?Es Greta Thunberg nuestra ¨²nica esperanza?
'Babelia' adelanta un fragmento de 'Y ahora yo qu¨¦ hago', de Andreu Escriv¨¢, en el que se cuestiona c¨®mo actuar ante la emergencia clim¨¢tica
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?Y por qu¨¦ yo no hago nada?
Es hora de que nos miremos al espejo, pero a uno distinto del que nos devuelve nuestra imagen cada ma?ana. A uno que sea un poco respond¨®n, en el que nuestro yo de la otra parte nos obligue a preguntarnos: ?Oye, ?y por qu¨¦ nosotros no hacemos nada??. Porque antes de saber qu¨¦ debemos hacer y hacia d¨®nde debemos dirigirnos, conviene saber por qu¨¦ hemos estado quietos todo este tiempo.
Estoy seguro de que lo primero que le dir¨¢s a tu reflejo ser¨¢ algo as¨ª como: ?Oye, ?que yo s¨ª que hago mi parte!?. O bien: ?Quien debe hacer algo no soy yo, sino quienes tienen poder, los pol¨ªticos y las empresas?.
As¨ª que te voy a decir cuatro cosas. La primera, que hay una serie de razones que no dependen de ti y que hacen que no te acabes de tomar del todo en serio esto del calentamiento global; ni eres peor persona, ni m¨¢s ego¨ªsta, ni nada de eso. La segunda, que ni t¨² ni yo hacemos todo lo que podemos, aunque pienses que s¨ª. La tercera, que lo que t¨² y yo hagamos importa. Mucho. Y que po?demos hacer mucho m¨¢s de lo que te imaginas. Y la cuarta y ¨²l?tima, que si no lo hacemos es en gran parte porque nos ponemos excusas que no se sostienen.
Todo esto me pilla muy lejos
Empecemos por lo b¨¢sico. Vemos el cambio clim¨¢tico como algo lejano. ?Qui¨¦n no lo percibe como algo que sucede a miles de ki?l¨®metros de su casa? Si la imagen es un oso polar¡, ?c¨®mo me va a afectar eso a m¨ª? Adem¨¢s, todas las gr¨¢ficas y previsiones de temperaturas que aparecen en los medios hablan del a?o 2100, y para entonces o seremos muy muy mayores¡ o directamente estaremos muertos.
Simplificando mucho, nuestra desconexi¨®n con el cambio cli?m¨¢tico empieza por ah¨ª. Lo vemos como un suceso futuro que pasar¨¢ en alg¨²n lugar indeterminado, pero no cerca de nosotros. Incluso quienes pensamos que es una realidad palpable tendemos a minusvalorar sus efectos en nuestras vidas. Resultan especial?mente significativos los estudios que el Programa de la Universi?dad de Yale sobre Cambio Clim¨¢tico realiza peri¨®dicamente sobre el estado de opini¨®n en Estados Unidos respecto al cambio clim¨¢?tico. Hay un patr¨®n que se repite, y nos da pistas. En septiembre de 2019, por ejemplo, el 67 % de los encuestados dec¨ªa estar de acuerdo con que el cambio clim¨¢tico est¨¢ sucediendo. El 60 % admit¨ªa estar preocupado, y el 57 % pensaba que el calentamiento afectar¨¢ a los habitantes de Estados Unidos. Pero, ?ojo!, solo el 42 % pensaba que ellos sufrir¨ªan alguna consecuencia.
Nuestro cerebro est¨¢ programado para percibir un menor ries?go de que nos ocurran sucesos desagradables en nuestra vida (una enfermedad, un accidente, una mala racha econ¨®mica), de la mis?ma forma que sobreestimamos las posibilidades de que todo nos vaya bien (una inversi¨®n, la compra de un boleto premiado de loter¨ªa, la pr¨¢ctica de un deporte de riesgo). El resultado, en el caso que nos ocupa, es que por mucho que tengamos clara la rea?lidad del cambio clim¨¢tico, en muchos casos estamos convencidos de que a alguien le tocar¨¢, pero no ser¨¢ a nosotros.
