Cuando el aburrimiento les golpee, entr¨¦guense a ¨¦l
El confinamiento ha hecho que ni?os y padres experimenten un aburrimiento para el que el mundo no los ha preparado en absoluto
No parece ser un secreto para nadie que Lev Tolstoi afirm¨® que ¡°todas las familias felices se parecen entre s¨ª y las infelices son desgraciadas cada una a su manera¡±; pero el hecho es que, al menos desde el comienzo de la pandemia, tambi¨¦n las familias infelices se parecen entre s¨ª, en especial las que tienen ni?os: vigilar su uso de los tel¨¦fonos que se han vuelto su ¨²nica conexi¨®n con el mundo exterior, procurar mantenerlos entretenidos, potenciar de alguna manera sus habilidades y disimular el malestar mientras, en el mejor de los casos, se intenta teletrabajar se han convertido en la rutina de unos padres cuya propia percepci¨®n de una supuesta falta de est¨ªmulos ha arrojado a los brazos de la reforma hogare?a, el consumo de teleseries, los juguetes sexuales y los tutoriales de YouTube.
A m¨¢s tardar desde el comienzo de la seguidilla de confinamientos totales y parciales de estos meses, ni?os y padres experimentan un aburrimiento para el que un mundo articulado sobre la premisa de que siempre tendr¨ªan algo con lo que entretenerse (si pod¨ªan pagarlo) no los ha preparado en absoluto. Y sin embargo, el aburrimiento parece no carecer de ventajas, como sostienen los expertos; significativamente, adem¨¢s, recorre como una l¨ªnea de sombra la totalidad del pensamiento contempor¨¢neo. As¨ª, la cancelaci¨®n en 2010 de un congreso acerca de ¡°lo interesante¡± condujo (l¨®gicamente) a que sus responsables crearan un congreso sobre ¡°lo aburrido¡±; diez a?os despu¨¦s de su creaci¨®n, el congreso cuenta con un amplio archivo de intervenciones, las m¨¢s recientes acerca del aburrimiento derivado de ver el nuevo f¨²tbol sin espectadores en las gradas, escuchar durante horas el sonido de una m¨¢quina expendedora o ver ciertos programas de la televisi¨®n brit¨¢nica.
Ya a comienzos del siglo XX el escritor brit¨¢nico George Bernard Shaw observ¨® que ¡°la conversaci¨®n p¨²blica ser¨ªa un remedio excepcional contra el insomnio si las personas se habituaran a hablar en voz m¨¢s baja¡±. Antes incluso, S?ren Kierkegaard, Immanuel Kant y Friedrich Nietzsche creyeron ver en el aburrimiento de Dios la causa de la Creaci¨®n, y en el de Eva, su ¡°tentaci¨®n¡±, y tambi¨¦n escribieron sobre ¨¦l Ren¨¦ Descartes, Arthur Schopenhauer, Sigmund Freud, Martin Heidegger y Theodor Adorno. Un ¡°acontecimiento ¨²nico, que siempre se repite¡± (la frase es del escritor argentino Rodolfo Enrique Fogwill) regresaba as¨ª una y otra vez a la primera l¨ªnea de batalla de la filosof¨ªa al tiempo que se convert¨ªa en algo de lo que todos preferimos no hablar: como record¨® la fil¨®sofa argentina Diana Cohen Agrest en un ensayo espl¨¦ndido, el aburrimiento aburre.
Pero ver a ¡°gente interesante hablando de cosas aburridas¡±, como proponen los responsables de The Boring Conference, puede no ser aburrido, o serlo de una manera excepcionalmente interesante. Bouvard y P¨¦cuchet, los poemas del spleen de Charles Baudelaire, el William Lovell del rom¨¢ntico alem¨¢n Ludwig Tieck, la exhaustividad de los libros de George Perec, la tensa espera en la obra de Samuel Beckett, la renuncia a la acci¨®n narrativa del Nouveau Roman, los libros de William Gaddis y David Foster Wallace, La identidad de Milan Kundera, El libro del desasosiego de Fernando Pessoa, Perfect Tense de Michael Bracewell, Ampliaci¨®n del campo de batalla de Michel Houellebecq y la excepcional tradici¨®n latinoamericana de vaciamiento de la forma novel¨ªstica que va desde El libro vac¨ªo de Josefina Vicens a La novela luminosa de Mario Levrero, entre otros, constituyen intentos parciales pero extraordinarios de responder a la pregunta en torno a qu¨¦ sucede cuando no sucede nada o parece que no sucede nada.
