Kant descongelado
El rom¨¢ntico Heine retrat¨® al gran fil¨®sofo Immanuel Kant (1724-1804) m¨¢s que como a un hombre de carne y hueso como a una cabeza pensante sin m¨¢s actividad que la de su raciocinio. Su existencia cotidiana en su ciudad natal, la prusiana K?nigsberg (hoy Kaliningrado, Rusia), era anodina: levantarse, desayunar, escribir, dar clase, comer, pasear, leer y dormir; ordenada con puntualidad tan exquisita que sus conciudadanos pod¨ªan estar seguros de que eran justo las 3.30 cuando el sabio y digno soltero sal¨ªa a dar su paseo diario. Este paseo, de rigor diluviase o quemara el sol, s¨®lo lo suspendi¨® Kant en una ocasi¨®n: una tarde en la que, entusiasmado con la lectura del Emilio de Rousseau -su gran maestro junto con Hume-, se olvid¨® por completo de su periplo cotidiano. Semejante imagen de Kant se ha hecho t¨®pica y con ella suele solventarse la historia de la vida del gran pensador.
KANT
Manfred Kuehn
Traducci¨®n de Carmen Garc¨ªa-Trevijano Forte
Acento. Madrid, 2003
703 p¨¢ginas. 30 euros
Ahora bien, este Kant que populariz¨® Heine era el de sus primeros bi¨®grafos: Jachmann, Wasianski y Boronwski, ¨²nicos art¨ªfices del retrato acartonado de su admirado maestro. Los tres lo conocieron y fueron sus amigos, pero el retrato que presentaron al mundo es el de un hombre anciano, c¨¦lebre como pensador riguroso gracias a sus geniales obras, las tres Cr¨ªticas (de la raz¨®n pura, de la raz¨®n pr¨¢ctica y de la facultad de juzgar), escritas entre los sesenta y los setenta a?os. Tambi¨¦n el heterodoxo y singular escritor ingl¨¦s De Quincey contribuy¨® a difundir semejante retrato entre los lectores comunes con su espl¨¦ndido relato: Los ¨²ltimos d¨ªas de Immanuel Kant.
Hasta hoy, la biograf¨ªa m¨¢s
documentada con la que cont¨¢bamos era la de Karl Vorl?nder: Immanuel Kant. Der Mann und das Werk (F. Meiner, 1924); el estudioso de M¨¹nster comenzaba su obra con la intenci¨®n de presentar un Kant "m¨¢s vivo" que como lo pintaron sus contempor¨¢neos; adem¨¢s, se esforzaba por describir el contexto cultural en el que naci¨® su obra. Su texto es can¨®nico. Manfred Kuehn, que ha sido profesor de filosof¨ªa en Norteam¨¦rica y actualmente ense?a en Marburgo, toma el testigo del gran bi¨®grafo (no es el ¨²nico, en Alemania acaban de aparecer tambi¨¦n otros dos libros biogr¨¢ficos: uno de Steffen Dietzsch y otro de Manfred Geier), y tambi¨¦n su declaraci¨®n de intenciones es semejante a la de aqu¨¦l: mostrar al Kant vivo y no a la momia. En lo esencial, el libro de Kuehn carece de nuevas aportaciones, pero para el mundo hisp¨¢nico, en donde no contamos con nada similar, es id¨®neo. El autor se esfuerza, en efecto, por superar el t¨®pico y la caricatura exang¨¹e tratando de recomponer la vida de Kant desde los escasos datos conocidos.