Como respondi¨® el climat¨®logo Michael E. Mann a la pregunta ??Qu¨¦ te hace tener esperanza clim¨¢tica en 2020??:
La buena noticia es que los impactos del cambio clim¨¢tico no pueden seguir neg¨¢ndose. La mala noticia es que los impactos del cambio clim¨¢tico no pueden seguir neg¨¢ndose.
Por suerte (y por desgracia) las consecuencias del cambio clim¨¢tico empiezan a tomar forma, y lo hace cada vez m¨¢s cerca de nosotros. A principio de siglo, sonaba casi como una historia de maldiciones medieval, pero ahora, aun a pesar del sesgo cognitivo que nos hace creernos a salvo, est¨¢ permeando ya la sensaci¨®n de que hablamos en presente, no en futuro. De que no solo va de osos polares e ice?bergs que se desprenden de Groenlandia o la Ant¨¢rtida, sino de almendros, playas cercanas, r¨¦cords de calor, lluvias torrenciales, cosechas poco productivas, visitas frecuentes al hospital o una ma?riscada deslavazada. Debemos aprovechar estas ventanas al futuro para activar algunos de los resortes que tenemos atrancados, por?que de momento son eso: ojos de buey que nos permiten atisbar lo que podr¨ªa pasar, pero que en poco tiempo podr¨ªan convertirse en un paisaje del que no podremos escapar.
Nuestro cerebro, adem¨¢s, se ha quedado un poco antiguo. Es normal, dado que tiene m¨¢s de doscientos mil a?os y evolucion¨® en un ambiente completamente distinto a la vida moderna. Acostumbrado a reaccionar frente a amenazas inmediatas (un le¨®n en la sabana, un desprendimiento de rocas, una lucha en la tribu), se ha visto superado por una amenaza tan lenta y difusa como es el calentamiento global. No le basta con lo que ve, ni siquiera con lo que sabe, porque de momento no se enfrenta a nada de lo que huir, y nada hace peligrar nuestra vida a corto plazo. As¨ª que nues?tro cerebro se desentiende; ?para qu¨¦ preocuparse?
En muchas conferencias, cuando formulo la pregunta de ??Por qu¨¦ hemos tardado tanto en reaccionar??, pongo una imagen de un cerebro en vez del logo de una empresa petrolera. Porque tene?mos el enemigo dentro. La pregunta es si podemos vencerlo. Si podemos contarle el cambio clim¨¢tico a nuestro cerebro de forma que se entere, de una vez por todas, de cu¨¢n grave es la situaci¨®n.
No lo hemos contado bien
Recuerdo perfectamente el d¨ªa en el que decid¨ª dedicar mis es?fuerzos a divulgar el cambio clim¨¢tico. Era 2014 y yo estaba en una sala algo cutre pero atestada de personalidades cient¨ªficas y pol¨ª?ticas, adem¨¢s de algunos estudiantes universitarios. Asist¨ªamos a un simposio sobre el calentamiento global, en el que despu¨¦s de las bienvenidas de tr¨¢mite, algunos bostezos ma?aneros y el caf¨¦ aguado del catering hab¨ªa un par de charlas particularmente inte?resantes, impartidas por cient¨ªficos de primer nivel. La jornada transcurri¨® de una forma previsible y me result¨® aburrida porque no escuch¨¦ nada nuevo o rompedor. Sin embargo, no fue esa falta de inter¨¦s la que me impuls¨® a replantearme c¨®mo est¨¢bamos comunicando el cambio clim¨¢tico.
A media ma?ana, uno de los ponentes estaba desgranando los escenarios futuros que se derivan del aumento de emisiones de gases de efecto invernadero, lig¨¢ndolos con otras manifestaciones del cambio global. Mientras explicaba una diapositiva tremenda?mente compleja y abigarrada, se dio la vuelta y exclam¨®: ???Por qu¨¦ la gente no lo ve?! ??Acaso no se dan cuenta de lo peligroso y acuciante que es esto?!?.
