entierro del imperio que se hab¨ªa medido con los Habsburgo en los Balcanes, con graves consecuencias diferidas durante casi un siglo.
Trian¨®n?resucita hoy no s¨®lo por mor de la efem¨¦ride, tambi¨¦n a mayor gloria del caudillo Viktor Orb¨¢n. El pasado 4 de junio, a las 16.30 ¨Cla hora a la que se firm¨® el tratado- las campanas de las iglesias h¨²ngaras ta?eron, el tr¨¢fico se detuvo y los m¨¢s patri¨®ticos lucieron brazaletes negros en se?al de luto por la p¨¦rdida del 71% de su territorio, con tres millones de habitantes que desde entonces engrosan minor¨ªas aleda?as, y un sinn¨²mero de lugares ligados a la memoria magiar.
El llamado ¡°D¨ªa de la Unidad¡± es parte del hardcore pol¨ªtico de Orb¨¢n. Porque los bucles que suele trazar la historia ¨Ca veces como un tirabuz¨®n, otras como espiral lis¨¦rgica- se cierran en lo relativo a Trian¨®n apenas un a?o antes de que el coraz¨®n de Otto de Habsburgo fuera inhumado en la abad¨ªa h¨²ngara de Pannonhalma. S¨®lo un mes despu¨¦s de llegar al poder, en mayo de 2010, Fidesz, el partido de Orb¨¢n, aprueba una ley que concede a los h¨²ngaros ¨¦tnicos del exterior la ciudadan¨ªa. Esa carta de naturaleza implica te¨®ricamente el derecho de voto, lo que explicar¨ªa bien, seg¨²n sus cr¨ªticos, de d¨®nde le vienen al aut¨®crata las amplias mayor¨ªas de que goza.
En junio de 1920 se disolv¨ªa un imperio cuya descomposici¨®n dio a luz 16 pa¨ªses. Su poder omn¨ªmodo fue factor de modernidad y la vez, su ant¨ªtesis
?tem m¨¢s, en v¨ªsperas de la conmemoraci¨®n del centenario del tratado, ante la entrada del Parlamento en Budapest se ha inaugurado uno de esos no monumentos posmodernos ¨Cun accidente urbano con forma de zanja o trinchera, incluso de herida, rematado por la consabida llama inmortal-, en el que figuran, grabados en acero inoxidable, los nombres de todos los lugares a los que Budapest se vio obligado a renunciar en virtud del tratado. Ni el terror rojo de 1919, ni el blanco de Miklos Horthy: para muchos h¨²ngaros de hoy, el verdadero oprobio fue Trian¨®n, cuyas torpes revisiones inclinaron a Hungr¨ªa hacia los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Pero para eso a¨²n faltaban unos a?os. Los necesarios para que la figura del stari otac ¨Cel viejo padre-, como era conocido el emperador, se diluyera en el abismo estruendoso de las vanguardias y los ismos mientras la ci¨¦naga parduzca del nacionalsocialismo se extend¨ªa por el coraz¨®n de Europa. Se extingu¨ªa como el cabo de una humilde vela un imperio multinacional, cuya descomposici¨®n dio a luz 16 pa¨ªses, con su pl¨¦yade de minor¨ªas; un poder omn¨ªmodo que fue factor de modernidad y la vez su ant¨ªtesis, como recordaba Karl Kraus ¨Cotro hijo del siglo- en uno de sus aforismos: ¡°Antes se acostumbrar¨¢ Berl¨ªn a la tradici¨®n que Viena a las m¨¢quinas¡±.
Hace 100 a?os se esfumaba la quintaesencia de la seguridad patriarcal, de la voluntad imperecedera, del etnocentrismo por encima de las diferencias. Tanto vano esplendor, aupado sobre un l¨¦gamo de identidades m¨²ltiples¡ y de odio. ¡°El austriaco [el austro-h¨²ngaro] tiene la sensaci¨®n de que nada puede sucederle, porque le protege de toda sorpresa la conciencia de haber nacido con la edad de un difunto¡±. (Karl Kraus, Contra los periodistas y otros contras).
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