¡®Destello brav¨ªo¡¯, la Espa?a vaciada entra en trance

No se entender¨ªa buena parte del cine espa?ol sin el pulso entre la modernidad que representan las ciudades y el atavismo de ese universo rural que tantos dejaron atr¨¢s. Sin esa tensi¨®n no se explicar¨ªa ni el dolor que esconde gran parte del cine de Pedro Almod¨®var ni el surrealismo que cruza el de Bigas Luna, por poner solo dos modelos de los que Destello brav¨ªo, la ¨®pera prima de Ainhoa Rodr¨ªguez, es deudora. Nadando entre las aguas del documental etnogr¨¢fico y la ficci¨®n experimental esta pel¨ªcula abiertamente rara retrata la vida de un peque?o pueblo extreme?o apelando al imaginario de David Lynch, pero pasando por El fantasma de la libertad, de Bu?uel, o a la m¨¢s reciente Gente en sitios, de Juan Cavestany. A la caza de un lugar propio, Destello brav¨ªo ahonda en esa perplejidad que a estas alturas arrastran varias generaciones de espa?oles condenados a un entorno en creciente decadencia.

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Si hace unos meses se estrenaba Meseta, de Juan Palacios, un documental tambi¨¦n de corte experimental sobre los restos del naufragio de la Espa?a vaciada o la libertaria Derechos del hombre, de Juan Rodrig¨¢?ez, que se deten¨ªa en el mismo tel¨®n de fondo de un olvidado pueblo agr¨ªcola, Destello brav¨ªo se sumerge en las entra?as y misterios m¨¢s profundos y esot¨¦ricos de esos lugares que ya nadie quiere ni visita. Pueblos tan olvidados como el coro de mujeres maduras que protagoniza gran parte de la pel¨ªcula y cuya aparente derrota combaten entrando en un particular estado de trance.

Destello brav¨ªo es una pel¨ªcula extra?a porque quiere ser extra?a, no porque ocurra en un espacio alejado de la normalidad urbana donde el tiempo discurre de otra forma. La pel¨ªcula, que se resuelve mejor en su forma que en su fondo, tiene momentos maravillosos, de enorme inspiraci¨®n visual (los tractores iluminados atravesando el campo, las calles nocturnas del pueblo y su arquitectura, la procesi¨®n y la virgen), pero a veces peca de pretenciosa, sobre todo en su desaf¨ªo sobre la sexualidad y soledad de las mujeres que retrata. Rodr¨ªguez propone una especie de rave paranormal cuyo jolgorio (esas risas contagiosas de la primera secuencia que tan bien definen su microcosmos femenino) desemboca en lugares magn¨¦ticos aunque demasiado imprecisos, donde sus criaturas acaban devoradas por su opaco universo.