G¨¦nero negro
No hay texto literario m¨¢s explosivo que las conversaciones literales del excomisario Villarejo en las cloacas pol¨ªticas
Lo que se pregunta ahora el aficionado a la literatura es a qu¨¦ g¨¦nero habr¨ªa que recurrir para contar los pozos negros de corrupci¨®n y verg¨¹enza que se atisban al leer las noticias diarias sobre las grabaciones, los enjuagues y los contactos inquietantes del excomisario Villarejo. El crimen, los bajos fondos, sus conexiones con las cloacas y con los pisos superiores del Estado forman un material espeso que ha sido tratado sobre todo por g¨¦neros literarios te¨®ricamente de segundo orden, la novela policial, la de esp¨ªas, o bien el reportaje de peri¨®dico, que por carecer de los escr¨²pulos y miramientos de la literatura disfruta enfang¨¢ndose en los peores muladares. ¡°Se escribe siempre misteriosamente cargado de cadenas¡±, dice Cioran. Los novelistas del XIX eran mucho menos cuidadosos que sus herederos del XX, por no hablar del XXI, y exploraban con una pasi¨®n ilimitada por la verdad y el detalle los asuntos m¨¢s s¨®rdidos, los reversos podridos de la magnificencia oficial. Balzac es como un reportero que no se detuviera ante nada. La arbitrariedad y la venalidad de la maquinaria solemne de la justicia las retrat¨® para siempre Charles Dickens en Casa desolada. Y nuestro Gald¨®s invent¨® personajes del submundo administrativo y pol¨ªtico como el Juan Bragas de Pipa¨®n de la Segunda serie de los Episodios, y el polic¨ªa de apodo Sebo que aparece y desaparece en las dos ¨²ltimas series.
Las tareas clandestinas que cumplen estos individuos suelen ser variaciones de lo mismo: esconder errores y mentiras, proteger a los que mandan, perseguir a los inocentes, aplastar a los d¨¦biles, asegurar los privilegios y los caprichos de los que lo tienen todo. En el XIX la novela todav¨ªa estaba muy cerca de su origen plebeyo, de los folletines por entregas que trataban de cr¨ªmenes y de venganzas de hijos del pueblo ascendidos a la riqueza, como el Edmond Dant¨¨s de Dumas. Todav¨ªa en Ulises est¨¢ la vulgaridad jubilosa y la pringue de la vida popular. Pero la novela modernista se fue dignificando y refinando, y las historias comunes, los cr¨ªmenes, la crudeza del panfleto pol¨ªtico quedaron para otros g¨¦neros, para las cr¨®nicas de sucesos de los peri¨®dicos, y para una cierta corriente de la novela policial y la novela de esp¨ªas. Es extra?o que cuando se recuerda la maestr¨ªa de la Cosecha roja, de Dashiell Hammett, no se insista m¨¢s en que es una novela social contenida en una novela de g¨¦nero: de lo que trata no es de un detective solitario y rom¨¢ntico, un caballero andante a la manera de Philip Marlowe, sino de las maquinaciones de una gran empresa que contrata a una agencia de detectives privados para sabotear la huelga de sus trabajadores. Mucho antes de que las investigaciones de los peri¨®dicos y la filtraci¨®n de los papeles del Pent¨¢gono lo hicieran p¨²blico, Graham Greene hab¨ªa dibujado con asombrosa exactitud, en El americano tranquilo, que se public¨® en 1955, las maniobras clandestinas de Estados Unidos en Vietnam. Cuando los literatos literarios quieren mostrar su compromiso pol¨ªtico se vuelven teorizadores o predicadores insufribles. Las grandes novelas pol¨ªticas de nuestro tiempo que a m¨ª me apasionan las han escrito maestros de la literatura de g¨¦nero como John le Carr¨¦ y Don Winslow.
Por un prejuicio tan injusto como cualquier otro yo dej¨¦ durante a?os de leer a Le Carr¨¦. Hab¨ªa sido un lector incondicional de sus novelas de la Guerra Fr¨ªa, los mundos neblinosos de George Smiley, el muro de Berl¨ªn, la sombra del manipulador invisible del KGB que ten¨ªa el nombre cifrado de Karla. Que de pronto hiciera sol y calor en las novelas de John le Carr¨¦ me apartaba de ellas: que hubiera abandonado aquel territorio conocido y confortable para sus incondicionales y se aventurase en otras geograf¨ªas, en tramas de terrorismo internacional, blanqueo de capitales, negocios corruptos de escala global. Nadie est¨¢ siempre a la altura de lo mejor de s¨ª mismo. John le Carr¨¦ habr¨¢ escrito novelas menos logradas que otras, y quiz¨¢s en alg¨²n momento, como cualquier persona con sentido de la justicia, se habr¨¢ dejado llevar por la ira y por el deseo de denuncia m¨¢s que por su inspiraci¨®n de novelista. Pero en los ¨²ltimos tiempos yo he le¨ªdo algunas de sus novelas de hace 10 o 15 a?os y he recobrado y fortalecido la admiraci¨®n que siempre tuve por ¨¦l. Frase por frase, su prosa es de una calidad infalible. Tiene el don del adjetivo revelador y exacto, de la observaci¨®n precisa de un gesto, de un matiz del habla. Tiene un talento sofisticado para urdir tramas que progresan sin respiro hacia desenlaces en los que la sorpresa siempre es menos poderosa que la desolaci¨®n. De lo que tratan las novelas de John le Carr¨¦ que yo he ido leyendo sin orden desde hace dos o tres a?os es del horror universal de la injusticia, del abuso del poder de los Estados y la oscuridad de sus cloacas, del despotismo sin regulaciones ni fronteras de los se?ores del dinero y los due?os del mundo.
Pero c¨®mo contar a este otro esp¨ªa, Villarejo, el de la grabadora siempre oculta y en marcha, el de la gorra sobre las cejas y la carpeta delante de la cara, el de la chaqueta ajustada, el del habla ¨¢spera espa?ola, propensa al taco y al mote, el confidente de periodistas con mucho cartel pol¨ªtico y presentadoras elegantes de chisme social, el que se ensucia para hacer servicios a gente encopetada que luego finge no conocerlo, el que igual puede descender a las celdas mal ventiladas de las comisar¨ªas que tratar con esas damas que poseen los secretos sexuales de un rey o que dise?ar una estrategia entre astucia pol¨ªtica y crudo chantaje para que un cierto magistrado y no otro ocupe un alto asiento en la administraci¨®n de la justicia. C¨®mo ser¨¢ una novela que incluya a un cura con placa y pistola de polic¨ªa o un sicario que se presenta vestido de cura a la hora de la cena; o en la que los apodos de los personajes sean el Gordo, la Rubia, el Barbas, el Bigotes, el Asturiano; qu¨¦ novelista tendr¨¢ la mezcla de buen o¨ªdo e inventiva verbal para recrear el lenguaje canalla de esas grabaciones.
Valle-Incl¨¢n logr¨® algo parecido, en Luces de bohemia y en los esperpentos. Pero la literatura, al apropiarse de un lenguaje degradado, lo ennoblece, y por lo tanto lo falsifica hasta cierto punto. Hay que dejar las cosas tal como son. No hay texto literario m¨¢s explosivo que las conversaciones literales del excomisario Villarejo en las cloacas del Partido Popular y de la vida pol¨ªtica espa?ola.
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