Suced¨¢neo de ¨®pera
Andrea Marcon dirige ¡®Giulio Cesare in Egitto¡¯, de Handel , en una anodina versi¨®n de concierto en el Auditorio Nacional
En el ¨²ltimo volumen de su pionera Historia General de la M¨²sica, Charles Burney se refiere a Giulio Cesare de Handel como ¡°una ¨®pera pr¨®diga en bellezas de diversos tipos, pero en las que tanto el compositor como los int¨¦rpretes parecen haber adquirido m¨¢s reputaci¨®n gracias a los recitativos que a las arias (...). Hay tres recitativos acompa?ados superiores a cualesquiera otros que yo haya visto en el resto de sus ¨®peras, o en cualesquiera ¨®peras de compositores contempor¨¢neos: se trata de la famosa Alma del gran Pompeo y Dall¡¯ondoso periglio, en las que Senesino alcanz¨® tanta reputaci¨®n como actor, adem¨¢s de cantante; y otra que es igualmente hermosa y pat¨¦tica, para Cuzzoni, Voi, che mie fide ancelle, que no se halla impresa¡±. Es curioso que Burney, aunque se refiera luego a algunas arias, parezca otorgar primac¨ªa a estos recitativos y relegue casi a un segundo plano al que se ha convertido en el momento m¨¢s famoso de la ¨®pera, el aria Pianger¨° la sorte mia, que califica poco despu¨¦s de ¡°verdaderamente pat¨¦tica¡± y escrita ¡°en un estilo en el que Handel estaba siempre casi seguro del ¨¦xito¡±.
Giulio Cesare in Egitto
M¨²sica de George Frideric Handel. Carlo Vistoli, Em?ke Bar¨¢th, Beth Taylor, Juan Sancho, Carlos Mena y Jos¨¦ Antonio L¨®pez, entre otros. La Cetra Barockorchester Basel. Director: Andrea Marcon. Auditorio Nacional, 24 de mayo.
La historia ha vuelto a repetirse en el Auditorio Nacional (Madrid), en una versi¨®n de concierto en la que con desigual acierto Andrea Marcon comanda a La Cetra, la orquesta barroca de Basilea. El aria del tercer acto de Cleopatra (un papel estrenado por la famosa soprano italiana Francesca Cuzzoni) fue quiz¨¢s el momento m¨¢s aclamado por un p¨²blico muy diferente del que suele acudir en Madrid a las ¨®peras del Teatro Real. Este del ciclo Universo Barroco, al alcance de cualquier bolsillo, tiene el aplauso f¨¢cil y fue calent¨¢ndose seg¨²n fue avanzando la tarde: hasta Va tacito e nascosto, un aria de Julio C¨¦sar al final del primer acto (Handel escribi¨® el papel a la medida del gran castrato Francesco Bernardi, conocido como Senesino por ser natural de Siena), no se decidi¨® a premiar a los int¨¦rpretes con los primeros aplausos espont¨¢neos de la velada, que pasaron a ser much¨ªsimo m¨¢s frecuentes en los actos segundo y tercero, donde se convirtieron casi en habituales.
Ofrecer una ¨®pera en versi¨®n de concierto es despojarla de pr¨¢cticamente la mitad de su ser. Es la acci¨®n dram¨¢tica (o c¨®mica) la que inspir¨® la m¨²sica, no viceversa, por lo que siempre se corre el peligro de que, sin la peripecia esc¨¦nica, la ¨®pera quede reducida a una avalancha de notas sin sentido ni contexto. Algo de esto pas¨® el domingo en el Auditorio Nacional, no solo por encontrarnos en una sala de conciertos, sino porque ni Andrea Marcon ni casi ninguno de sus solistas vocales acab¨® de insuflar a lo que all¨ª se toc¨® y se cant¨® un m¨ªnimo de credibilidad y teatralidad. Como no pod¨ªa ser de otra manera, Handel reserva la mejor m¨²sica para los dos protagonistas, cuyos int¨¦rpretes deben dominar registros muy diferentes a fin de hacer justicia a la riqueza psicol¨®gica de ambos.