¡°Ella dijo que nunca nos aburr¨ªamos / Porque nunca fuimos aburridos¡±, cant¨® Neil Tennant en una de las canciones m¨¢s famosas de Pet Shop Boys (Being Boring) citando de paso a Francis Scott Fitzgerald. De acuerdo con una lista permanentemente actualizada en GoodReads, los libros m¨¢s aburridos de la historia son La rebeli¨®n de Atlas de Ayn Rand, El guardi¨¢n entre el centeno de Jerome David Salinger, Moby Dick, El viejo y el mar de Ernest Hemingway, Cumbres borrascosas y La Biblia, as¨ª como Crep¨²sculo de Stephenie Meyer, Come, reza, ama de Elizabeth Gilbert y Cincuenta sombras de Grey de E. L. James. No parece que este juicio tenga mucho que ver con la importancia y/o la calidad (dispar) de estas obras, sino con la mezcla de lecturas curriculares y bestsellers en la cabeza de los usuarios de esta red social. Quiz¨¢s todo lo que suceda es que, a diferencia de lo que canta Tennant, se aburren porque son aburridos; pero, de fondo, lo que la disparidad de la lista pone de manifiesto es la imposibilidad de acceder a los libros sin claves que contribuyan a definir su valor, as¨ª como el tipo de confusiones que presiden la recepci¨®n m¨¢s reciente de la literatura, el cine y casi cualquier otro producto de las industrias culturales.
Al desertar de la tarea de contribuir a la discusi¨®n p¨²blica para centrarse casi exclusivamente en el rendimiento econ¨®mico en nombre de ¡°la situaci¨®n¡± (como ejemplifican muchas de las novedades editoriales de este trimestre), las industrias culturales supeditan sus productos a la validaci¨®n de una l¨®gica err¨®nea de acuerdo con la cual algo ser¨ªa bueno s¨®lo porque muchas personas lo compran. De manera m¨¢s profunda, lo que hacen es revelar su verdadera naturaleza, la de unas industrias que comercializan sus productos como novedades pero los escogen y modifican para que carezcan de novedad, para que sean exactamente iguales a productos que ya han funcionado: otros libros del mismo autor, alguna de las tendencias de moda, un g¨¦nero, cualquier cosa que haga posible identificar el producto por parte de unos consumidores que deben lidiar con la contradicci¨®n inherente a querer consumir una y otra vez lo mismo y, a la vez, no aburrirse. Como en Candy Crush y otros videojuegos similares que la pandemia ha popularizado hasta niveles dif¨ªciles de imaginar, la dificultad puede ser creciente, pero, pantalla tras pantalla, el juego siempre es el mismo.
Unos a?os atr¨¢s, en 2013, el ensayista y poeta mexicano Luigi Amara fund¨® con algunos amigos La Internacional Bostezante, un programa, en sus palabras, ¡°de ascendencia punk¡± que pretend¨ªa ¡°irrumpir en el fastidio de lo cotidiano con arrogancia, como una arcada hiperb¨®lica¡±. La Internacional Bostezante surgi¨® del clima de frustraci¨®n y pesimismo resultado del fracaso de los proyectos de transformaci¨®n social de las d¨¦cadas de 1960 y 1970 y su reemplazo por la promesa de est¨ªmulos m¨¢s y m¨¢s ¡°interesantes¡± en el marco del capitalismo tard¨ªo. En La escuela del aburrimiento, Amara diagnostica que ¡°el trabajo est¨¢ por encima del ocio, el entretenimiento por encima de la contemplaci¨®n, el estruendo por encima del silencio. Y todo porque cada vez estamos menos capacitados para soportarnos a nosotros mismos¡±. Como afirm¨® el ensayista espa?ol Santiago Alba Rico, ¡°el capitalismo proh¨ªbe b¨¢sicamente dos cosas. Una es el regalo. La otra el aburrimiento¡±.
¡°Todos los padres conocemos la angustia de un ni?o aburrido¡±, escribi¨® Alba Rico. ¡°No hay nada m¨¢s tr¨¢gico que este descubrimiento del tiempo puro, pero quiz¨¢s tampoco nada m¨¢s formativo¡±, afirm¨®. Y resulta dif¨ªcil no pensar que quiz¨¢s este sea el mejor regalo que los padres puedan hacerle a sus hijos en este momento, la recuperaci¨®n del tiempo disponible como un horizonte repleto de posibilidades, incluso de la posibilidad de que en el aburrimiento se forje la resistencia a la dificultad de imaginar un futuro (si no mejor, al menos) no tan malo como el presente, que nos embarga en la pandemia. ¡°Cuando el aburrimiento los golpee, entr¨¦guense a ¨¦l. Que los aplaste, que los sumerja, toquen fondo [¡]: mientras m¨¢s pronto toquen fondo, m¨¢s pronto volver¨¢n a flotar¡±, aconsej¨® el poeta ruso Joseph Brodsky a sus oyentes en su ¡°alabanza del aburrimiento¡±, uno de sus textos m¨¢s directos y provocadores.
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