El Kant que nos presenta Manfred Kuehn es, indudablemente, "humano": de familia humilde -era hijo de un talabartero-, hu¨¦rfano a temprana edad, el muchacho era listo y dotado para el estudio, aunque tuvo que hacerlo con gran escasez de medios econ¨®micos. Durante sus primeros a?os de preceptor y docente sus ingresos fueron tan escasos que hasta tuvo que vender algunos de sus libros para obtener m¨ªseras cantidades con las que subsistir. En una ocasi¨®n, sus amigos hicieron una colecta para comprarle un abrigo nuevo, pues el que llevaba se le ca¨ªa a pedazos. As¨ª pas¨® varias d¨¦cadas hasta que la situaci¨®n cambi¨® radicalmente en cuanto lo contrataron en la Universidad de K?nigsberg. Entonces, Kant transform¨® su apariencia y se convirti¨® en un Elegante Magister al que se recib¨ªa en las mejores casas. Vest¨ªa con esmero y sentenciaba jocosamente que siempre ser¨ªa mejor ser un tonto con estilo que un tonto sin ¨¦l. Era un hombre menudo y con cierto atractivo. Gustaba a las damas por su vivacidad: ¨¦stas, que detestaban a los sosos, lo encontraban interesante. Con todo, Kant fue reacio al matrimonio, aunque intent¨® casarse en dos ocasiones; pero como se lo pens¨® tanto, ambas mujeres acabaron por desposarse con otros pretendientes m¨¢s avispados. Tambi¨¦n su menesterosidad inicial tuvo que ver con su solter¨ªa; Kant sol¨ªa comentar que cuando pudo haber disfrutado del matrimonio no pudo permit¨ªrselo y que cuando se lo pudo permitir ya no lo podr¨ªa haber disfrutado.
Pronto adquiri¨® fama como
profesor y acab¨® siendo catedr¨¢tico; sus clases eran tan interesantes que los alumnos acud¨ªan una hora antes para coger sitio en el aula. Como ten¨ªa que levantarse muy temprano para impartir sus lecciones contrat¨® a su fiel criado Lampe para que lo despertara, pues ¨¦l solo hubiera sido incapaz de hacerlo. La vida disciplinada que llevar¨ªa hasta su muerte se la impuso el fil¨®sofo a rega?adientes y ¨²nicamente a fin de cumplir con su deber. Su talante era el de un hombre sociable y curioso de todo lo que suced¨ªa en el mundo. Nada de padecer neurosis, ni ataques de soledad, nada tampoco de megaloman¨ªa. El di¨¢logo con sus contempor¨¢neos desempe?¨® un papel crucial en su pensamiento. Gracias a las conversaciones con su inseparable amigo Green fue surgiendo poco a poco la monumental Cr¨ªtica de la raz¨®n pura, que en modo alguno fue la obra de un profesor enclaustrado. En realidad, toda su "filosof¨ªa cr¨ªtica" -que comprende tambi¨¦n una cr¨ªtica de la moral y otra est¨¦tica- es expresi¨®n de este modo de vivir y adquiere pleno sentido en el contexto de un intenso trato con los otros y de una meditaci¨®n sobre el ser humano y las cadenas que le impiden ser libre. As¨ª que "cr¨ªtica" es ante todo "apertura" y demolici¨®n de los monstruos del dogmatismo y de las opiniones oscuras que ofuscan las mentes y recluyen a las personas en oscuras mazmorras psicol¨®gicas. La metaf¨ªsica, la teolog¨ªa, la moral y la est¨¦tica sufrieron un vuelco decisivo con Kant, que las plant¨® de golpe en la modernidad. A partir de sus ense?anzas ya no pudo pensarse como antes de ¨¦stas: no en vano se lo denomin¨® "Kant el demoledor". Dijo que "ilustraci¨®n" era la salida de la minor¨ªa de edad de la Humanidad. Limit¨® el vuelo de la raz¨®n, hizo morder el polvo a la teolog¨ªa dogm¨¢tica y vino a sostener que era mejor creer en Dios aunque no existiera que destruirlo sin m¨¢s. Despu¨¦s de todos estos trabajos, dignos de un Aquiles intelectual, bien pudo el anciano Kant gozar de sosiego. Vivi¨® ochenta a?os en una ¨¦poca en que lo normal era morir a los sesenta: la vida met¨®dica, extremada en sus ¨²ltimos a?os, fue tambi¨¦n una estrategia para conservarse sano, pues ni siquiera los sabios quieren dejar este mundo demasiado pronto.
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