C¨¦sar puede ser casi un fil¨®sofo cuando contempla la urna con las cenizas de la cabeza de Pompeyo (el recitativo acompa?ado del primer acto que tanto admiraba Burney, en la ins¨®lita tonalidad de Sol sostenido menor), un hombre de acci¨®n y un guerrero implacable (el aria Al lampo dell¡¯armi, que precedi¨® al intermedio en el Auditorio) y un amante tierno y sentimental (al comienzo del segundo acto y en su d¨²o con Cleopatra en la ¨²ltima escena de la ¨®pera), mientras que ella es una encantadora, decidida a utilizar a C¨¦sar en sus maquinaciones contra su hermano Tolomeo, y que se sabe capaz de seducir a cualquier hombre, impresion¨¢ndonos por igual por su fiereza (en forma de pirotecnias vocales) y por su extrema fragilidad y desamparo, llevados a su extremo en la citada aria Pianger¨° la sorte mia. A su lado, el resto de los personajes son casi arquet¨ªpicos: Cornelia es noble y comedida, Sexto un joven ardoroso, Tolomeo un egotista sin escr¨²pulos y Achillas un oportunista tampoco sin ning¨²n miramiento. Como en Madrid se ha interpretado la versi¨®n de 1725, en la que Handel introdujo diversos cambios, han desaparecido tanto el tribuno de Roma, Curio, como el confidente de los hermanos egipcios, Nireno, convertido en un personaje mudo.
El compositor incluye nada menos que cuatro trompas (con partes independientes) en los coros inicial y final, que anticipan futuros oratorios, y una de ellas tiene confiada una temible parte obbligato en el aria de C¨¦sar Va tacito e nascosto. Otro hallazgo t¨ªmbrico sensacional es la presencia de arpa y viola da gamba en la escena de seducci¨®n ¡ªcargada de un inequ¨ªvoco erotismo¡ª del comienzo del segundo acto, en la que el sonido de los violines se amortigua con el uso de la sordina. Sin embargo, todo ello nos lleg¨®, a su vez, amortiguado, desustanciado, y hubo demasiados momentos en los que la ausencia de escena durante las cuatro horas de concierto pes¨® como una losa. Andrea Marcon, mucho m¨¢s personal como instrumentista de tecla que como director, plante¨® por regla general tempi extremos: extremadamente r¨¢pidos (como en todas las arias de bravura) o decididamente lentos (en los momentos intimistas o melanc¨®licos, como en el aria Priva son d¡¯ogni conforto), sin apenas posibilidades intermedias. Cuando hubiera debido haberlas, como en el aria de Sesto L¡¯angue offeso mai riposa, un planteamiento apresurado impidi¨® percibir todos los matices del texto.
¡°El principal damnificado fue el texto del libreto, casi imposible de entender¡±
En las arias virtuos¨ªsticas de lucimiento, obligados a cantar a matacaballo, los cantantes hicieron lo que pudieron para no descoordinarse con respecto a la orquesta (que ten¨ªan, adem¨¢s, a su espalda), aunque el principal damnificado fue el texto del libreto, del que era casi imposible entender una sola palabra. Y los sobret¨ªtulos no pueden compensar esta carencia. La Cetra Barockorchester Basel ha causado una impresi¨®n muy desigual: los instrumentistas de cuerda, muy j¨®venes, no acaban de producir un sonido homog¨¦neo y conjuntado. Tampoco los oboes est¨¢n al nivel de los grandes grupos barrocos y la solista tuvo varias pifias en el recitativo acompa?ado Voi, che mie fide ancelle, del tercer acto. Mucho mejor todos los integrantes del continuo y el solista de trompa, que super¨® con nota el diab¨®lico solo escrito por Handel. El propio Marcon toc¨® el clave espont¨¢nea y casi siempre fugazmente tanto en arias como en recitativos.