Aquel cient¨ªfico ¡ªde unos sesenta a?os, con muchos galardo?nes y uno de los mayores expertos europeos en la materia¡ª es?taba se?alando, aun sin saberlo, uno de los puntos clave del por?qu¨¦ de nuestra inacci¨®n. Para ¨¦l, todos aquellos n¨²meros, figuras y gr¨¢ficos no necesitaban traducci¨®n ni explicaci¨®n alguna. Con?taban una historia que ¨¦l era capaz de leer con claridad. Ve¨ªa sin problema las se?ales de alarma, los caminos futuros, las implica?ciones. Sin embargo, para la inmensa mayor¨ªa de la gente, poco dice ?cuatrocientas diez partes por mill¨®n de CO2? (?eso es mu?cho o poco?) o ?aumento de la temperatura de 2 ¡ãC? (en serio, ?eso es mucho o poco?, si, total, si un d¨ªa pasamos de 26 ¡ãC a 28 ¡ãC ni se nota¡) o ?deshielo del permafrost e inestabilizaci¨®n de los clatratos de metano? (?el qu¨¦?).
Lo primero que necesitamos, y lo que entend¨ª ese d¨ªa, es traducir los datos cient¨ªficos a una realidad tangible. Explicar qu¨¦ signifi?can los 2 ¡ãC de aumento para nosotros, en nuestros pueblos y ciu?dades, en nuestro d¨ªa a d¨ªa. Explicar por qu¨¦ un aumento de unas pocas partes por mill¨®n es relevante (?piensa que apenas hacen falta unos miligramos de algunos venenos para que estos sean letales!), y que hay procesos, como el deshielo del permafrost (el suelo per?manentemente helado de Siberia), que pueden hacer que perdamos el control del camino por el que transitar¨¢ el calentamiento global.
El cambio clim¨¢tico es una historia humana hasta la m¨¦dula, quiz¨¢ la m¨¢s apasionante del mundo, y la hemos contado como si fuera un prospecto de medicamento. De una forma as¨¦ptica, fr¨ªa, alejada de nuestra cotidianidad. Sin principio y sin final, sin per?sonajes. Y eso ha sido un error grav¨ªsimo. O conectamos los gr¨¢?ficos e informes con nuestras emociones (?c¨®mo nos hace sentir todo esto?) o estamos condenados a que se mantenga en un ¨¢m?bito cient¨ªfico, aislado, en un reducto de invisibilidad social.
Explicarlo es importante y, sin embargo, no lo es todo. Seguro que has escuchado a Greta Thunberg cuando interpela a los pol¨ª?ticos con su famosa frase: ??Escuchad a los cient¨ªficos!?. Bien, pues tengo una mala noticia: la mayor parte de los pol¨ªticos escu?chan a los cient¨ªficos, lo que pasa es que no siempre les entienden y que, aunque les entiendan, eso no implica que act¨²en. Si bien es cierto que poco a poco hay responsables p¨²blicos cada vez m¨¢s sensibilizados y conscientes del problema, y tambi¨¦n cient¨ªficos que cuentan mejor de qu¨¦ va todo esto, a¨²n no es suficiente.
El esquema al que est¨¢ apelando constantemente Thunberg para romper la inacci¨®n clim¨¢tica es lo que se conoce como ?hip¨®tesis del d¨¦ficit de informaci¨®n?. B¨¢sicamente, considera a las personas como vasijas vac¨ªas que, una vez llenadas con el conocimiento ne?cesario, act¨²an de forma correcta. Lamentablemente, este enfoque hace a?os que fue descartado como causa primaria de la inacci¨®n, no solo frente al cambio clim¨¢tico, sino en muchos otros ¨¢mbitos. El tabaquismo es un ejemplo muy utilizado: ?por qu¨¦ la gente sigue fumando, si est¨¢ claro que es extremadamente nocivo y les puede causar enfermedades grav¨ªsimas e incluso la muerte? Tenemos el conocimiento y, sin embargo, no actuamos en consecuencia. Esto mismo pasa con el calentamiento global, y nadie lo sabe mejor que el activista medioambiental Bill McKibben. En 1989 escribi¨® el que posiblemente es el primer libro de divulgaci¨®n ambiental so?bre cambio clim¨¢tico (The End of Nature) y, pese a esperar una reacci¨®n inmediata de la ciudadan¨ªa y los lectores, aquello nunca sucedi¨®. Apenas tuvo trascendencia m¨¢s all¨¢ de ciertos c¨ªrculos.
