La herida sobre el labio
La devastaci¨®n verbal sucede en esas calles anegadas de sangre, pero en el susurro de los libros se preserva otra Venezuela
En 1997 viajaba entre Salamanca y Madrid. A mi lado se encontraba el poeta Eugenio Montejo, y al hilo de la conversaci¨®n que manten¨ªamos, murmur¨®: ¡°El lenguaje en Venezuela se est¨¢ deteriorando: estamos a las puertas de una gran cat¨¢strofe¡±. En ese momento era imposible atisbar el ¨¦xito electoral del chavismo. Supuse que Montejo hablaba de manera metaf¨®rica, pero en poco tiempo el pa¨ªs inici¨® una de sus pesadillas m¨¢s oscuras, una noche poblada por monta?as de verborrea guerrerista, homicida. El chavismo irrumpi¨® en la escena pol¨ªtica como enfermedad del lenguaje. Palabras cuartelarias, modos imperativos, amenazas de fre¨ªr en aceite a los adversarios pol¨ªticos, recuperaci¨®n de la discursividad militar decimon¨®nica, desprecio a la capacidad de s¨ªntesis.
Pero en aquel 1997 no pod¨ªamos saberlo; pese a lo cual Montejo insisti¨®: ¡°Viene una gran tragedia; se nota en las palabras. Ya lo advirti¨® Rafaelito¡±, dijo se?alando en el asiento delantero a Rafael Cadenas.
En efecto, Cadenas hab¨ªa publicado en 1984 En torno al lenguaje, ensayo en el que expresaba su preocupaci¨®n por el deterioro de un mundo verbal que perd¨ªa fuerza, efectividad, lucidez; un libro del que rescato frases que pueden ser una foto inversa de lo que aguardaba en el terrible futuro: no ser excesivamente afirmativo, no estar demasiado seguro, no abroquelarse tras una idea, precondici¨®n de la receptividad y del inquirir al lenguaje. Lo opuesto precisamente al fanatismo.
El chavismo se revel¨® como lenguaje de la certeza y la afirmaci¨®n. Desde la boca del caudillo todav¨ªa es posible explicar la totalidad del mundo. No hay tema desconocido, no hay posibilidad de error o espacio para la duda. Tanto es as¨ª que ni la muerte del ¡°Comandante eterno¡± logr¨® silenciarlo. Desde esa siniestra pintura de sus ojos que decora las paredes de las ciudades; desde el hocico vacilante de su heredero pol¨ªtico, el gran l¨ªder sigue hablando, sigue pontificando y vigila que sus sangrientas palabras se cumplan. Hablo de una neolengua orwelliana que en su insufrible cursiler¨ªa se ha extendido m¨¢s all¨¢ de las fronteras, como cuando un oscuro pol¨ªtico espa?ol balbuce¨®: ¡°He amanecido con un Orinoco triste pase¨¢ndose por mis ojos¡ Fuerza Hugo. Aguanta para ayudarnos a quitarnos este miedo de la soledad de cien a?os¡±. Una palabra irrebatible manifestada en ese programa de televisi¨®n donde el Comandante explic¨® durante mucho rato las conjugaciones del verbo ¡°adquerir¡± (sic), antes de que alguno de sus colaboradores se atreviese a corregir su error.
Lo fundamental es que puede hablarse de una calidad prof¨¦tica en la que poetas venezolanos intuyeron la barbarie que nos acechaba, pero tambi¨¦n del modo en que una palabra fresca, profunda, se ha preservado dentro de su escritura. Porque no refiero tan s¨®lo la actitud ciudadana, en la que los escritores han mantenido de modo mayoritario una confrontaci¨®n ¨¦tica contra el r¨¦gimen (incluso los aturdidos apoyos iniciales que obtuvo el militar se fueron vaciando en pocos a?os), sino del modo en que persiste una literatura venezolana que desde una alta exigencia est¨¦tica protege y cuida el sabor de esa palabra que profundiza en una realidad desoladora hasta transformarla en aventura de la inteligencia, del resplandor.
Hay un pa¨ªs distinto que puede leerse en la narrativa de Alberto Barrera Tyszka, Rodrigo Blanco Calder¨®n, Karina Sainz Borgo, Miguel Gomes, Ana Teresa Torres, Rubi Guerra, Juan Carlos Chirinos, Slavko Zupcic, Israel Centeno, Silda Cordoliani, Victoria de Stefano, Quintero, Mario Morenza, Lena Yau, Marcos Tarre Brice?o y Jos¨¦ Balza. Hay un fulgor de adolorida belleza que podemos encontrar en los poemas de Rafael Cadenas, Carmen Verde Arocha, Leonardo Padr¨®n, Santos L¨®pez, Igor Barreto, Luis Enrique P¨¦rez Oramas, Patricia Guzm¨¢n, Blanca Strepponi, Oriette D¡¯Angelo, M¨¢rgara Russotto y Yolanda Pantin.
La devastaci¨®n venezolana es una evidencia. No s¨®lo los asesinatos y las torturas acreditadas por el reciente informe de la ONU, sino la debacle econ¨®mica que incluye sueldos de tres d¨®lares al mes, la persecuci¨®n de pueblos ind¨ªgenas, el arrasamiento del arco minero en el Amazonas. Y por supuesto, la exaltaci¨®n de un lenguaje excrementicio como lo defini¨® con precisi¨®n Roberto Bola?o. Pero la lumbre de otra palabra contin¨²a all¨ª; en las manos sencillas, casi silenciosas de muchos escritores. Chispazos, sabores irrepetibles, texturas, sonidos perturbadores y musicales, imaginaciones desbordadas. La devastaci¨®n verbal sucede en esas calles anegadas de dolor y sangre, pero en el susurro de los libros se preserva otra Venezuela: reflexiva, emp¨¢tica, bellamente ¨¢spera. Ya lo dijo Octavio Paz: ¡°A una sociedad escindida corresponde una poes¨ªa en rebeli¨®n¡±.
La literatura no salva, pero al menos alivia. Por eso, al leer y releer en busca del pa¨ªs extraviado, resulta imposible no estremecerse cuando escribe Yolanda Pantin (premio Federico Garc¨ªa Lorca 2020): ¡°Usted tiene que obedecerme, le dijo la madre al ni?o / ¡ Yo miraba todo y sent¨ªa / la herida sobre el labio que ahora sangra¡±.
Juan Carlos M¨¦ndez Gu¨¦dez es escritor venezolano. Autor de ¡®La diosa de agua¡¯.
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