Carlo Vistoli, en plena fase ascendente de su carrera, es un cantante con una inmensa facilidad para sortear las agilidades, tan bien ejecutadas como desprovistas de alma, y demostr¨® sentirse muy c¨®modo en el registro agudo. Tambi¨¦n tuvo sorprendentes incursiones en la zona grave en las cadencias, que tanto ¨¦l como sus compa?eros, al igual que el da capo de las arias, adornaron sistem¨¢ticamente y con profusi¨®n, aleccionados quiz¨¢, con objeto de otorgar coherencia al conjunto, por el propio Marcon. El canto del italiano tiene algo de mec¨¢nico, de externo, lo que no ayuda a caracterizar a un personaje tan complejo como Julio C¨¦sar. A su lado, Em?ke Bar¨¢th intent¨® insuflar m¨¢s teatralidad en Cleopatra, como en Tutto pu¨° donna vezzosa, aunque su confusa dicci¨®n italiana fue otro lastre constante a lo largo de toda la tarde. Cant¨® muy bien ese prodigio que es V¡¯adoro, pupille, en la que Handel infringe todas las reglas al introducir un breve recitativo de Julio C¨¦sar antes de la llegada del da capo: tal es la uni¨®n que quiere transmitir entre los dos amantes. En Pianger¨° la sorte mia confirm¨® que sabe comunicar m¨¢s y mejor en los pasajes lentos que en la secci¨®n contrastante central, donde se echaron en falta mayores fuerza y dramatismo.
El siempre fiable Carlos Mena no tuvo su mejor tarde y a su Tolomeo le faltaron empaque y autoridad, aunque nunca musicalidad y buena l¨ªnea de canto. Reserv¨® lo mejor para un aria del segundo acto, Dal mio brando si veda umiliata, uno de los a?adidos de la versi¨®n de 1725, aunque volvi¨® a mostrar extra?as debilidades poco despu¨¦s, en Domer¨° la tua fierezza. Juan Sancho fue un Sesto insulso y poco relevante, mientras que Jos¨¦ Antonio L¨®pez s¨ª que sac¨® todo el partido y derroch¨® autoridad en sus contadas intervenciones como Achillas. Quiz¨¢s la m¨¢s handeliana de todos, y quien dibuj¨® mejor su personaje, fue Beth Taylor, que result¨® muy convincente como una noble Cornelia. L¨¢stima que su atractivo timbre oscuro no se viera acompa?ado de una mayor uniformidad din¨¢mica en todas las notas.
¡°El momento m¨¢s emocionante lo protagoniz¨® la extraordinaria violinista Eva Saladin¡±
El p¨²blico repar¨® en las virtudes de la joven cantante escocesa y premi¨® la que fue probablemente su mejor intervenci¨®n: el aria del segundo acto Cessa omai di sospirare. Curiosamente, el momento m¨¢s emocionante y recordable de la tarde lo protagoniz¨® la concertino del grupo instrumental, la extraordinaria violinista Eva Saladin, que llen¨® de expresividad su solo del aria Se in fiorito ameno prato, empa?ado ¨²nicamente por un perceptible problema de afinaci¨®n en los arpegios sobre varias cuerdas que improvis¨® antes del comienzo del da capo. El contraste entre sus notas y su articulaci¨®n, llenas de veracidad, y las agilidades mucho m¨¢s mec¨¢nicas de Carlo Vistoli en el aria, fue revelador de la diferencia que existe entre un tropel de notas bien ejecutadas, pero notas, sonidos, al fin y al cabo, y un n¨²mero reducido de notas impregnadas de sentido y sensibilidad.
Cuando lo que deja mejor sabor de boca en una ¨®pera en versi¨®n de concierto es el acompa?amiento instrumental de uno solo de sus m¨¢s de 40 n¨²meros vocales, es que algo no ha funcionado. No fue el caso de la aqu¨ª rese?ada. Sin embargo, s¨ª la opini¨®n mayoritaria el domingo en el Auditorio Nacional, porque el p¨²blico all¨ª congregado aplaudi¨® larga y generosamente durante y despu¨¦s de este Giulio Cesare in Egitto en gran medida fallido, por aburrido, desequilibrado y, sobre todo, desligado de sus ra¨ªces teatrales. En los ¨²ltimos a?os hemos vivido en Madrid varias ¨®peras de Handel admirablemente servidas en lo esc¨¦nico y lo musical en el Teatro Real (Alcina, Rodelinda y se acerca dentro de unos meses una muy prometedora Partenope) y quiz¨¢ por ello este suced¨¢neo de ¨®pera, dirigida con m¨¢s entusiasmo que acierto, nos ha sabido a muy poco.
Babelia
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