Fran Lebowitz: ¡°Biden no es Roosevelt, pero por lo menos lo intenta¡±
La escritora, catapultada a la fama mundial gracias a una serie documental de Martin Scorsese, reedita sus viejos ensayos humor¨ªsticos en espa?ol en el libro ¡®Un d¨ªa cualquiera en Nueva York¡¯
El n¨²mero es un fijo de Nueva York. Al marcarlo, salta el contestador. La voz inconfundible de Fran Lebowitz (Morristown, Nueva Jersey, 70 a?os) insta a dejar un nombre y un tel¨¦fono. ¡°Contestar¨¦ lo antes posible¡±, jura con su timbre nasal y burl¨®n. Inevitablemente, uno la imagina filtrando sus llamadas, como en las series de los noventa. Y as¨ª es: la escritora aparece a medio mensaje con un ¡°hola¡± seco y a la vez amigable, parad¨®jico. Lebowitz, personalidad neoyorquina por antonomasia que fue catapultada a la fama mundial gracias a la serie documental Supongamos que Nueva York es una ciudad, dirigida por Martin Scorsese para Netflix, empieza preguntando por Madrid. ¡°Estuve hace un par de a?os y me sent¨ª capaz de vivir all¨ª. Es de las pocas ciudades donde se cena a la ¨²nica hora que me resulta aceptable: a las 10 de la noche¡±, se carcajea esta noct¨¢mbula incorregible.
Lebowitz sufre una crisis creativa que la llev¨® a dejar de escribir hace casi tres d¨¦cadas: su ¨²ltimo libro, publicado en 1994, era un volumen infantil sobre dos pandas neoyorquinos que so?aban con irse a vivir a Par¨ªs. Lo admirable es que, como buen personaje warholiano ¡ªescribi¨® para su revista Interview en los setenta¡ª, nunca ha necesitado ejercer su oficio para dar que hablar. ¡°No tengo un trabajo, o no uno de verdad¡±, reconoce una autora m¨¢s conocida por sus conferencias e intervenciones medi¨¢ticas que por sus escritos. Eso no impide que aproveche el tir¨®n de la serie de Scorsese, con quien le une una larga amistad ¡ªque, a ratos, parece cimentada en la predisposici¨®n del director a la hora de re¨ªrle todas las gracias, que no son pocas¡ª, para reeditar sus ensayos humor¨ªsticos de los setenta y primeros ochenta, Vida metropolitana y Ciencias sociales, descatalogados en Espa?a y recuperados ahora en un volumen ¨²nico con el t¨ªtulo de Un d¨ªa cualquiera en Nueva York (Tusquets), que llegar¨¢ este mi¨¦rcoles a las librer¨ªas.
¡°La gente ya no se acuerda de que ser homosexual en 1972 era casi como serlo en 1872. En realidad, la gente no se acuerda de nada¡±
Sus textos son piezas breves y cortantes ba?adas en un humor que no siempre ha envejecido bien, en las que Lebowitz se adentra, por primera vez, en todos los cl¨¢sicos de su repertorio posterior: los problemas inmobiliarios, las facturas impagadas, lo feos que son la ropa estampada y los relojes digitales, lo molestos que le resultan los ni?os y las masas, y otros problemas del primer mundo. ¡°Cuando volv¨ª a leer esos ensayos me reconoc¨ª a m¨ª misma, pero no el mundo que describo en ellos. El mundo ha cambiado, pero yo no¡±, asegura, pese a haberlos escrito al final de su veintena. ¡°Soy muy tozuda y siempre he tenido ideas muy enf¨¢ticas. No digo que siempre tenga raz¨®n, pero¡ Bueno, s¨ª, siempre tengo raz¨®n. De lo contrario, habr¨ªa cambiado de opini¨®n sobre mis certezas¡±.
Un malentendido sobre su personaje p¨²blico que parece molestarle es que se confundan su misantrop¨ªa jocosa y su sobreactuado ludismo ¡ªLebowitz vive sin tecnolog¨ªa a la vista: ni m¨®vil, ni ordenador, ni tableta, ni reloj inteligente, ni b¨¢scula conectada¡ª con el conservadurismo aparente del ¡®antes viv¨ªamos mejor¡¯. ¡°Al rev¨¦s, yo creo que algunas cosas van mejor ahora. Para las mujeres no van bien, pero s¨ª mejor. Para los gais no van bien, pero s¨ª mucho mejor. Veo m¨¢s progreso en ese campo que en cualquier otro¡±, sostiene. ¡°La gente ya no se acuerda de que ser homosexual en 1972 era casi como serlo en 1872. En realidad, la gente no se acuerda de nada. Yo s¨ª recuerdo. Soy un repositorio de memoria, porque dej¨¦ de beber y de tomar drogas a los 19 a?os. Cuando mis amigos no se acuerdan de algo, me preguntan a m¨ª. Yo era la ¨²nica que no estaba colocada¡±.