Incluso aunque traslademos el cambio clim¨¢tico a un marco narrativo cercano, lo dotemos de una historia y traduzcamos los datos para no aguijonear a quien nos escucha o lee con datos en fr¨ªo, la vasija debe estar en condiciones para ser capaz de recibir e interiorizar ese conocimiento. El sistema educativo actual en muchos pa¨ªses, pero especialmente en Espa?a, no presta la sufi?ciente atenci¨®n a la ciencia y permite ¡ªe incluso incentiva¡ª su abandono temprano, libr¨¢ndose as¨ª los alumnos del calvario que suponen las asignaturas cient¨ªficas. La realidad, sin embargo, es que nos faltan herramientas matem¨¢ticas para comprender la mag?nitud de los n¨²meros que manejamos, bases f¨ªsicas y qu¨ªmicas para interpretar la realidad atmosf¨¦rica, conocimientos clave para apre?ciar la singularidad de los ecosistemas y su interconexi¨®n con nuestra vida. La posibilidad, que muchos alumnos escogen cada a?o, de desvincularse completamente de cualquier ense?anza cien?t¨ªfica (mientras a la inversa, afortunadamente, no es posible en la misma medida, puesto que las humanidades son tambi¨¦n impres?cindibles para afrontar la emergencia clim¨¢tica y devenir un ciudadano cr¨ªtico) es un lastre tremendo a la hora de llenar las vasijas, dada la multitud de agujeros conceptuales que esto provoca. Ello, por supuesto, no tiene implicaciones ¨²nicamente sobre el cambio clim¨¢tico, sino que nos convierte en ciudadanos m¨¢s cr¨¦dulos, ma?nipulables y susceptibles de caer en estafas. Nos hace vulnerables a las cremas cosm¨¦ticas que prometen resultados imposibles, a las dietas milagro que ponen en peligro nuestra salud o a los produc?tos financieros enga?osos con la letra demasiado peque?a.
Otra forma en que deber¨ªamos reforzar esa vasija es mediante la educaci¨®n ambiental. Como quien calafatea un barco, la edu?caci¨®n ambiental tiene un enorme potencial de aumentar nuestra capacidad de surcar la realidad clim¨¢tica. Y quiz¨¢s pienses que eso es para ni?os, que es ?lo de reciclar?. Nada m¨¢s lejos de la reali?dad. Ante las propuestas de crear una asignatura de educaci¨®n ambiental nos debemos posicionar radicalmente en contra. Re?sultar¨ªa contraproducente constre?ir lo que deber¨ªa impregnar toda la ense?anza a un mero bloque de horas lectivas. Por el con?trario, deber¨ªa ser una constante en el curr¨ªculo, y no un ??d¨®nde est¨¢ Wally?? permanente, conform¨¢ndonos con las migajas de una simple anotaci¨®n al margen en las asignaturas ?de verdad?. Si el cambio clim¨¢tico lo cambia todo, como se?ala Naomi Klein, que cambie tambi¨¦n la educaci¨®n. Integremos la educaci¨®n am?biental en las redacciones de ingl¨¦s, en los problemas de matem¨¢?ticas, en los an¨¢lisis hist¨®ricos, en la pl¨¢stica y la gimnasia.
Que Thunberg se equivoque en este asunto y aplique un enfoque obsoleto, como muchos otros nos equivocamos y tropezamos an?tes, no significa que no d¨¦ en el clavo en otras cuestiones. Quiz¨¢s el s¨ªndrome de Asperger que padece, y que como ella misma ad?mite abiertamente le hace verlo todo blanco o negro, le facilite la toma de decisiones. Una vez que conoce el problema, considera inconcebible no actuar. Le basta con la informaci¨®n. Sin embargo, la mayor¨ªa de los seres humanos no actuamos as¨ª. Aunque los cient¨ªficos nos cuenten el cambio clim¨¢tico de forma impecable, y aun disponiendo de una vasija impermeable, hay m¨¢s fuerzas en juego que el mero conocimiento.
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'Y ahora yo qu¨¦ hago'
Autor: Andreu Escriv¨¢
Editorial: Capit¨¢n Swing. 2020
Formato: Tapa blando o bolsillo. 168 p¨¢ginas
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