En el imperio del terror

Poco importa que el omnipresente jefe que se esconde detr¨¢s de la magn¨ªfica The Assistant sea una sombra de Harvey Weinstein, el excapo de Miramax y el principal inculpado en la ci¨¦naga que destap¨® el movimiento MeToo. Aunque la pel¨ªcula de la australiana Kitty Green no deje lugar a dudas, su intenci¨®n va m¨¢s all¨¢ de un solo nombre. Su monstruo, siempre fuera de campo, siempre grosero y amenazante, est¨¢ agazapado entre la mancha de un sof¨¢ y un grito maleducado, entre un correo electr¨®nico urgente y la butaca vac¨ªa de un despacho que no representa a una sola persona sino a un terror sist¨¦mico. Sin un subrayado, minimalista y contundente, la pel¨ªcula mantiene su tensi¨®n de principio a fin para mostrar un h¨¢bitat en el que todos miran para otro lado o incluso se justifican a s¨ª mismos con nerviosas bromas frente a las evidencias de abusos sexuales de su jefe. Unos abusos que se extienden como la lava hacia los que viven atemorizados a perder sus trabajos. Porque en The Assistant hay muchos tipos de violaciones y la directora, con calculado respeto hacia las verdaderas v¨ªctimas, deja la peor parte a la imaginaci¨®n del espectador.

La pel¨ªcula transcurre en una sola jornada de trabajo. En el arranque, su personaje principal, una asistente aplicada y en apariencia na¨ªf interpretada por Julia Garner ¡ªla ganadora de dos premios Emmy por su trabajo en la serie Ozark confirma aqu¨ª su enorme talento¡ª, cruza en taxi Nueva York hasta llegar a su oficia en el barrio de Tribeca, una imagen nocturna de Manhattan que recuerda al c¨¦lebre logo de la compa?¨ªa Miramax. La oficina est¨¢ vac¨ªa, es lunes y ella es la primera en encender su ordenador.

Sus tareas incluyen recoger el despacho de su jefe, organizar sus viajes y comidas. La chica aspira a ser productora de cine y est¨¢ en el mejor sitio para llegar a serlo. Green nos presenta a este personaje observador y sensible a trav¨¦s de su silencio y de una puesta en escena que convierte la oficina en el centro de todo: sus mesas, tazas de caf¨¦, paredes, fotocopiadoras, clips y carpetas son testigos inertes. Todos los espacios y esa quietud pulcra recuerdan a las fotograf¨ªas de Philip-Lorca diCorcia y en alg¨²n momento a los cuadros de su maestro, Edward Hopper. Pero aqu¨ª la intenci¨®n no es transmitir belleza sino el fr¨ªo de un mecanismo c¨®mplice donde la eficacia, el servilismo y el miedo representan la delgada l¨ªnea que separa a un depredador de su siguiente bocado.