¡®The Tender Bar¡¯: en la ins¨ªpida barra del t¨ªo Ben Affleck

J. R. Moehringer public¨® en 2005 El bar de las grandes esperanzas, unas emotivas memorias de infancia y juventud centradas en el germen de una vocaci¨®n literaria marcada por la ausencia de su padre y la tabla de salvaci¨®n que encontr¨® en la barra del Dickens, el bar de su t¨ªo materno Charlie. Dirigida por George Clooney, la adaptaci¨®n de William Monahan, autor de guiones tan solventes como el de Infiltrados, de Scorsese, se queda en una tibia traslaci¨®n del libro que se ve bien, pero sin m¨¢s. Interpretada, en el papel del sobrino, por el ni?o Daniel Ranieri y el joven Tye Sheridan (el chico de la magn¨ªfica El contador de cartas), el peso recae en el idolatrado t¨ªo que evoca un Ben Affleck mejor que de costumbre, capaz de encarnar la ternura y el misterio que rodea a un personaje varado en la nost¨¢lgica mirada de su sobrino. Con todo, The Tender Bar es solo una historia amable sobre la iniciaci¨®n a la masculinidad y la vida.

El estigma que supone para el protagonista su padre ausente, un locutor y dj de radio de Nueva York a cuya voz enjaulada se aferra un ni?o sediento de referentes masculinos, encuentra su b¨¢lsamo en ese t¨ªo Charlie que sustituye la figura paterna que nunca existi¨®. Clooney deposita en la figura idealizada de Affleck gran parte del peso de su octava pel¨ªcula, pero a la vez resulta disperso, dando por sentadas demasiadas cosas a ojos del espectador, que no acaba de sentir ni la emoci¨®n ni la importancia de la barra del Dickens en el paso a la edad adulta del protagonista y, sobre todo, en su vocaci¨®n de escritor. Las lecturas que le proporciona su t¨ªo, un tipo amante de los cl¨¢sicos, resultan tan anecd¨®ticas como otro importante descubrimiento, el alcohol. Pese a sus sabios consejos, el t¨ªo Charlie siempre parece ocultar algo importante sobre s¨ª mismo, pero ese hermetismo se diluye entre su coche, sus chascarrillos literarios entre copas y sus amigos, un paisaje sentimental que apenas conforma ese oasis de camarader¨ªa que ped¨ªa llegar m¨¢s al fondo de la emoci¨®n y menos a ese cansino filtro setentero que vale para cualquier recuerdo y, por lo tanto, para ninguno. El pasado entendido como un batiburrillo de im¨¢genes vintage y no como un para¨ªso perdido en los suburbios de la memoria.