Una infancia ¡°feliz¡±
Detr¨¢s de los seres m¨¢s graciosos suele haber una historia con tintes tr¨¢gicos. No es el caso de Lebowitz, que asegura haber tenido una infancia ¡°feliz y absolutamente convencional¡± en el seno de una familia jud¨ªa que regentaba una tienda de muebles. ¡°Cuando publiqu¨¦ mi primer libro, un amigo de la familia me dijo: ¡®Tienes gracia, igual que tu padre¡¯. Me dej¨® at¨®nita, porque nunca hab¨ªa visto a mi progenitor siendo gracioso. Tal vez todo esto me venga de ¨¦l¡±, sopesa. Guarda buen recuerdo de esa juventud al otro lado del r¨ªo Hudson. ¡°Soy una persona bastante inmadura. Echo de menos ese momento de mi vida en que no ten¨ªa que pagar impuestos¡±, resume. ¡°Siempre me sent¨ª distinta a los dem¨¢s, pero no excluida. En realidad, siempre he tenido millones de amigos. Lo que sucedi¨® fue que, a los 11 a?os, me di cuenta de que era homosexual y que no iba a poder quedarme all¨ª¡±, a?ade, en uno de los escasos momentos en los que no parece tener un chiste en la punta de la lengua.
¡°Yo so?aba con una ciudad sin turistas, pero cuando sucedi¨® me entristeci¨®. Ninguna cosa agradable que haya sucedido es comparable con los millones de muertos¡±
Se mud¨® a Nueva York a los 18 a?os, poco despu¨¦s de descubrir la existencia de James Baldwin, el gran escritor negro y homosexual, en televisi¨®n. Reconoci¨® en ¨¦l la misma diferencia radical y una manera de ser escritor con la que se identificaba, alejada de la solemnidad de los cl¨¢sicos que devoraba desde la infancia. ¡°Para m¨ª, un escritor era una persona muerta, y Baldwin estaba muy vivo¡±. Trabaj¨® de taxista ¡ª¡°mi ¨²nica relaci¨®n mon¨®gama ha sido con ese coche¡±¡ª, vendiendo cinturones y pasando la fregona, hasta que empez¨® a publicar en las revistas alternativas del Nueva York de los setenta. Con el tiempo, se ha convertido en una efigie de aquel tiempo, m¨¢s duro de lo que reza la versi¨®n oficial: ¡°Nosotros crecimos so?ando con el Par¨ªs de los a?os veinte. Los j¨®venes de hoy lo hacen pensando en el Nueva York de los setenta. Yo estaba all¨ª y soy de las pocas que siguen vivas. Sobreviv¨ª a dos plagas: las drogas y el sida¡±.
La pandemia convirti¨® en realidad uno de los sue?os de Lebowitz, al¨¦rgica a la muchedumbre hasta extremos patol¨®gicos. En los primeros d¨ªas del confinamiento, sali¨® a pasear, pese a que estuviera prohibido. Iba a ser su cita definitiva con la ciudad. ¡°Pas¨¦ delante del Empire State Building, del Carnegie Hall, de Times Square. Eran lugares desiertos. Y, para mi sorpresa, no me gust¨®. Yo so?aba con una ciudad sin turistas, pero cuando sucedi¨® me entristeci¨®¡±, reconoce. ¡°Ninguna de las cosas agradables que hayan sucedido es comparable con los millones de personas que han muerto¡±. Ni siquiera, claro est¨¢, la salida de Donald Trump de la Casa Blanca. ¡°Sin Trump de presidente, las cosas no hubieran ido tan mal. Nunca me ha gustado Joe Biden, que lleva en pol¨ªtica desde que tengo uso de raz¨®n, pero el d¨ªa que gan¨® fue uno de los momentos de mayor alivio de mi vida. Necesitar¨ªamos un gran presidente, como lo fue Lincoln, aunque s¨¦ que nunca lo tendremos. Est¨¢ claro que Biden no es como Roosevelt y que nunca lo ser¨¢. Pero por lo menos, lo intenta¡±.
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