Un viaje a los genios
De Kant a Kierkegaard, de Rousseau a Schopenhauer, el investigador del instituto de filosof¨ªa del CSIC Manuel Fraij¨® publica veintid¨®s semblanzas de grandes pensadores de la humanidad
Cuando bebas agua, recuerda las fuentes. Lo ense?a un proverbio chino. Lo recuerda Manuel Fraij¨® en la ¨²ltima de las semblanzas de este libro, la dedicada a Karl Rahner, el m¨¢s importante te¨®logo cat¨®lico de la segunda mitad del siglo XX. Fraij¨® fue su alumno en la Universidad de M¨¹nster (Alemania) y los dos son m¨¢s fil¨®sofos que te¨®logos (qu¨¦ es la teolog¨ªa ¡ªtheos logos: palabras sobre Dios¡ª sino una filosof¨ªa, un ansia de saber sobre el Todo). Rahner dej¨® m¨¢s de cuatro mil t¨ªtulos, entre libros y art¨ªculos, a treinta p¨¢ginas por d¨ªa, y todo lo hizo para poner de relieve la dimensi¨®n racional, y razonable, de la fe cristiana. Es el gran fil¨®sofo de la religi¨®n, no siempre amado en el Vaticano, donde suelen preferir lo que Unamuno llamaba, en Agon¨ªa del cristianismo, la fe del carbonero.
Bien, al libro. Como le sucedi¨® a Kant cuando recibi¨® por correo el Emilio de Rousseau, empiezas a leer cualquiera de las veintid¨®s semblanzas y ya no puedes parar, hasta tarde en la madrugada, porque van entrelaz¨¢ndose, como las cerezas del cesto, unas con otras, Kant con Rousseau, ¨¦ste con Voltaire, los dos con Diderot, o con Pascal, con Nietzsche, con Kierkegaard y Schopenhauer, o Spinoza y Leibniz, y no digamos con Descartes, o Giordano Bruno sobre Nicol¨¢s de Cusa, o Lutero con todos. Quiero decir: estamos ante un libro sobre los m¨¢s grandes pensadores de la humanidad. Lo son todos los que est¨¢n, sin duda; aunque, evidentemente, no est¨¢n todos los que son (el libro nace de una serie de conferencias que encargaron a Fraij¨® las fundaciones Politeia y Juan March). Por ejemplo, no est¨¢ Marx, pese a ser muy citado, pero s¨ª Feuerbach, y no hay ning¨²n espa?ol, aunque se cita muchas veces a Ortega y Gasset, que estudi¨® en Alemania y se le not¨®. No digo que fuera merecedor de una semblanza, porque estamos hablando de gigantes del pensamiento, y Ortega nunca crey¨® serlo, pero s¨ª habr¨ªa merecido un hueco Unamuno, como lo tuvo en la famosa historia de la literatura europea que escribi¨® en los 60 del siglo pasado el belga Charles Moeller.
Todos los pensadores seleccionados, a excepci¨®n de Confucio, el Arist¨®teles chino, son europeos, y todos merecen un perfil porque rechazaron la obviedad
Todos los pensadores seleccionados, a excepci¨®n de Confucio, el Arist¨®teles chino, son europeos, y todos merecen un perfil porque rechazaron la obviedad. ¡°Desde sus inicios, la filosof¨ªa parti¨® de que en todo lo que nos circunda habita la extra?eza y la perplejidad¡±, advierte el autor. ?l mismo se siente sobrecogido ante sus personajes: Lutero y la Reforma; Bruno en la hoguera por permanecer fiel a su ¡°amada filosof¨ªa¡±; Pascal, radical hasta la desesperaci¨®n (radical viene de ra¨ªz); el suicidio desgraciado de Walter Benjamin, ¡°el muerto que Europa necesitaba en aquel momento¡±; la Europa infectada de Hitler, Franco, Mussolini, Petain¡; Voltaire y la enormidad de la Enciclopedia que carg¨® sobre sus espaldas Diderot (35 vol¨²menes, 12 de ilustraciones, y a?os de c¨¢rcel o persecuciones por querer hacerla libre, acusado de ¡°libertinaje intelectual¡± por los jesuitas).
Umberto Eco compara la Enciclopedia de la Ilustraci¨®n francesa con las pir¨¢mides de Egipto y la Capilla Sixtina; Savater la tiene por ¡°uno de los m¨¢s grandes logros del esp¨ªritu occidental¡±. Sapere aude, atr¨¦vete a saber, resumir¨ªa Kant. Jam¨¢s sali¨® de su ciudad natal, K?nigsberg (hoy Kaliningrado), y sus conciudadanos lo conoc¨ªan por la met¨®dica regularidad de su vida y por su puntualidad. Al verle iniciar su paseo diario, pon¨ªan sus relojes en hora. Fraij¨® recoge la leyenda de sus dos excepciones: la primera, el d¨ªa que recibi¨® el Emilio de Rousseau (se qued¨® ley¨¦ndolo, fascinado); la segunda, el d¨ªa que se dirigi¨® apresuradamente a correos para enterarse de los ¨²ltimos sucesos de la Revoluci¨®n Francesa.
Resisto la tentaci¨®n de hacer un reportaje, m¨¢s que una cr¨ªtica. El fil¨®sofo Fraij¨® es profundo y riguroso en todas sus semblanzas, pero no escatima an¨¦cdotas que hacen de este libro una exquisitez. Las hay en los 22 cap¨ªtulos. Me detengo en Voltaire, como ejemplo: C¨®mo ¡°el m¨¢s vital de todos los hombres¡±, seg¨²n Dilthey, dej¨® nada menos que veinte mil cartas (sus obras completas abarcan sesenta vol¨²menes); por qu¨¦ cambi¨® de nombre; sus amores y riquezas; c¨®mo ridiculiz¨® a los jesuitas, con los que estudi¨® (en el colegio Louis le Grand, que solo recib¨ªa a j¨®venes de la nobleza, que ten¨ªan habitaci¨®n individual, o de la alta clase media, cinco colegiales en cada sala de dormir); sus estancias en la c¨¢rcel, la famosa y terrible Bastilla; el exilio en Londres, a los 32 a?os, fascinado por la tolerancia religiosa; y, finalmente, su entrada triunfal en Par¨ªs a los 83 a?os, en sorprendente loor de multitudes.
Se detiene Fraij¨® en los ¨²ltimos d¨ªas de quien en vida, pese a no ser ateo, el Vaticano ha considerado como uno de los grandes enemigos de la Iglesia. ¡°Si no existiera Dios, habr¨ªa que inventarlo¡±. Dijo. Un grupo de curas se apresur¨® a introducirse en su habitaci¨®n y Voltaire, que parec¨ªa morirse, termin¨® eligiendo a uno de ellos para despachar, dijo, ¡°un peque?o asunto¡±. Quer¨ªa confesarse, pero se negaba a comulgar. Un amigo le pregunt¨® m¨¢s tarde si realmente hab¨ªa confesado. ¡°Seg¨²n c¨®mo se considere, ya sab¨¦is cu¨¢l es la situaci¨®n. No hay m¨¢s remedio que aullar un poco a los lobos¡±. Semanas m¨¢s tarde escribi¨® esta carta a Federico de Prusia, que tanto lo protegi¨®: ¡°No temo a la muerte, pero siento una invencible aversi¨®n contra el modo de morir dentro de la Iglesia cat¨®lica. Encuentro rid¨ªculo que le den a uno los santos ¨®leos para partir al otro mundo, como cuando se manda engrasar los ejes del coche para salir de viaje¡±.
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