Alberto Coraz¨®n, un mundo habitado por im¨¢genes
Muchas de las obras del artista quedaron en el taller porque era tan prol¨ªfico que fue imposible exponerlas todas en vida
Sobre la mesa del artista se extiende todo un universo: l¨¢pices, grafitos, pinceles, tubos de acr¨ªlico, barras de ¨®leo de diversos colores, la esp¨¢tula, la regla, un mont¨®n de hojas abocetadas, los ¨²ltimos libros que ha comprado y los de Pound, Kavafis y Perse, que siempre permanecen a su lado. Y, ?no pod¨ªa faltar!, un cenicero repleto de colillas, la cajetilla de tabaco y el gin-tonic.
Cuando Alberto Coraz¨®n se enfrenta al lienzo en blanco, sin embargo, no echa mano de los bocetos, ni de los cuadernos, ni de las anotaciones que previamente ha escrito en un papel. No lo necesita. Su cerebro fluye y dirige su mano, que ejecuta la pintura. Como justifican sus t¨ªtulos: todo ha quedado previamente registrado, ¡°en un repliegue de la memoria¡±.
¡°Pintar me proporciona libertad¡±, afirmaba, ¡°escribir me hace sufrir¡±. Las palabras salen dolorosamente de su interior, conectan con cuevas internas que no quiere recordar, mientras que los pinceles vuelan con libertad sobre el lienzo. Son pinceladas curvas y tortuosas, en¨¦rgicas y potentes, que construyen pinturas de vibrantes colores. No importa el tema: bodegones, acantilados o jardines de arena, toda la obra est¨¢ impregnada por su estilo rotundo y caracter¨ªstico. Es la suya una iconograf¨ªa repetitiva y constante que reaparece a lo largo de los a?os, formulando preguntas sin respuesta que le obligan a seguir buscando.
Para esta exposici¨®n hemos seleccionado algunas obras in¨¦ditas, desconocidas para el p¨²blico porque nunca han sido mostradas. La duda surge, inmediata. ?Por qu¨¦ quedaron en el taller? Para un artista tan prol¨ªfico, productor de tantas y tan diferentes disciplinas, es l¨®gico que no todas hayan sido expuestas. Qui¨¦n sabe la raz¨®n por la que nunca volvi¨® a ellas, quiz¨¢ fue mi culpa, ya que, una vez al semestre, despejaba la casa al grito de ?vamos a ordenar! Entonces, Alberto temblaba, era lo que m¨¢s odiaba, porque desaparec¨ªan sus cuadros, todos los que se amontonaban sobre la pared, convertidos en capas estratigr¨¢ficas por el paso del tiempo. Era un hombre que se adue?aba de todos los espacios. Invad¨ªa la casa con sus obras. Como no le gustaba trabajar solo en su luminoso y amplio taller, disfrutaba compartiendo el mismo espacio f¨ªsico y poblando nuestra casa con sus cuadros. Todo quedaba bajo su colonizaci¨®n: la mesa del jard¨ªn, la del comedor, las paredes del sal¨®n, las paredes del porche. No dejaba libre ni un metro cuadrado de nuestra vivienda, las pinturas se amontonaban y languidec¨ªan, apoyadas sobre cualquier pared.
Poco duraba mi operaci¨®n, despu¨¦s de disfrutar del orden un par de d¨ªas o tres, a lo sumo, las paredes volv¨ªan a desaparecer tras enormes lienzos en blanco, prestos a dejarse pintar. Si Alberto Coraz¨®n hubiera sido una persona ordenada y met¨®dica, habr¨ªa rescatado los reci¨¦n trasladados al almac¨¦n. Pero no era ni lo uno ni lo otro, de modo que lo que no ten¨ªa a la vista, pasaba al olvido.
Los cuadros de esta exposici¨®n no son desechados, no son bocetos abandonados ni cuadros fallidos. Todo lo contrario. Son pinturas no terminadas que nos ofrecen la oportunidad de ver la g¨¦nesis de sus obras, una radiograf¨ªa de su proceso creativo. En todas ellas se pueden apreciar los trazos iniciales ejecutados con entusiasmo, con fuerte pulso vital, lienzos donde acota sus ideas. Al d¨ªa siguiente, la obra cambiaba de lugar porque se le hab¨ªa ocurrido un nuevo proyecto, m¨¢s potente que el de la noche anterior. Y comenzaba a pintar sobre el nuevo lienzo, que ya tapaba al anterior. Porque un rasgo de su personalidad era que consum¨ªa la vida a velocidad de v¨¦rtigo y lo que no manten¨ªa su ritmo, quedaba atr¨¢s para siempre.
En ellas vemos a un Alberto incansable, plet¨®rico, lleno de fuerza y energ¨ªa, rebosando im¨¢genes. Tantas que, para no dejarlas escapar, se apresura a plasmarlas hasta en el reverso del lienzo, o en una tabla, o en un cart¨®n. Cualquier soporte es ¨²til para recordar.
Su mayor placer era pintar, y lo hac¨ªa sin cesar, ya que su capacidad de trabajo era sorprendente. D¨ªa y noche, nunca le vi sin trabajar. A la hora de seleccionar obras para las exposiciones, no era necesario recurrir al almac¨¦n. ¡°?Para qu¨¦?¡±, dec¨ªa, ¡°yo me encargo¡±. Y, con tranquilidad y entusiasmo, pintaba una exposici¨®n entera.
Noct¨¢mbulo empedernido, se entregaba a la oscuridad que lo acompa?aba con su misterio, rodeado por el intenso olor del jard¨ªn, por las salamandras que trepaban la pared, por el ulular del b¨²ho y el sonido de las hojas de los ¨¢rboles, siempre, a?orando acantilados.
Ana Arrambari, viuda de Alberto Coraz¨®n, es escritora.
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