Una frase feliz basta para pasar a la historia
Algunos escritores han alcanzado la posteridad no solo por haber creado obras maestras, sino por ser fuente de an¨¦cdotas y sentencias memorables
Dijo Borges: ¡°Todos los escritores caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes¡±. No obstante, la posteridad est¨¢ al alcance de cualquier escritor que, al margen de su talento literario, se haya convertido en una fuente de an¨¦cdotas. Oscar Wilde dijo: ¡°La diferencia entre un capricho y una gran pasi¨®n consiste en que el capricho puede durar toda la vida¡±. Del mismo modo, frente a una obra maestra de un autor, cualquier an¨¦cdota de su vida es la que lo lleva a la inmortalidad. Solo por una frase feliz muchos han pasado a la historia. Pese a haber escrito m¨¢s de cien libros, algunos muy notables, Francisco Umbral ser¨¢ recordado porque un d¨ªa con alguna copa de m¨¢s dijo en televisi¨®n aquello de ¡°yo he venido a hablar de mi libro¡±. Su gloria le llegar¨¢ cuando esa frase tambi¨¦n pase al anonimato y solo los muy eruditos sepan qui¨¦n la pronunci¨® por primera vez en el siglo XX.
Requerido por el senador Joseph McCarthy para declarar ante el Comit¨¦ de Actividades Antinorteamericanas, en medio del sal¨®n abarrotado del Congreso, Arthur Miller dijo: ¡°No me siento tan inocente como para maldecir a otros que no han sabido ser fuertes¡±. Ante ese mismo estrado, el director de cine John Ford hab¨ªa retado a los miembros del comit¨¦: ¡°Tienen ustedes media hora para preguntarme lo que quieran. A las diez empiezo el rodaje¡±. La muerte de un viajante y La diligencia est¨¢n contenidas en esas respuestas, que son todo un desaf¨ªo moral. Por su parte, Dorothy Parker resumi¨® el caos de su vida con esta salida: ¡°La primera copa la tomo sobre la mesa, la segunda debajo la mesa, la tercera debajo del productor¡±.
Cuando a Samuel Beckett se le concedi¨® el Nobel, exclam¨®: ¡°?Qu¨¦ cat¨¢strofe!¡±
Truman Capote se hizo este autorretrato: ¡°Tengo m¨¢s o menos la altura de una escopeta y soy igual de estrepitoso. Soy alcoh¨®lico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio¡±. Cuando en Palam¨®s estaba escribiendo A sangre fr¨ªa fue acogido por un diab¨®lico dilema. Durante sus visitas se hab¨ªa enamorado de uno de los reos, pero necesitaba que los asesinos fueran llevados a la c¨¢mara de gas para que su novela tuviera ¨¦xito. Si Cristo, en lugar de ser crucificado, hubiera sido condenado a 12 a?os y un d¨ªa, su vida habr¨ªa carecido de inter¨¦s y no hubiera existido la Iglesia.
A Samuel Beckett se le concedi¨® el premio Nobel en 1969. Recibi¨® la noticia en T¨¢nger. Despu¨¦s de dar las gracias, exclam¨®: ¡°?Qu¨¦ cat¨¢strofe!¡±. Y a continuaci¨®n se perdi¨® por el desierto de ?frica. Un d¨ªa, Beckett fue acuchillado gravemente en una esquina de Par¨ªs por un vagabundo. Al salir del hospital lo visit¨® en la c¨¢rcel y le pregunt¨®: ¡±?Por qu¨¦ lo has hecho?¡±. El vagabundo contest¨®: ¡°No lo s¨¦.¡± En esa respuesta est¨¢ sintetizada la esencia del absurdo que invade toda la obra de este inmenso escritor. He aqu¨ª un di¨¢logo de su obra Final de partida. ¡°Cliente: Dios es capaz de hacer el mundo en seis d¨ªas y usted no es capaz de hacer unos pantalones en seis meses. Sastre: Pero, se?or, mire el mundo y mire su pantal¨®n¡±.
Cuando en 1981 Mitterrand le concedi¨® a Julio Cort¨¢zar la nacionalidad francesa, en una pared de Buenos Aires apareci¨® esta pintada: ¡±Volv¨¦, Julio, qu¨¦ te cuesta¡±. Cort¨¢zar volvi¨® a Buenos Aires para visitar a su madre muy enferma y se le vio vagar como un extra?o por el aeropuerto de Ezeiza sin que nadie lo reconociera ni hubiera ido a recibirlo. Nunca fue aceptado por ninguna autoridad establecida. Hoy en el barrio de Palermo de Buenos Aires hay una plazoleta con su nombre, de la que arranca la calle dedicada a Jorge Luis Borges. Cerca se alarga un pared¨®n donde en la oscuridad se sacrificaban los travestis. En ese pared¨®n estaba escrita esa plegaria para que volviera a casa.
Dylan Thomas entr¨® en la taberna habitual de Swansea, al sur de Gales, con los cristales empa?ados por el vapor del alcohol y coment¨® con un colega acodado a su lado en la barra: ¡°La primera obligaci¨®n de un periodista es la de ser bien recibido en el dep¨®sito de cad¨¢veres¡±. Y dicho esto, encendi¨® un cigarrillo y pidi¨® una pinta, abriendo as¨ª la ola de cerveza sobre la que navegar¨ªa siempre hasta naufragar.
John Kennedy y Jaqueline se dedicaban a coleccionar celebridades para adornar algunas cenas privadas de la Casa Blanca. Por su mesa hab¨ªan pasado Norman Mailer, Saul Bellow, Arthur Miller y los sinatras de mayor o menor tama?o. Incluso Pau Casals hab¨ªa adornado con su violonchelo algunos postres exquisitos. Cuando Faulkner fue invitado, contest¨® a vuelta de correo: ¡°Se?or presidente: yo no soy m¨¢s que un granjero y no tengo ropa apropiada para ese evento. Ahora bien, si usted tiene alg¨²n inter¨¦s en cenar conmigo, con mucho gusto le invito a mi casa de Rowan Oak, en Oxford, Misisipi¡±.
La historia de la literatura no es m¨¢s que un c¨²mulo de an¨¦cdotas, que ocupan los m¨¢rgenes en blanco de las obras maestras. Son las que llevan a sus autores a la posteridad.
Babelia
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