Lleg¨® Silicon Valley y mand¨® parar
Bruno Galindo cuenta en un libro descarnado los a?os de vacas gordas del negocio musical y la actual evoluci¨®n. A peor
Pocas veces te encuentras con bocados tan suculentos: el libro Toma de tierra (Libros del K.O.), de Bruno Galindo, ofrece una visi¨®n transversal de los ¨²ltimos 30 a?os y pico del negocio de la m¨²sica. Hacia 1987, Bruno ingresa en la industria discogr¨¢fica y asciende hasta que decide convertirse en periodista musical; luego, se recicla en artista, como dj e int¨¦rprete de spoken word. Entender¨¢n la nitidez con que explica algunos de los secretos de tan diferentes oficios.
La riqueza de la experiencia de Bruno parte de que en WEA (ahora, Warner Music) comienza como soldado raso, llevando discos de promoci¨®n a radios y a prensa, antes de ascender a la m¨¢s delicada tarea de acompa?ar a los artistas a las televisiones. Termina despedido, pero una semana despu¨¦s salta a jefe de producto internacional en EMI, alojada entonces en el m¨ªtico edificio de Hispavox en la calle Torrelaguna (si no saben qu¨¦ cosa fue el Sonido Torrelaguna, vuelvan en septiembre). All¨ª debe dominar la log¨ªstica burocr¨¢tica e industrial de poner en circulaci¨®n nuevos lanzamientos, pero est¨¢ la compensaci¨®n de fraternizar con los artistas for¨¢neos. Y aunque Bruno se define como ¡°serio y cerebral¡±, domina el arte de empatizar con los visitantes y hay leves sugerencias de que, ocasionalmente, aquello deriva en, vaya, momentos de intimidad. La fiesta perpetua de promocioneros y artistas no para: aporta una lista de 23 locales canallas en el Madrid posmovida (y faltan unos cuantos).
Cree haber alcanzado una cumbre cuando se le encarga llevar el repertorio internacional en la compa?¨ªa puntera, CBS, luego parte de Sony. Dispone de acceso libre al olimpo del rock. Un suponer: las bambalinas de los cuatro conciertos de los Rolling Stones en la Espa?a de 1990. All¨ª ve funcionar la caja registradora que se aloja en el cerebro de Mick Jagger. En cada parada, los machacas del grupo cuentan a la prensa local los datos t¨¦cnicos del montaje. Dado que los periodistas acuden ansiosos, sugiere Jagger, convendr¨ªa tentarlos con los mil y un objetos del merchandising oficial. Nada de regalitos: que paguen.
Galindo no tarda en descubrir que el cargo le come todo su tiempo. Implica adem¨¢s exportar el producto espa?ol, lo que se puede traducir en un mes de gira hispanoamericana con Az¨²car Moreno (pudo ser peor, imaginen escoltar a Remedios Amaya). Pero le encanta tratar con las estrellas mundiales del momento: el protocolo requiere que acompa?e a la prensa espa?ola cuando se montan entrevistas importantes en Londres, Par¨ªs o Nueva York. En una de esas, atrapado en un di¨¢logo de besugos entre Joaqu¨ªn Luqui y George Michael, empieza a rumiar que ¡ªcon su don de gentes¡ª ser¨ªa mucho m¨¢s agradecido ejercer de periodista musical.
Propulsado por la proverbial flor en el trasero, aterriza en los d¨ªas radiantes del periodismo musiquero. Es factible que un medio decida pagar a dos personas (plumilla, fotero) para que vayan a captar algo tan peligroso como ¡°el ambiente¡± de Jamaica, donde el reggae cede terreno ante el dancehall. En caso de grandes figuras, categor¨ªa en la que brevemente se contabiliza al venerable John Lee Hooker, la multinacional de turno est¨¢ dispuesta a asumir un vuelo de 10.000 kil¨®metros, y no precisamente en aerol¨ªnea low cost. Las estancias en el punto de destino son largas, si se busca concretar una audiencia con Prince o se pretende conocer el Mal¨ª profundo de Ali Farka Tour¨¦. Y no siempre se encuentran cosas lindas: en la c¨¢rcel del pueblo de Tour¨¦ descubre a una chica que ¡ªrodeada de bronquistas que cumplen penas leves¡ª espera ser ejecutada por un ¡°crime passionel¡±.
Toma de tierra est¨¢ concebida como una macedonia de frutas, donde en cada cap¨ªtulo se mezclan diferentes ¨¦pocas, an¨¦cdotas y reflexiones, argumentos y aventuras prolongadas. Se desvelan, como de pasada, algunos (?pocos!) de los chanchullos habituales en disqueras y emisoras. El autor reclama tal libertad por mor de ir quemando etapas, pero se reserva ¡ªextra?o pudor¡ª el nombre del ejecutivo obsesionado por controlar el gasto de papel higi¨¦nico en sus oficinas, justo cuando la industria despierta a los a?os de m¨¢xima prosperidad. Tampoco desvela la identidad del director de revista que se carga un laborioso reportaje sobre Palestina al comprobar que, en contra de lo anunciado, las hermanas Llanos (Dover) no participaron en la embajada musical espa?ola a la tierra del conflicto y no pueden ir en portada. Misteriosamente, no se resuelve el enigma de la cancelaci¨®n del libro de Galindo sobre las andanzas de Manu Chao, que ya estaba incluso maquetado. ?Y si resulta que el clandestino es tan controlador de su imagen como Prince? Hmmm.
Falta el ¨²ltimo tramo de la trayectoria musical de Galindo, cuando renace como mago del spoken word. Le acogen festivales vanguardistas de presupuesto generoso, gira por el mundo y se viene arriba: aliado con el barcelon¨¦s Carlos Ann, con quien coincide en el homenaje a Leopoldo Mar¨ªa Panero que encabeza Enrique Bunbury, manda una propuesta a Julio Iglesias para producirle al estilo Rick Rubin. Iglesias responde amablemente que est¨¢ muy liado como para encarar nuevos proyectos; no llega a enterarse de que el plan consiste en hacerle grabar composiciones de notorios consumidores de drogas y bautizar el resultado con el rotundo t¨ªtulo de Farlopa.
Un chiste que sugiere que Galindo tambi¨¦n puede caer en el pozo de la hipsterizaci¨®n que tanto deplora en otras p¨¢ginas. Y eso que, desde el comienzo del libro, se muestra especialmente l¨²cido en leer la realidad. Advierte que, seg¨²n avanza el siglo XXI, todo el tinglado se va yendo al carajo. Hasta pone fecha al momento en que el Gobierno de la naci¨®n regala la cultura a las telecos: 8 de julio de 2006. Poco a poco, la m¨²sica desaparece tras las coreograf¨ªas, los festivales repiten esencialmente el mismo cartel, las radios son programadas por empresas externas, el dinero del streaming fluye directamente a los cofres de las multinacionales, los guerrilleros underground ya no pueden vivir de su arte. Y cuando siente que ha tocado fondo, cae la maldici¨®n de la pandemia.
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